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Sentí la misma impresión que cuando había perdido a mi padre. Nunca había visto a Bonforte y no tenía otra ayuda de él que unas cuantas correcciones en un papel hechas con una mano temblorosa. Pero aquello me servía de sostén moral. El simple hecho de que se encontrara en aquella habitación cercana había hecho que todo fuese posible.

Respiré profundamente, como un boxeador antes de entrar en combate, y dije:

—De acuerdo, Roger. Tendremos que hacerlo solos.

—En efecto, Jefe —se puso en pie—. Tenemos que marcharnos a la reunión. ¿Qué hay de eso?

Hizo un gesto hacia la lista de “incondicionales”.

—¡Oh!

Traté de pensar con rapidez.

Era posible que Bonforte quisiera recompensar a Bill con el privilegio de poder llamarse Muy Honorable, para hacerle feliz. Bonforte no era tacaño con esas cosas; no era del tipo que ata la boca de los caballos que muelen el grano. En uno de sus ensayos políticos había dicho: “Yo no soy un intelectual. Si poseo algún talento especial es el de escoger colaboradores de gran capacidad y dejarles trabajar tranquilos”.

—¿Cuánto tiempo ha trabajado Bill con él? —pregunté de repente.

—¿Eh? Cosa de cuatro años. Un poco más.

No había duda de que a Bonforte le gustaba su trabajo.

—En ese tiempo, ¿ha habido unas elecciones generales, no es cierto? ¿Por qué no le hizo Representante en aquella ocasión?

—Pues, no lo sé. Nunca se presentó la ocasión.

—¿Cuándo hizo nombrar a Penny?

—Hace tres años. En una elección secundaria.

—Ahí tiene su respuesta, Roger.

—No le comprendo.

—Bonforte podía haber hecho nombrar Representante a Bill en cualquier momento. No quiso hacerlo. Quite su nombre y pongan en su lugar a uno de los que están dispuestos a dimitir cuando queramos. Si luego… si es que se siente dispuesto a ello.

Clifton no hizo comentarios. Simplemente recogió la lista y dijo:

—De acuerdo, Jefe.

Aquella misma noche Bill presentó su dimisión. Supongo que Roger se vería obligado a decirle que su propuesta no había sido aceptada. Pero cuando Roger me comunicó la noticia me sentí realmente enfermo, comprendiendo que mi intransigente actitud nos había colocado a todos en una situación peligrosa y así se lo dije. Clifton denegó con la cabeza.

—¡Pero él lo sabe todo! Fue idea suya desde el principio. Fíjese en la cantidad de basura que puede llevar al campo contrario.

—Olvídese de eso, Jefe. Bill puede estar despechado… yo no puedo perdonar a un hombre que nos abandona en medio de una campaña electoral; simplemente es algo que no debe hacerse nunca. Pero no es un traidor. En su profesión no se revelan los secretos del cliente, aunque lleguen a pelearse.

—Espero que no se equivoque.

—Ya lo verá. No se preocupe más. No piense más que en el trabajo.

A medida que fueron pasando los días llegué a la conclusión de que Roger conocía a Bill mejor que yo. No supimos nada de él mientras la campaña continuaba su curso, cada vez más dura, pero sin el menor indicio de que nuestro gigantesco engaño estuviera comprometido. Empecé a sentirme más tranquilo y me dediqué a la tarea de producir los mejores discursos estilo Bonforte que me era posible… a veces con la ayuda de Roger; otras veces sencillamente con su aprobación. Bonforte iba mejorando continuamente, pero Capek insistía en que debía mantener reposo absoluto.

Roger tuvo que ir a la Tierra durante la última semana; hay ciertas clases de compromisos que no pueden hacerse por correspondencia. Después de todo, los jefes locales tienen más importancia que los oradores elocuentes. Pero teníamos que seguir produciendo discursos y asistiendo a las reuniones de prensa; yo seguí con el trabajo, ayudado por Dak y Penny… Desde luego ahora yo estaba mucho mejor preparado; la mayor parte de las preguntas podía contestarlas sin detenerme a pensar.

