Admití que había hecho aquel papel.
—Casi he gastado a trozos el microfilm. Río y lloro casi al mismo tiempo.
—Ésa es la idea —vacilé, y luego le confesé que el tipo de bohemio Willie era copiado de un gran artista de otro siglo—. Pero prefiero los papeles dramáticos.
—¿Como éste?
—Bien… no exactamente. En este papel, una sola representación es suficiente. No quisiera que durase una larga temporada en las carteleras.
—Lo creo. Bien, dígale a Roger Clifton… No, no le diga eso a Clifton. No creo que ganemos nada por contarle a nadie nuestra conversación de última hora. Si se lo dice a Clifton, aunque le explique que no quiero que se preocupe, sólo servirá para ponerle nervioso. Y tiene mucho trabajo que hacer. De modo que será mejor que mantengamos el secreto, ¿eh?
—Como su Majestad prefiera.
—No siga con el tratamiento, por favor. Nos callaremos, porque es lo mejor para todos. Siento no poder hacer una visita al pobre Joe. No creo que pudiera ayudarle en nada… aunque antes creían que la mano de un Rey podía obrar milagros. De modo que no diremos nada de todo esto y haremos ver que nunca le he descubierto.
—Sí… Willem.
—Creo que ya debe marcharse. Le he retenido mucho tiempo.
—Como quiera.
—Haré que Pateel le acompañe… ¿o conoce el camino? ¡Ah, un momento! —buscó entre los papeles de su escritorio, murmurando—: Esa chica ya debe de haber arreglado los papeles otra vez. No… aquí está —sacó un pequeño libro—. Es posible que no volvamos a vernos… de modo que ¿no le importaría concederme su autógrafo antes de despedirnos?
9
Encontré a Roger y a Bill mordiéndose las uñas en el salón superior de Bonforte. En el mismo instante en que entré en la habitación, Corpsman se lanzó contra mí.
—¿Dónde demonios ha estado?
—Con el Emperador —contesté fríamente.
—Ha tardado cinco o seis veces más de lo que debía.
No me molesté en contestarle. Desde la discusión sobre el asunto del discurso, Corpsman y yo habíamos trabajado juntos, pero no era más que un matrimonio de conveniencia, sin una pizca de amor. Cooperamos mutuamente, pero no llegamos a enterrar el hacha de guerra… a menos que fuese en mi espalda. No hice ningún esfuerzo para reconciliarnos y tampoco veía ninguna razón para hacerlo… en mi opinión, sus padres se habían conocido brevemente en un baile de carnaval.
No creo que sea una buena política el pelearse con los otros miembros de la compañía, pero la única forma en que Corpsman parecía dispuesto a aceptarme era como a un criado, con el sombrero en la mano y muy humildemente, señor. No estaba dispuesto a complacerle en aquel punto, ni siquiera para mantener la paz. Yo era un profesional, contratado para realizar un trabajo profesional, en extremo difícil, y a los profesionales no se les hace entrar por la escalera de servicio: se les trata con respeto.
De modo que ignoré su pregunta y le pregunté a Roger:
—¿Dónde está Penny?
—Con él. También están allí Dak y el doctor, en este momento.
—¿Está él aquí?
—Sí—Clifton vaciló—. Le hemos puesto en lo que se supone es el dormitorio de la esposa. Era el único sitio donde podemos mantener el secreto y seguir dándole los cuidados que necesita. Espero que no le importe.
—Nada de eso.
—No le causará ninguna molestia. Los dos dormitorios están unidos, como quizá ha visto, únicamente a través del tocador, y hemos cerrado esa puerta. Es a prueba de sonidos.
—Me parece un buen arreglo. ¿Cómo se encuentra?
Clifton frunció el ceño.
—Mejor, mucho mejor… en general. Está en posesión de sus facultades la mayor parte del tiempo —hizo una pausa—. Puede ir a verle, si gusta.
Yo hice una pausa aún más larga.
—¿Cuándo cree el doctor Capek que estará en condiciones de presentarse en público?
—Es difícil de decir. No cree que tarde mucho.
