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¡Para mi profesión, desde luego! Me había criado en aquel ambiente, me gustaba, tenía una profunda aunque poco lógica idea de que el arte era algo que valía la pena de sacrificarse por él… y además, era lo único que sabía hacer para poder ganarme la vida. Pero ¿qué más?

Nunca me había sentido influido por las profundas teorías de la ética filosófica. Había leído algo sobre ellas, desde luego… ya que las bibliotecas públicas son una cómoda diversión para un actor que no tiene mucho dinero… pero las había encontrado tan pobres de vitaminas como el beso de una suegra. Con tiempo y papel suficiente, un filósofo puede demostrar cualquier cosa.

Sentía el mismo desprecio por la clase de educación moral que se dispensaba a la mayor parte de los niños. Mucho de sus elaboradas normas y lo que en el fondo significan no son más que las bases para establecer la sagrada norma de que un niño bueno es el que no molesta la siesta de su madre y que un hombre bueno es el que consigue una robusta cuenta corriente sin que le pillen infraganti. ¡No, muchas gracias!

Pero hasta los perros tienen reglas de conducta. ¿Cuáles eran las mías? ¿Cómo me comportaba yo?… o por lo menos, ¿cómo me gustaba creer que era mi conducta?

El espectáculo debe continuar. Siempre había creído y vivido en y para eso. Pero ¿por qué debe continuar el espectáculo?… sobre todo teniendo en cuenta que algunas de las obras son sencillamente horribles. Pues bien, porque uno había aceptado realizar su trabajo, porque el público espera allí fuera; han pagado su entrada y tienen derecho a lo mejor que se les pueda dar. Uno se lo debe. Se lo debe también a los tramoyistas, al director y al empresario y a todos los demás miembros de la compañía… y a aquellos que le han enseñado su profesión y a cientos y cientos de artistas que se alinean en el pasado, hasta los teatros al aire libre y graderías de piedra, y hasta los narradores de leyendas en los bazares morunos. Noblesse oblige.

Comprendí que la misma idea podía aplicarse a cualquier clase de profesión. Debemos dar tanto como recibimos. Construir con escuadra y nivel. El juramento de Hipócrates. No dejemos perder al equipo. Trabajo honrado para una paga honrada. Tales cosas no necesitan ser probadas; constituyen una parte esencial de la vida… ciertas por toda la eternidad, verdaderas en los más lejanos límites de la Galaxia.

De repente comprendí la idea básica del pensamiento de Bonforte. Si era cierto que existían bases éticas que transcendían el tiempo y el espacio, entonces se aplicaban tanto a los hombres como a los marcianos. Eran ciertas en cualquier planeta que girase en derredor de no importa qué estrella… y si la raza humana no se portaba de acuerdo con ellas, entonces no podrían conquistar las estrellas porque alguna otra raza mejor los echaría de la mesa por jugar con cartas marcadas.

El precio de la expansión era la virtud. Nunca des una oportunidad a un tonto, era una filosofía demasiado estrecha para llenar los anchos campos del espacio.

Pero Bonforte tampoco predicaba la dulzura y la flojedad: “Yo no soy un pacifista. El pacifismo es una tortuosa doctrina con la cual un hombre acepta los beneficios de la sociedad sin querer dar nada a cambio… y quiere que se le considere un santo por su falta de honradez. ¡Señor Presidente, la vida es de aquéllos que no tienen miedo de perderla! ¡Esta Ley debe ser aprobada!”. Con aquellas palabras se había levantado sentándose en los escaños de la oposición, que defendía un presupuesto militar que su propio partido rechazaba.

En otra ocasión: “¡Demos nuestra opinión! ¡Tomemos partido! A veces podemos estar equivocados… pero el hombre que no quiere decidirse por uno u otro lado siempre estará equivocado! El cielo nos libre de los cobardes que temen decidirse por algo. ¡Los que no están conmigo están contra mí!”. Estas últimas palabras fueron pronunciadas en una reunión del Directorio del Partido, pero Penny las había grabado en su microregistro y Bonforte las había archivado… Bonforte tenía el sentido de la historia; le gustaba guardar todos los documentos de alguna importancia. Si no lo hubiera hecho, ahora yo no habría podido tener tanto material para estudiar.

