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El buen doctor Capek llegó hasta el fondo de sus dificultades y le dio unas cuantas sugestiones poshipnóticas que la ayudaron y calmaron por completo, y desde luego, después de aquello no volvió a la habitación del enfermo. A mí no me dijeron nada; no era algo que pudiera importarme. Pero Penny se recobró completamente y de nuevo se mostró con su verdadero carácter adorable y con una asombrosa eficiencia en el trabajo.

Aquello significaba mucho para mí. Seamos sinceros; si no hubiera sido por Penny, por lo menos en dos ocasiones me habría marchado lleno de disgusto por aquella lucha de ratas callejeras.

Una de las reuniones del partido era imposible evitarla: se trataba de la Comisión Organizadora de la Campaña Electoral. Dado que el Partido Expansionista era minoritario, ya que sólo era la fracción mayor de una coalición de distintos partidos unidos únicamente por la personalidad y dirección de John Joseph Bonforte, yo no tenía otro remedio que colocarme en su lugar y verter aceite sobre las aguas agitadas por aquellas primas donnas. Se me preparó para esa ocasión con extremado cuidado, y Roger se sentaría a mi lado para ayudarme en el caso de que yo fallase en algo. Pero era un trabajo que no podía delegarse en ninguna otra persona.

Unas dos semanas antes del día de las elecciones teníamos que celebrar una reunión en la cual se repartirían los distritos “incondicionales”. Nuestra organización política siempre disponía de treinta a cuarenta distritos que podían utilizarse para hacer a alguien elegible para un cargo de Gobierno, o para conseguir el nombramiento de Representante para un secretario político indispensable; por ejemplo, una persona con el cargo de Penny era mucho más útil si tenía categoría oficial, con derecho a moverse o a hablar en la Asamblea, o de asistir a las reuniones más importantes del partido, o bien por otras razones políticas. El mismo Bonforte era elegido en uno de esos distritos “incondicionales”, ahorrándole así la necesidad de hacer su propia campaña electoral. Clifton tenía otro. Dak también lo habría tenido si no fuese por el hecho de que contaba con el apoyo unánime del Gremio de Pilotos. Roger hasta llegó a decirme en una ocasión que si alguna vez quería dedicarme a la política, sólo tenía que decir una palabra y mi nombre iría en la próxima lista.

Algunos de estos puestos siempre se reservaban para gente adicta al Partido, dispuesta a dimitir cuando fuese necesario, y dar estado oficial de Representante a otra persona, o por cualquier otra razón.

Pero todo aquello creaba intereses personales y, siendo lo que era la coalición, resultaba necesario que Bonforte en persona decidiera la parte que le correspondía a cada uno y que presentase la lista final a la Comisión Organizadora. Era un trabajo de última hora, que se hacía casi en el mismo instante en que se preparaban las listas de candidatos.

Cuando Dak y Roger entraron en mi despacho, yo estaba trabajando en un discurso y le había dicho a Penny que no dejase pasar a nadie a menos que llevara la camisa incendiada. La noche anterior, Quiroga había pronunciado un discurso absurdo en Sidney, Australia, y era tal la naturaleza de sus manifestaciones, que no me sería difícil hacer que se tragase sus palabras. Estaba intentando redactar el discurso sin ayuda de nadie, y tenía muchas esperanzas de que resultaría aprobado por los demás.

Cuando entraron, me recliné en la silla y les dije:

—Oigan esto —y les leí un par de los párrafos principales—. ¿Qué les parece?

—Con eso podremos arrancarle la piel y clavarla en la puerta —admitió Roger—. Aquí tiene la lista de los “incondicionales”, Jefe. ¿Quiere repasarla? Tenemos que asistir a la reunión dentro de veinte minutos.

—¡Oh, esa maldita reunión! No veo la necesidad de que yo repase la lista. ¿Hay algo de particular que quieran explicarme?

Sin embargo, cogí la lista de las manos de Roger y le di una ojeada. Los conocía a todos por sus fichas y a unos cuantos por haberme visitado; conocía la razón por la cual uno de ellos tenía que ser elegido.

Luego un nombre me saltó ante los ojos: Corpsman, William J.

