Otro añadió:
—¿No va a perseguirle judicialmente?
Contesté primero a la última pregunta:
—No. No le denunciaré. No se denuncia a un loco.
—¿Loco yo? —gritó Bill.
—Tranquilícese, Bill. En cuanto a refutar los cargos, no creo que sea necesario. Sin embargo, veo que alguno de ustedes ha estado tomando notas. Aunque dudo que ninguno de sus editores quiera publicar esta historia, si es que lo hacen, la anécdota que voy a contarles puede añadir un poco de interés. ¿Han oído hablar del profesor que pasó cuarenta años de su vida tratando de probar que la Odisea no fue escrita por Homero… sino por otro griego que llevaba el mismo nombre?
Conseguí solamente algunas risas de cortesía. Sonreí y empecé a dar media vuelta. Bill se me acercó corriendo y me cogió por el brazo.
—¡No podrás salir de esto con un chiste!
El corresponsal del Times… el señor Ackroyd, creo que se llamaba, le apartó de mi lado.
Dije:
—Gracias, señor —luego añadí dirigiéndome a Corpsman—: ¿Qué es lo que quiere conseguir, Bill? He tratado de evitar que le arresten.
—¡Llama a los policías si te atreves, impostor! ¡Veremos quién de los dos se queda en la cárcel! ¡Espera hasta que te tomen las huellas dactilares!
Suspiré y traté de quitarle importancia a sus palabras.
—Esto ya pasa de ser una broma, señores. Creo que será mejor que terminemos de una vez. Penny, querida, ¿quiere hacer que alguien nos traiga un equipo para tomar mis huellas?
Sabía que estaba perdido… pero, ¡maldita sea!, si uno se encuentra en un naufragio, lo menos que debe hacer es portarse dignamente mientras la nave se hunde. Hasta el villano de la obra tiene derecho a salir a recoger los aplausos.
Bill no quiso esperar. Agarró el vaso de agua que yo tenía delante de mí en la mesa. Yo lo había tocado varias veces.
—Ya le he dicho en varias ocasiones, Bill, que debe moderar su lenguaje en presencia de una dama. Pero puede guardarse el vaso.
—¡Puedes estar seguro de que lo guardaré bien!
—Bien. Ahora salga de aquí. De lo contrario, me veré obligado a llamar a la policía.
Bill salió de la sala sin pronunciar otra palabra. Nadie dijo nada por unos instantes. Por fin yo hablé:
—¿Puedo facilitarles mis huellas dactilares a alguno de ustedes?
Ackroyd contestó en el acto:
—¡Oh, estoy seguro de que no las necesitamos, señor Ministro !
—¡Por favor! Si es que realmente este incidente llega a publicarse, necesitan ustedes toda la información posible —insistí porque estaba de acuerdo con mi personaje… y en segundo y tercer lugar… porque no es posible estar un poco en estado o ligeramente desenmascarado… y tampoco quería que mis amigos entre los periodistas fuesen adelantados por Bill. Era lo último que podía hacer por ellos.
No hubo necesidad de enviar a buscar un equipo especial. Penny llevaba hojas de papel carbón y alguien llevaba uno de esos cuadernos con hojas de plástico. Hicimos unas impresiones excelentes. Luego les dije buenos días y salí de allí.
Llegamos hasta la oficina de Penny; una vez dentro, ella cayó al suelo desmayada. La llevé hasta mi despacho, la coloqué en el diván y luego me senté en mi mesa. Durante unos cuantos minutos no hice más que temblar de pies a cabeza.
Ninguno de los dos sirvió para gran cosa durante el resto de aquel día. Seguimos adelante con el trabajo como si no hubiera sucedido nada excepto que Penny canceló todas las visitas, usando cualquier excusa. Yo tenía que pronunciar un discurso aquella noche y pensé seriamente en anular aquel compromiso. Pero escuché las noticias de la radio durante todo el día y no pude oír ni una sola palabra del incidente de aquella mañana. Comprendí que estaban comparando las huellas dactilares antes de arriesgarse a publicar semejante noticia… Después de todo, yo era el Ministro Supremo de Su Majestad. Necesitaban estar seguros. De modo que al fin decidí pronunciar mi discurso, ya que lo tenía escrito y la emisora había programado mi aparición en las pantallas de estéreo para toda la Tierra. Ni siquiera me fue posible consultar a Dak; se encontraba en Tycho City.