El día que Roger tenía que regresar, teníamos programada la acostumbrada conferencia de prensa que celebramos dos veces por semana. Yo tenía la esperanza de que Roger llegaría a tiempo para asistir a la reunión, pero no había ninguna razón para que no pudiera hacerlo yo solo. Penny entró delante de mí, llevando la cartera de documentos; pude oír como ahogaba una exclamación.

Entonces vi que Bill estaba sentado al otro extremo de la mesa.

Pero lancé una mirada alrededor de la sala como de costumbre y dije:

—Buenos días, caballeros.

—Buenos días, señor Ministro —contestó la mayoría.

Luego añadí:

—Buenos días, Bill. No sabía que iba a encontrarle aquí. ¿A quién representa?

Todos guardaron silencio para escuchar su respuesta. Cada uno de los demás periodistas sabía que Bill nos había abandonado o había sido despedido. Bill sonrió y dijo:

—Buenos días, señor Bonforte. Trabajo para el Sindicato de Prensa Krein.

Me di cuenta de que íbamos a tener dificultades y traté de no darle la satisfacción de que el temor se asomase a mis ojos.

—Una buena compañía. Espero que le paguen todo lo que usted vale. Y ahora al trabajo… las preguntas escritas primero. ¿Las tiene aquí, Penny?

Leí rápidamente las preguntas escritas, dando las contestaciones para las que había tenido tiempo de prepararme, luego me incliné en la silla como de costumbre y dije:

—Nos queda tiempo para charlar un poco, caballeros. ¿Alguna otra pregunta?

Hubo varias. Me vi obligado a contestar “Sin comentario” sólo una vez… una respuesta que Bonforte prefería hacer en vez de dar una explicación ambigua. Por fin miré el reloj y dije:

—Creo que eso es todo por hoy, señores.

Y empecé a levantarme.

—¡Smythe!—gritó Bill.

Seguí levantándome, sin mirarle.

—¡Me refiero a ti, falso Bonforte-Smythe!—continuó furioso, gritando aún más.

Aquella vez le miré con asombro… creo que con la expresión adecuada a un alto personaje que se ve obligado a enfrentarse con una grosería en circunstancias improbables. Bill me estaba señalando con el dedo y tenía el rostro congestionado.

—¡Impostor! ¡Actor de segunda clase! ¡Fraude!

El corresponsal del Times de Londres que se encontraba a mi derecha me dijo en voz baja:

—¿Quiere que llame a los guardias, señor?

—No —contesté—. Creo que es inofensivo.

Bill se echó a reír.

—De manera que soy inofensivo, ¿eh? Ya lo veremos.

—Creo que debería hacerlo, señor —insistió el hombre del Times.

—No —luego añadí severamente—: Ya basta, Bill. Será mejor que salga de aquí.

—¡Eso es lo que quieres tú!

Y a continuación empezó a relatar rápidamente la historia básica. No hizo ninguna mención del secuestro y no habló de la parte que él había desempeñado en el engaño, pero sugirió que nos había dejado antes de tomar parte en semejante estafa. La suplantación la atribuyó, correctamente, a una enfermedad de Bonforte… pero dejando entender que nosotros le habíamos drogado.

Le escuché con paciencia. La mayor parte de los periodistas primero le escucharon con sorpresa, con la expresión del que se ve expuesto sin desearlo a una desagradable discusión familiar. Luego algunos de ellos empezaron a tomar notas en sus cuadernos o a dictar en los microregistros.

Cuando acabó le pregunté:

—¿Has terminado, Bill?

—¿Es suficiente, no crees?

—Más que suficiente. Lo siento, Bill. Eso es todo, señores. Tengo que volver a mi trabajo.

—Un momento, señor Ministro —exclamó alguien—. ¿No quiere refutar estas acusaciones?