Decidí que Bonforte era de mi propia clase. O, por lo menos, era de la clase que yo prefería creer que era. La suya era una personalidad de la que me sentía satisfecho.

No puedo recordar que durmiera durante aquel viaje después que prometí a Penny que me presentaría en la audiencia real si Bonforte no se encontraba en condiciones de hacerlo personalmente. Traté de dormir… no hay necesidad de presentarse en escena con unas bolsas debajo de los ojos que parezcan las orejas de un perro de caza… pero me sentía fascinado por lo que estaba estudiando, y tenía abundantes píldoras de pimienta en el escritorio de Bonforte. Es sorprendente cuántas cosas se pueden hacer trabajando veinticuatro horas al día, libre de interrupciones y contando con toda la ayuda necesaria.

Pero poco antes de que llegásemos a New Batavia, el doctor Capek entró en la cabina y me dijo:

—Desnúdese el brazo izquierdo.

—¿Por qué? —pregunté.

—Porque cuando se presente ante el Emperador no queremos que se caiga al suelo de fatiga. Esta inyección le hará dormir hasta que aterricemos. Entonces le daré un antídoto.

—¿Eh? ¿Tengo que creer que usted no piensa que Bonforte estará dispuesto para la audiencia?

Capek no contestó, pero me dio la inyección de todas maneras. Traté de terminar de escuchar el discurso que tenía en el proyector estereoscópico, pero debí quedarme dormido en cuestión de segundos. No me di cuenta de nada hasta que escuché a Dak que decía con tono deferente:

—Despiértese, señor. Le ruego que se despierte. Estamos en el espaciopuerto de Lippershey.

8

Como nuestra Luna es un satélite desprovisto de aire, las espacionaves pueden aterrizar directamente en su superficie. Pero el Tom Payne, aunque era una espacionave, estaba diseñada para permanecer siempre en el espacio y aprovisionada en estaciones espaciales mantenidas en órbitas cerradas; por lo tanto, no disponía de trenes de aterrizaje de amortiguación y debía descender exactamente encima de una “cuna” metálica que le servía de soporte. Hubiera deseado estar despierto para verlo, porque dicen que en comparación es mucho más fácil recoger un huevo en un plato sin romperlo. Dak era uno de la media docena de pilotos que podían realizar semejante operación.

Pero ni siquiera pude ver al Tom Payne descansando en su “cuna”; todo lo que vi fue el interior del tubo de comunicación para pasajeros colocado en la compuerta hermética de la nave y luego el tubo neumático rápido para New Batavia… estos medios de comunicación, parecidos a nuestros antiguos metros, son tan rápidos que en mitad del camino uno se vuelve a encontrar en caída libre.

Nos dirigimos primero a la serie de habitaciones destinadas al Jefe de la Oposición; aquélla sería la residencia oficial de Bonforte hasta (si lo conseguía) que volviese al poder después de las próximas elecciones. La magnificencia de aquellas habitaciones me hizo pensar en cómo serían las destinadas al Ministro Supremo. Creo que New Batavia es, sin duda, la capital que posee mejores palacios de toda la historia; es una lástima que casi no se pueda ver desde el exterior… pero éste es un pequeño defecto que queda más que compensado por el hecho de que es la única ciudad en todo el Sistema Solar completamente a prueba de bombas termonucleares. O quizá debiera decir “en su mayor parte”, ya que cuenta con algunas estructuras en la superficie que podrían ser fácilmente destruidas. El departamento de Bonforte incluía un salón superior en el lado de una colina, que contaba con balcón protegido por una burbuja de plástico desde el que se podían contemplar las estrellas y la madre Tierra… pero su dormitorio y su despacho estaban abajo, a más de mil pies de sólida roca, comunicados por un ascensor privado.