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– Sólo quiero hablar con ella.

– Pero ¿qué dices? No van a permitirte verla. Eso ya lo sabes, ¿verdad? ¿Cómo van a permitir que un desconocido entre a verla después de que le han disparado? Y mucho menos tratándose de la sobrina de un ex presidente. No me extrañaría que estuviera ya metido en el asunto el Servicio Secreto, el FBI…

Ella se interrumpió y estuvo en silencio tanto tiempo que C.J. volvió a tomar la palabra.

– ¿Charly? -preguntó él, mientras apretaba botones temiendo que se hubiera desconectado la comunicación.

– C.J., voy a tener que dejarte -respondió ella. Parecía distraída-. No… no hagas nada hasta que yo me vuelva a poner en contacto contigo, ¿me lo prometes? Te hablo ahora como abogado.

– Sí -gruñó él-. Te lo prometo.

Desconectó la llamada y se reclinó contra el asiento, tratando de concentrarse en la carretera para no pensar en qué significaría exactamente aquello de «estado crítico». Tratando de no pensar en aquel rostro de cuento de hadas ni en aquellos ojos plateados, tan hermosos como una caricia. Lo que no tuvo que esforzarse mucho para evitar fueron los pensamientos sobre aquel hermoso rostro y esbelto cuerpo cubiertos de sangre, arruinados por la violencia. Su mente se protegió contra aquellas imágenes, igual que los ojos se esfuerzan por evitar el sol.

Aunque le pareció más tiempo, poco más de media hora después el teléfono volvió a sonar otra vez.

– C.J., soy yo -susurró Charly. Parecía tener prisa-. Voy a reunirme allí contigo, ¿de acuerdo? Si llegas allí…

– ¿Reunirte allí conmigo?

– En el hospital. Si llegas antes que yo, espérame, ¿de acuerdo? No hagas nada hasta que no tengas noticias mías. ¿Me has oído?

– Charly ¿qué estás planeando? No creo que vaya a necesitar un abogado para esto.

– Tal vez sí, tal vez no, pero conozco a alguien que puede conseguir que veas a Caitlyn Brown.

La mujer que había sobre la cama del hospital se movió. Sus dedos asieron la sábana como si deseara colocársela de nuevo sobre el pecho.

– La tormenta… -murmuró Caitlyn. Cerró los ojos. Después de un momento, volvió a hablar con voz abotargada y lenta-. ¿Qué es lo que quiere? ¿Absolución? Ya la tiene, ¿de acuerdo? Se lo dije. No debe culparse por nada. De hecho, supongo que tenía que ocurrir… algún día. Cuando uno se opone a personas violentas… Yo sólo…

La voz se le quebró y los labios empezaron a temblarle. Apartó el rostro.

– No esperaba que ocurriera así -añadió.

C.J. se aclaró la garganta y se inclino hacia delante. Había tantas cosas que deseaba preguntarle… tantas cosas que deseaba decir… No sabía por dónde empezar, por lo que murmuró:

– ¿Cómo creyó que iba a ocurrir?

Los ojos lo examinaron. Ya no eran plateados, sino que tenían un aspecto líquido y perdido. Entonces, presa de una incongruente reacción, ella se echó a reír.

– Bueno, en primer lugar, nunca esperaba quedarme ciega.

Capítulo 4

Caitlyn escuchó el silencio y notó cómo se despertaba la ira. Había habido una vez en la que ella había atesorado el silencio, lo había considerado como un don y en las escasas ocasiones en las que se había encontrado inmersa en él, había gozado con la experiencia como lo había hecho con un cálido baño con aceites aromáticos, una copa de vino y velas. En aquellos momentos, el silencio era su enemigo, una amenaza desconocida acechando en la oscuridad. El silencio hacía que se sintiera sola y aterrada.

Sin embargo, no era la clase de mujer que cedía al miedo. En aquel momento, la única arma de la que parecía disponer para enfrentarse a él era la ira.

– Diga algo, maldita sea -dijo. Se movió con cuidado. A pesar de los analgésicos que le habían dado, un dolor insoportable le atravesaba la cabeza cada vez que se movía.

Escuchó un sonido. Se había aclarado la garganta. A continuación, una voz sureña y cálida como un día de verano. Le había gustado aquella voz desde el primer momento en el que la escuchó. No había esperado volver a oírla.

– Lo siento. Supongo que no sé qué decir.