Traté de dominar lo que creía que era una irritación justificada y dije en voz baja:

—Veo que Bill está en la lista, Roger.

—¡Oh, sí! Quería hablarle de eso. Mire, Jefe, como todos sabemos, han habido ciertas discusiones entre usted y Bill. No es que le eche la culpa a usted, ha sido Bill el causante. Pero siempre existen dos lados en una discusión. Lo que quizá usted no sabe es que Bill tiene un tremendo complejo de inferioridad; eso le hace muy suspicaz. Ahora lo arreglaremos.

—¿Bien?

—Sí. Es lo que él siempre ha deseado. Mire, todos nosotros tenemos categoría oficial, somos miembros de la Asamblea, quiero decir. Hablo de los que trabajamos cerca de… ¡uh! de usted. Bill se resiente. Le he oído decir, después de unas cuantas copas, que él no es más que un empleado. Está amargado por eso. No le importa, ¿no es cierto? El Partido puede hacerlo y creemos que vale la pena, a cambio de eliminar fracciones en nuestro Cuartel General.

Yo había conseguido dominarme por completo.

—Todo esto no me atañe a mí. ¿Por qué tiene que importarme, si eso es lo que Bonforte quiere?

Capté una mirada entre Dak y Roger. Añadí:

—¿Es eso lo que Bonforte quiere? ¿No es así, Dak?

Dak respondió bruscamente:

—Díselo, Roger.

Roger dijo lentamente:

—Dak y yo lo hemos arreglado entre los dos. Creemos que es lo mejor.

—¿Entonces Bonforte no ha aprobado la designación? Se lo habrán consultado, desde luego.

—No. No lo hemos hecho.

—¿Por qué no?

—Jefe, éste no es un asunto para molestar a Bonforte. Está enfermo y muy cansado. No quiero preocuparle con nada que no sea una decisión política importante… y esto no lo es. Se trata de un distrito que tenemos ganado sea quien sea el que se presente a la elección.

—Entonces, ¿por qué me lo preguntan a mí?

—Bien; creímos que debería saberlo… y la razón del porqué lo hacemos. Creemos que debería aprobarlo.

—¿Yo? Me piden que tome una decisión como si yo fuese Bonforte. Yo no soy Bonforte —golpeé la mesa con un gesto nervioso acostumbrado en él—. O bien esta decisión debe tomarla Bonforte y entonces tienen que consultarle a él o no lo es y entonces no tienen por qué consultarme a mí.

Roger mordió la punta de su cigarro y luego dijo:

—De acuerdo. Hágase cuenta de que no le he dicho nada.

—¡No!

—¿Qué quiere decir?

—Quiero decir ¡no! Ya me lo han preguntado; por lo tanto, es que no están seguros de ello. De modo que si esperan que yo presente esta lista a la Comisión como si yo fuese Bonforte, entonces entren ahí dentro y se lo preguntan a él.

Los dos se sentaron y se quedaron silenciosos por un momento. Por fin Dak suspiró y dijo:

—Dile todo lo demás, Roger. O se lo diré yo.

Esperé. Clifton se quitó el cigarro de la boca y dijo:

—Jefe, Bonforte ha tenido un ataque hace cuatro días. No se encuentra en condiciones de ser molestado.

Me quedé inmóvil y empecé a contar hasta cien. Cuando me hube repuesto de la sorpresa, pregunté:

—¿Cómo está su mente?

—Su mente parece bastante despejada, pero se encuentra terriblemente fatigado. Aquella semana que pasó prisionero fue una tortura mayor de lo que pensamos. El ataque lo ha tenido inconsciente durante veinticuatro horas. Ahora se ha repuesto, pero el lado izquierdo de su cara está paralizado y todo su costado izquierdo completamente inmóvil.

—¡Uh!… ¿Qué es lo que dice el doctor Capek?

—Cree que cuando el coágulo se disuelva, la parálisis desaparecerá. Aunque tendrá que llevar una vida reposada. Pero Jefe, en estos momentos está enfermo. Tenemos que seguir adelante durante el resto de la campaña sin contar con su ayuda.