Fue el mejor discurso de mi vida. Puse el mismo entusiasmo que un cómico usa para tranquilizar al público mientras el teatro está ardiendo. Después que la línea fue cortada hundí el rostro entre mis manos y me eché a llorar, mientras Penny trataba de tranquilizarme. No habíamos hablado del asunto en todo el día.
Roger aterrizó a las veinte horas, hora de Greenwich, casi mientras yo terminaba, y vino a verme en el acto. Con voz apagada le conté lo sucedido. Me escuchó en silencio, mordiendo su cigarro, que se había apagado, el rostro impasible.
Al final dije casi suplicante:
—Tenía que darles las huellas dactilares, Roger. Lo comprende, ¿no es cierto? Negarme a ello no habría estado de acuerdo con la persona que represento.
Roger contestó:
—No se preocupe.
—¿Qué?
—He dicho: No se preocupe. Cuando llegue la confirmación de esas huellas de la Oficina de Identificación en La Haya, usted va a recibir una pequeña pero agradable sorpresa… y nuestro ex amigo Bill una mucho mayor, pero nada agradable. Si es que ya ha cobrado el dinero de su traición por adelantado, espero que se lo arranquen de la piel. Probable-
mente lo harán.
No podía dejar de entender lo que quería decir.
—¡Oh! Pero, Roger… no se detendrán ahí. Hay muchos otros sitios. Seguridad Social… los Bancos… ¡Oh!, infinidad de ellos.
—¿Es que cree que no lo tuvimos en cuenta? Jefe, sabía que esto podía suceder, un día u otro. Desde el momento en que Dak nos dio instrucciones para completar el plan Mardi Gras, empezamos a trabajar para cubrimos ante todas las contingencias. En todas partes. Pero no creí necesario que Bill lo supiera —aspiró en su cigarro apagado, se lo quitó de la boca y lo miró pensativo—. ¡Pobre Bill!
Penny suspiró suavemente y volvió a desmayarse.
10
Por fin conseguimos llegar al día de las elecciones. No volví a saber nada de Bill; las listas de pasajeros mostraron que se marchó a la Tierra dos días después de su fiasco. Si alguna agencia de prensa publicó algo yo no me enteré y Quiroga nunca llegó a mencionarlo en sus discursos.
Bonforte continuó mejorando hasta que nos sentimos seguros de que podría reasumir su trabajo después de las elecciones. Su parálisis continuaba en parte, pero ya lo teníamos todo previsto: se marcharía de vacaciones una vez terminadas las elecciones, una costumbre que casi todos los políticos siguen. La vacación sería en el Tom Payne, a salvo de miradas indiscretas. En algún momento, en el curso del viaje, yo sería trasladado a la Tierra bajo otro nombre… y el Jefe sufriría un leve ataque, producido por el cansancio de la campaña.
Roger tendría más trabajo con las huellas dactilares, pero podía esperar un año más para hacerlo.
El día de las elecciones yo me sentía tan contento como un perrito en un armario lleno de zapatos. Mi trabajo había terminado, aunque aún me quedaba algo por hacer. Ya tenía grabados dos discursos de cinco minutos para la emisión en cadena de todas las emisoras planetarias, uno aceptando generosamente la victoria, el otro reconociendo noblemente la derrota; eran mis últimos discursos. Cuando terminé el último, abracé a Penny y la besé. No pareció importarle mucho.
Lo que me quedaba por hacer era una actuación personal. Bonforte quería verme… en su papel… antes de que yo me marchase. No tenía ningún inconveniente. Ahora que la tensión me había abandonado, no me asustaba el verle, el actuar para él sería como un intermedio de comedia, excepto que trataría de hacerlo lo mejor que supiera. Pero ¿qué estoy diciendo? El hacerlo lo mejor que uno sabe es la esencia del teatro.