—¿Cuánto? ¿Tres o cuatro días? ¿Lo bastante pronto como para que podamos cancelar todos nuestros compromisos y hacerme desaparecer? Roger, no sé cómo explicarlo, pero, aunque me gustaría mucho visitarle y ofrecerle mis saludos, no creo que deba verle hasta después de que haya hecho mi última presentación en público. Puede hacer fracasar mi caracterización.
Yo había cometido el terrible error de ir al funeral de mi padre; durante muchos años después, cuando pensaba en él, le veía siempre en el ataúd. Sólo muy lentamente pude recuperar la verdadera imagen… el hombre viril y dominante que me había criado con mano firme y que me enseñó mi oficio. Tenía miedo de que me sucediera algo semejante con Bonforte; ahora yo estaba representando a un hombre sano, en la plenitud de sus fuerzas, en la forma en que le había visto en sus numerosos rollos de estereocine. Temía que si le veía enfermo, aquel recuerdo haría confusa y vacilante mi falsa personalidad.
—No insisto —contestó Clifton—. Usted sabe lo que es mejor. Es posible que podamos evitar el que usted tenga que volver a aparecer en público, pero quiero mantenerle en reserva y dispuesto para presentarse, hasta que se haya recobrado por completo.
Casi se me escapó que también el Emperador quería que se hiciera de aquel modo. Pero me contuve… La impresión de que el Emperador descubriera mi papel me había hecho perder la serenidad. Pero aquella idea me hizo recordar un asunto que estaba sin terminar.
—Aquí está la lista aprobada para las agencias de noticias. Bill. Ya verá que se ha hecho un cambio… De La Torre por Braun.
—¿Qué?
—Jesús De La Torre por Lothar Braun. Así lo quiere el Emperador.
Clifton pareció asombrado; Corpsman, asombrado y furioso.
—¿Qué tiene que ver él con esto? No tiene ningún derecho a opinar.
Clifton dijo largamente:
—Bill tiene razón, Jefe. Como abogado especialista en Ley constitucional puedo asegurarle que la confirmación del Soberano es puramente nominal. No debió permitirle que hiciera ningún cambio.
Me sentí a punto de gritarles que se fueran al diablo, y sólo la superpuesta personalidad de Bonforte me salvó de ello. Había tenido un día agotador, y a pesar de una brillante actuación, el inevitable desastre me había alcanzado por fin. Quería decirle a Roger que si Willem no hubiera sido en realidad un gran hombre, un Rey en el verdadero sentido de la palabra, todos estaríamos perdidos… sencillamente porque no se me habían dado todas las respuestas necesarias. Pero en vez de ello contesté:
—Ya está hecho y así quedará.
Corpsman saltó:
—¡Eso es lo que usted cree! He dado la lista a los periodistas hace dos horas. Ahora tendrá que ir allí y arreglar las cosas. Roger, será mejor que llames al Palacio en el acto y…
—¡Quieto!—estallé.
Corpsman se calló. Luego continué en voz baja:
—Roger, desde un punto de vista legal es posible que tenga razón. No puedo decirlo. Pero sí puedo decir que el Emperador se creyó con derecho a objetar el nombramiento de Braun. Ahora, si uno de ustedes quiere ir a ver al Emperador a discutir con él, puede hacerlo. Pero yo no voy a ninguna parte. Voy a sacarme de encima esta anacrónica camisa de fuerza, quitarme los zapatos y beberme un whisky doble. Después me iré a la cama.
—Un momento, Jefe —objetó Clifton—. Tenemos una emisión de cinco minutos en la cadena de estereovisión para proclamar el nuevo Gabinete.
—Usted puede hacerlo. Usted es el viceprimer ministro en el nuevo Gobierno.
Clifton parpadeó:
—De acuerdo.
Corpsman insistió:
—¿Qué hay de lo de Braun? Tenemos un compromiso con él.
Clifton le miró pensativo.
—No es ningún escrito que yo haya visto, Bill. Sencillamente le preguntamos si estaba dispuesto a aceptar el cargo, como a todos los demás. ¿Es eso lo que quieres decir?