Выбрать главу

Dak dejó de hablar; por un momento no se escuchó otro sonido que el silbido del aire marciano rozando el techo del coche. Un ser humano no puede andar más de cien metros en Marte sin una máscara de oxígeno, si disfruta de excelentes pulmones. Creo haber leído sobre un caso en que un hombre pudo andar casi medio kilómetro antes de caer muerto. Miré al cuentakilómetros y vi que nos encontrábamos aproximadamente a veintitrés kilómetros de Goddard.

El prisionero dijo lentamente:

—Le juro que no sé nada de todo esto. Sólo me pagaron para que provocara un accidente.

—Trataremos de estimular tu memoria.

Las puertas de la ciudad marciana se erguían ya ante nosotros. Dak empezó a reducir la velocidad.

—Ya hemos llegado, Jefe —dijo—. Roger, será mejor que tomes tu pistola y sustituyas al Jefe para vigilar a nuestro invitado.

—De acuerdo, Dak.

Roger se puso a mi lado y clavó un dedo en la espalda del hombre. Yo me aparté. Dak frenó suavemente hasta parar delante mismo de las enormes puertas.

—Faltan cuatro minutos —dijo con voz tranquila—. Éste es un buen coche; me gustaría que fuese mío. Roger, apártate un poco y déjame sitio.

Clifton hizo lo que le decían y Dak golpeó expertamente al chófer en el cuello con el canto de la mano; el hombre se quedó inmóvil sin lanzar un grito.

—Así se mantendrá tranquilo mientras usted atraviesa las puertas. No podemos permitir que se arme escándalo ante los mismos ojos del nido. Y ahora comprobemos el tiempo.

Miré el reloj y vi que aún faltaban unos tres minutos y medio para el momento exacto de mi entrada.

—Tiene usted que presentarse en el momento preciso —dijo Dak—. Ni antes ni después, ¿comprende?

—Muy bien —repliqué.

—Tiene treinta segundos para subir la rampa de entrada. ¿Qué quiere hacer durante estos tres minutos que le quedan?

Suspiré y dije:

—Tranquilizarme.

—No le hace falta recobrar la serenidad. Cuando tuvimos el incidente con el conductor, no perdió usted la cabeza. Anímese, muchacho. Dentro de dos horas ya podrá estar de regreso hacia el hogar, con su paga caliente en el bolsillo. Estamos muy cerca de la meta.

—Espero que así sea. La carrera ha sido dura. Oiga, Dak.

—¿Qué?

—Venga conmigo un momento.—Descendí del coche y le hice un gesto para que se reuniese conmigo a corta distancia de los demás—. ¿Qué puede suceder si cometo un error, una vez ahí dentro?

—¿Cómo? —Dak pareció sorprenderse y luego se echó a reír, quizá un poco demasiado fuerte—. No cometerá ningún error. Penny me ha dicho que se ha aprendido todos los detalles a la perfección.

—Bien, pero suponga que me equivoco.

—No se equivocará. No tenga miedo; sé cómo se siente. Yo sentí lo mismo el día que tuve que realizar mi primer aterrizaje sin instructor. Pero cuando la cosa empezó, estuve tan ocupado en cumplir mi tarea que no me quedó tiempo para equivocarme.

Clifton nos llamó, con una voz extrañamente amortiguada en el aire rarificado.

—¡Dak! ¿Ya controlan el tiempo?

—No hay prisa. Aún nos falta un minuto.

—¡Señor Bonforte!—era la voz de Penny.

Di media vuelta y regresé al coche. Ella se bajó del vehículo y me tendió la mano.

—Buena suerte, señor Bonforte —dijo.

—Gracias, Penny.

Roger me estrechó la mano y Dak me dio unas palmadas en la espalda.

—Nos quedan treinta y cinco segundos. Será mejor que se vaya.

Asentí sin pronunciar palabra y empecé a ascender por la rampa de entrada a la ciudad. Debí llegar ante el enorme pórtico con un segundo o dos de adelanto sobre la hora señalada para mi llegada, porque las enormes puertas metálicas se abrieron silenciosa y lentamente a mi paso. Tragué saliva y maldije la incómoda máscara de oxígeno.

Luego salí al escenario.

No importa cuántas veces lo haya hecho uno, los primeros pasos ante las candilejas mientras el telón termina de alzarse en una noche de estreno, nos dejan sin aliento mientras el corazón casi se paraliza de miedo. Claro que uno conoce a los compañeros. Desde luego que uno le ha preguntado al empresario por el ambiente de la sala. No hay duda de que uno es veterano y ya conoce todo eso. No importa… cuando se sale a escena y se sabe que todos aquellos ojos le están mirando, esperando a que uno hable, esperando que uno haga algo… quizá esperando que uno se equivoque… amigo, uno siente miedo. Por ese motivo tenemos a los apuntadores.

Al mirar al otro lado de las puertas vi a mi público y sentí el imperioso deseo de echar a correr. Sentí miedo ante las candilejas por primera vez en treinta años.

Todas las ramas familiares del nido se extendían ante mí hasta donde alcanzaba a ver. Había un camino despejado frente a mí, con miles de marcianos a cada lado, apretados como espárragos. Yo sabía que lo primero que tenía que hacer era echar a andar lentamente por aquel camino hasta el otro extremo de la gran plaza y subir por la rampa que conducía al nido.

No pude moverme. Permanecí clavado en el mismo lugar.

Me dije: “Muchacho, comprende que eres John Joseph Bonforte. Has estado aquí docenas de veces, en este mismo nido. Conoces bien a estas gentes. Son tus amigos. Estás aquí porque lo has deseado y porque ellos quieren que te encuentres entre ellos. Así que adelante, sigue el pasillo. Brrrum, bum, bum. ¡Ahí viene la novia!”.

Empecé a sentir de nuevo la personalidad de Bonforte. Ya era Joe Bonforte, decidido a llevar a cabo la ceremonia a la perfección; por el honor y el bienestar de mi propia especie y mi planeta… y por mis amigos los marcianos. Hice una profunda inspiración y di el primer paso.

El aire que llenó mis pulmones me salvó; llevaba consigo una fragancia celestial. Miles y miles de marcianos apretados en estrechas filas; el perfume que llenaba la plaza era como si alguien hubiese roto una caja entera de Embrujo de Selva. La convicción de que era aquello lo que olía fue tan fuerte que sin querer miré hacia atrás para ver si Penny me había seguido. Aún podía sentir su apretón de manos.

Empecé a cojear a lo largo del corredor que se abría ante mí, tratando de hacerlo a la misma velocidad con que un marciano se mueve en su planeta. La multitud iba cerrando filas detrás de mí, cortándome la retirada. A veces salían algunos chicos de entre las filas y echaban a correr delante de mí. Al decir chicos me refiero a los marcianos recién fisionados del cuerpo de sus hermanos acoplados, con aproximadamente la mitad de la masa y no más de la mitad de altura que un adulto. Nunca salen del nido y nosotros nos sentimos inclinados a olvidar que también deben de existir niños marcianos. Se requieren casi cinco años, después de la escisión, para que un marciano alcance de nuevo su talla normal, su cerebro funcione con todas sus facultades y recobre la memoria. Durante este período de transición, el marciano en desarrollo es un idiota que estudia para estúpido. La ordenación de los genes y su subsiguiente regeneración a consecuencia del acoplamiento y escisión, hacen que el nuevo individuo quede prácticamente inutilizado durante un largo tiempo. Una de las películas de Bonforte era un estudio sobre este tema, acompañado por algunas estereofotos de aficionado no muy buenas.