La preparación que realicé en el viaje a Marte no fue nada comparada con el duro estudio que hice en el viaje a New Batavia. Ya contaba con el carácter básico; ahora resultaba necesario rodearlo del ambiente adecuado, prepararme para ser Bonforte bajo cualquier circunstancia. Mientras mi pensamiento estaba fijo en la audiencia real, cuando me hallase en New Batavia era posible que me encontrase con cualquiera de cientos o miles de personas. Roger planeó el proporcionarme una defensa en profundidad del tipo acostumbrado para cualquier personaje que tiene trabajo que despachar; a pesar de todo, no podría evitar el encontrarme con mucha gente… una figura pública es propiedad del público, eso es inevitable.
El número en la cuerda floja que iba a intentar sólo fue posible gracias al archivo Farley que llevaba Bonforte, quizá uno de los mejores existentes. Farley, un secretario político del siglo veinte, creo que de Eisenhower, y el método que inventó para manejar las relaciones personales de los políticos fue tan revolucionario como la invención alemana de Estado Unificado lo fue para la guerra. Sin embargo, nunca había oído hablar de aquel sistema hasta que Penny me lo explicó.
No era más que un archivo de personas. Sin embargo, el arte de la política, no trata de otra cosa que de personas. Ese archivo contenía a todos, o a casi todos, de los miles y miles de personas que Bonforte había conocido durante el curso de su larga vida política; cada ficha consistía en lo que él sabía de aquella persona desde el punto de vista de sus relaciones con Bonforte. Cualquier cosa, no importa cuán trivial fuese… en realidad, las primeras anotaciones eran siempre trivialidades: nombres y apodos de las esposas, hijos, aficiones, gustos en la comida o en la bebida, prejuicios, excentricidades. Después de esto seguía una lista de las fechas, lugares y comentarios para cada ocasión en que Bonforte se había encontrado con aquella persona particular.
Cuando era posible, se incluía una fotografía. Podía existir o no información suplementaria, es decir, datos que habían sido investigados en lugar de conocidos directamente en sus encuentros con Bonforte. Eso dependía de la importancia política de la persona en cuestión. A veces la información suplementaria llegaba a ser una biografía formal formada por miles de palabras.
Tanto Penny como Bonforte llevaban siempre consigo micro-registros operados por la temperatura de su cuerpo. Si Bonforte se encontraba solo podía dictar en su aparato siempre que se le presentaba una oportunidad… en las antesalas, mientras viajaba en coche, etcétera. Si Penny iba con él, ella misma registraba la información en el suyo, que aparentaba la forma de un reloj de pulsera. No era posible que Penny realizase todo el trabajo de transcripción y microfilmado; dos de las muchachas en la oficina de Jimmy Washington no se ocupaban de otra cosa.
Cuando Penny me mostró su archivo Farley y vi su gran volumen… no había duda que era voluminoso, aún a diez mil palabras para cada carrete… y me dijo que eso representaba únicamente información personal sobre los amigos y conocidos del señor Bonforte, gemí:
—¡Dios santo, criatura! Ya le dije que este trabajo era imposible. ¿Cómo voy a recordar todo esto?
—Naturalmente que no podrá.
—Pero me acaba de decir que eso es lo que él recuerda de todas sus amistades y conocidos.
—No exactamente. Dije que esto es lo que él quisiera recordar. Pero ya que ello no es humanamente posible, ésta es la forma en que lo hace. No se preocupe, no tendrá que aprender nada de memoria. Sólo quiero que sepa que tenemos toda esta información disponible para cuando sea necesaria. Mi trabajo consiste en que disponga por lo menos de uno o dos minutos para repasar la ficha Farley correspondiente antes de que nadie entre a verle. Si tenemos necesidad de ello puedo prestarle el mismo servicio a usted.
Miré a una ficha típica que había proyectado sobre la pantalla de sobremesa. Una cierta señora Saunders de Pretoria, Sudáfrica, creo que era. Tenía un bulldog llamado Snuffles Bullyboy, varios descendientes surtidos y le gustaba un poco de limón y soda con su whisky.
