El altavoz interrumpió nuestra conversación, conminándonos a ocupar nuestras literas. Dak había llegado con el tiempo justo, a propósito; el cohete de enlace con Goddard City nos estaba esperando cuando entramos en caída libre después de cortar la aceleración. Nuestro grupo de cinco personas nos trasladamos al cohete para el corto viaje hasta la ciudad y ocupamos todas las literas de pasajeros, otro detalle planeado con el más exquisito cuidado, ya que el comisionado había expresado sus deseos de venir en el cohete de enlace para saludarme y sólo fue posible disuadirle después que Dak le envió un mensaje anunciándole que nuestro grupo necesitaba todo el espacio disponible.
Traté de contemplar la perspectiva de la superficie marciana mientras duraba el descenso, ya que sólo pude lanzarle una ojeada desde la cabina de control del Tom Payne. Como se suponía que había visitado aquel planeta muchas veces no me era posible mostrar la curiosidad acostumbrada de un turista novato. No pude ver gran cosa; el piloto del cohete no inclinó su aparato para que pudiéramos ver nada hasta que lo estabilizó para el aterrizaje y hasta entonces yo me encontraba muy ocupado colocándome la máscara de oxígeno.
Esas incómodas máscaras de tipo marciano casi nos llevaron al fracaso en aquel mismo instante. No había tenido la oportunidad de practicar su uso. Dak no había pensado en ello y yo no creí que fuesen un problema; había usado trajes espaciales y pulmones submarinos en varias ocasiones y pensé que esa máscara sería algo parecido. Pero no era así. El modelo que siempre usaba Bonforte era el tipo llamado de boca libre, un Mitsubushi “Brisa” con presión directa en las fosas nasales, una pinza nasal con dos tapones atravesados por dos tubos sonda hasta las fosas nasales y que desde la nariz pasan por debajo de las orejas hasta el turbocompresor que se lleva a la espalda. Admito que se trata de un aparato ingenioso, ya que una vez que se está acostumbrado, es posible hablar, comer y beber sin quitárselo. Pero en aquellos momentos habría preferido que un dentista me metiese las dos manos en la boca.
La verdadera dificultad consiste en que debe ejercerse un control consciente de los músculos que cierran la parte de atrás de la boca y el paladar, si no, uno deja escapar un silbido como una locomotora, ya que el maldito aparato funciona por diferencia de presión. Por suerte, el piloto igualó la presión de la cabina a la de la superficie de Marte cuando nos hubimos colocado las máscaras, y eso me dio unos veinte minutos para practicar. Pero por unos instantes pensé que todo estaba perdido, debido a un estúpido instrumento mecánico. Traté de sugestionarme con la idea de que ya había llevado aquel aparato cientos de veces y me era tan familiar como un cepillo de dientes. Poco después llegué a creerlo.
Dak pudo evitar que el Comisionado se pasara una hora charlando conmigo durante el descenso, pero no pudo apartarlo por completo de mi camino: salió a recibir al cohete a su llegada al espaciopuerto. La exactitud de nuestro programa me evitó el contacto con otros humanos, ya que tenía que partir en el acto para la ciudad marciana. Era lógico, pero me pareció extraño que pudiera encontrarme más seguro entre marcianos que entre los de mi propia especie.
Pero me pareció aún más extraño estar en Marte.
5
El comisionado Boothroyd había sido nombrado por el Partido de la Humanidad, naturalmente, al igual que todos los funcionarios a su cargo, excepto los empleados técnicos del servicio civil. Pero Dak me había informado de que lo más razonable era que Boothroyd no hubiera tenido ninguna participación en la intriga; Dak le creía honrado, aunque estúpido. Respecto a esa cuestión, ni Dak ni Roger Clifton pensaban que el Ministro Supremo Quiroga estuviera complicado en el asunto; culpaban del atentado a los miembros del grupo terrorista clandestino del Partido de la Humanidad, que se llamaban a sí mismos los “Activistas”… y creían que ese grupo seguía a su vez las indicaciones de algunos financieros altamente respetables, que se beneficiarían en extremo de la situación.
En cuanto a mí, no era capaz de distinguir un Activista de un accionista.
Pero en el momento en que aterrizamos ocurrió algo que me hizo preguntarme si el amigo Boothroyd era tan honrado y tan estúpido como Dak creía. Era un detalle sin importancia, pero era una de esas cosas que pueden hacer fracasar la representación mejor preparada. Puesto que yo era una visita muy importante, el Comisionado salió a recibirme; como no tenía otro cargo oficial que el de miembro de la Asamblea Interplanetaria y mi viaje era particular, no se hicieron honores oficiales. Sólo acompañaban al Comisionado su ayudante y… una niña de unos quince años.
Lo conocía por fotografías y sabía bastante sobre él; Roger y Penny me habían preparado con todo detalle. Nos estrechamos las manos, le pregunté cómo seguía su sinusitis; le di las gracias por sus atenciones durante mi última visita a Marte y cambié algunas palabras con su ayudante del modo cordial que caracterizaba a Bonforte. Luego me volví hacia la niña. Sabía que Boothroyd tenía una hija de aproximadamente esa misma edad; pero no sabía… quizá ni Roger ni Penny lo supieran… si la había visto antes de ahora.
El mismo Boothroyd me sacó del apuro.
—No creo que conozca a mi hija Deirdre. Insistió mucho en acompañarme.
En todas las películas que había estudiado, nada indicaba cómo se comportaba Bonforte con las niñas; en ninguna pude ver a Bonforte en una situación semejante… así que me vi obligado a ser Bonforte… un viudo de cincuenta años, sin hijos ni sobrinas y probablemente con muy poca experiencia en el trato con niños… aunque tenía mucha experiencia en el trato con personas extrañas de todas las clases y categorías. De modo que la traté como si tuviera el doble de edad, pero no llegué a besarle la mano. La muchacha enrojeció y pareció muy satisfecha.
Boothroyd la miró con indulgencia y dijo:
—Bien, díselo de una vez, querida. Quizá no tengas nunca otra oportunidad.
Ella se sonrojó aún más y dijo:
—Señor, ¿podría tener su autógrafo? Las chicas de mi colegio los coleccionan. Ya tengo el del señor Quiroga… Me gustaría tener también el suyo.
Sacó un librito blanco que había mantenido escondido a su espalda.
Me sentí igual que un conductor de helicóptero al que le piden la licencia… y se da cuenta de que la ha olvidado en casa, en los otros pantalones. Había estudiado mi papel a fondo, pero no esperaba verme obligado a falsificar la firma de Bonforte ¡Caramba, no hay tiempo de hacerlo todo en dos días y medio!
Pero era imposible que Bonforte rehusara atender a semejante petición, y yo era Bonforte. Sonreí con jovialidad y dije:
—¿De modo que ya tiene el autógrafo del señor Quiroga?
—Sí, señor.
—¿Sólo su autógrafo?
—Sí. Puso Recuerdos y su firma.
Hice un guiño a Boothroyd.
—Sólo Recuerdos, ¿eh? A las muchachas nunca les pongo menos que Cariño. Le diré lo que voy a hacer… —le cogí el libro de las manos y le eché un vistazo.
—Jefe —dijo Dak con urgencia—, ya vamos retrasados.
—Tenga calma —le contesté sin mirarle—. Toda la nación marciana tendrá que esperar, si es necesario, para atender a esta señorita —luego entregué el libro a Penny—. ¿Quiere tomar nota del tamaño de este libro? Y luego recuérdeme que tenemos que enviar una fotografía adecuada para colocarla aquí… naturalmente, autografiada.
—Sí, señor Bonforte.
—¿Le parece bien, señorita Deirdre?
—¡Naturalmente!
—Bien. Gracias por pedirme el autógrafo. Ya podemos marcharnos, capitán. Señor Comisionado, ¿es éste nuestro coche?