—Penny, ¿es posible que quiera hacerme creer que Bonforte simula recordar semejantes minucias? No me parece correcto.
En vez de irritarse ante el ataque a su ídolo, Penny asintió serenamente.
—Yo también lo creí alguna vez. Pero no ve el asunto en su correcta perspectiva, Jefe. ¿No escribe usted el número de teléfono de sus amigos?
—¿Cómo? Desde luego.
—¿Es algo incorrecto? ¿Se excusa usted ante su amigo porque le importa tan poco su amistad que no puede acordarse de su número de teléfono?
—¿Eh? Bien, me rindo. Me ha convencido.
—Todas estas son las cosas que quisiera recordar si su memoria fuese perfecta. Ya que ello no es posible, es tan correcto hacerlo en esta forma como el usar un calendario de mesa para acordarse de los cumpleaños de los amigos… en realidad, no es más que una gigantesca libreta para acordarse de todo. Pero esto tiene aún mayor importancia. ¿Alguna vez ha tenido la oportunidad de saludar a una persona importante?
Traté de recordar. Penny no se refería a los personajes de la carrera teatral; casi desconocía su existencia.
—Una vez conocí al presidente Warfield. Yo era un muchacho de diez u once años.
—¿Se acuerda de los detalles?
—Desde luego. Él me dijo: “¿Cómo te has roto el brazo, hijo?”. Y yo le contesté: “Iba en mi bicicleta, señor”. Y él me contestó a su vez: “A mí me pasó lo mismo, sólo que me rompí la clavícula”.
—¿Cree que podría acordarse de eso si aún viviera?
—Pues no.
—Es posible que lo hiciera… quizá le tenía a usted en su archivo Farley. El archivo incluye a los muchachos de esta edad, porque los chicos crecen y se hacen hombres. La idea es que las personas como el presidente Warfield conocen muchas más personas de las que pueden recordar. Cada uno de esa inmensa multitud recuerda su propio encuentro con el hombre famoso hasta el menor detalle. Porque la persona más importante del mundo es uno mismo… y un político nunca debe olvidar este hecho. De modo que no es más que una muestra de buena educación y cortesía por parte de un político el encontrar la forma de recordar todos esos pequeños detalles. Eso es algo esencial… en política.
Hice que Penny me mostrase la ficha Farley del emperador Willem. Era bastante corta, lo que me desanimó al principio, hasta que me di cuenta que aquello significaba que Bonforte no conocía íntimamente al Soberano y sólo lo había visto en unas pocas ceremonias oficiales, ya que el puesto de Ministro Supremo lo había desempeñado antes de la muerte del viejo emperador Federico. No había información suplementaria, sólo una simple nota: “Ver la Casa de Orange”. Yo no lo hice… Sencillamente, no tenía tiempo de leer millones de palabras de la historia del Imperio y del Pre-Imperio, y de todas maneras, cuando yo fui a la escuela, siempre obtuve excelentes notas en la asignatura de Historia. Todo lo que necesitaba era lo que Bonforte sabía de él que las demás personas desconocían.
Se me ocurrió que el archivo debía de incluir a todas las personas de la nave, porque, primero, eran personas, y segundo, conocidas o amigas de Bonforte. Pedí a Penny que me mostrase las fichas. Pareció un poco sorprendida ante mi demanda.
Al cabo de un momento el sorprendido era yo. El Tom Payne llevaba en su interior nada menos que seis miembros de la Asamblea Interplanetaria. Naturalmente, lo eran Roger Clifton y el señor Bonforte, pero la primera anotación en la ficha de Dak decía: “Broadbent, Darius K., honorable señor, delegado por la Liga de Pilotos Siderales, Primera División”. También mencionaba el hecho de que tenía el título de doctor en Ciencias Físicas, que había sido campeón de pistola (reserva) en los juegos imperiales nueve años antes y que había publicado tres libros de versos bajo el seudónimo de Acey Wheelwright. Me convencí de que nunca debemos juzgar a un hombre sólo por su aspecto.