– Usted lo sabía, ¿verdad? -dijo, algo avergonzada-. Sabía que yo me había quedado ciega. Deben de habérselo dicho.

Se escuchó una tos y el suave sonido de unos pasos sobre el suelo de vinilo. Debía de sentirse incómodo. Tal vez había cambiado de posición sobre la silla. ¿Cómo sabía que estaba sentado? Porque su voz procedía de un punto a nivel de la de ella. Se alegraba de haber podido deducirlo.

– Me dijeron que tenía mucha suerte de estar viva -respondió él-. Me dijeron que esa bala no le voló parte de la cabeza por poco.

La brutalidad de aquellas palabras la sorprendió. Con cierta amargura, le respondió de igual manera.

– Sí, pero lo que pasó fue que sólo me rozó un poco y le dio a Mary Kelly en el corazón. Ella está muerta y yo tengo una inflamación cerebral de poca importancia que, desgraciadamente, me afecta al nervio óptico. Qué suerte.

– Me dijeron que podría ser que la ceguera no fuera permanente. Que su vista volvería a medida que sanen las lesiones o, que si no es así, se podría operar más adelante.

– Eso es lo que dicen…

Caitlyn cerró los ojos y giró la cabeza hacia el lado contrario de donde estaba aquel hombre sentado. Se sentía tan cansada… Si por lo menos él se marchara… Si pudiera relajarse y llorar…

– ¿Recuerda algo sobre el… sobre el tiroteo? -preguntó él.

Caitlyn negó con la cabeza. Mala idea. Trató desesperadamente de controlar las náuseas.

– Usted trató de proteger a Mary Kelly. ¿Lo sabía? -añadió. La emoción que se le reflejaba en la voz era ira. Sin duda. Aquello la dejó perpleja-. Se arrojó delante de ella. Por eso la bala que le impactó a ella en el pecho le dio a usted primero.

– ¿Quién le ha contado eso? -susurró. Tenía tantas ganas de llorar…-. ¿La policía? ¿Qué… qué le dijeron? ¿Qué es lo que saben?

– Usted lo sabía, ¿verdad? Supo que Mary Kelly era el objetivo en el momento en el que escuchó los disparos. Trató de decírmelo… Fue Vasily ¿verdad? Usted me dijo que él la mataría. Me lo dijo y yo no…

Sintió un movimiento. Unas manos la tocaron. Su tacto era suave y fresco.

– Mire, lo siento… Lo siento…

La voz de C.J. fue alejándose. Llegó la tranquilidad y la paz. Con un gemido de gratitud, Caitlyn se sumergió en la inconsciencia del sueño.

Tras armarse de valor, C.J. se enfrentó con las personas que esperaban en el puesto de enfermeras.

– Lo siento -dijo, tratando de no mirarlos a los ojos-. No quería disgustarla. Sólo quería decir… Lo siento -repitió, tras levantar una mano. Sacudió la cabeza-. Lo siento…

De las cuatro personas que había en el mostrador, dos, una atractiva pareja de mediana edad, asintieron en un mudo gesto de comprensión. C.J. se había dirigido a ellos. Eran los padres de Caitlyn. Los otros dos eran Charly su cuñada y abogada, y el agente especial Jake Redfield del FBI, el pariente político de su hermano Jimmy Joe. La primera le dio una palmada en el hombro y el segundo lo observaba con ojos cautelosos y perspicaces.

En aquel momento, salió una enfermera de la habitación en la que se encontraba Caitlyn.

– Estará durmiendo durante un rato -dijo-. Si lo desean, pueden bajar a la cafetería para tomarse un café o algo de comer.

La madre de Caitlyn agarró del brazo a su esposo, como si quisiera sacar fuerzas de aquel contacto y le preguntó a la enfermera:

– ¿Podría sentarme con ella?

– Por supuesto -respondió la enfermera-. Entre.

Mientras observaba cómo Chris Brown se alejaba de él, C.J. pensó que ya sabía a quién se parecía Caitlyn, aunque no en su gracia, en esa apariencia etérea que le daba un aspecto irreal, de cuento de hadas. Aunque era alta y esbelta como su hija, Chris Brown se movía como un potrillo, lo que le daba un aspecto mucho más joven de lo que era. Su rostro era el mismo óvalo perfecto de Caitlyn y su cabello del mismo tono rubio, aunque largo. El color de los ojos era el mismo, un pálido azul grisáceo, aunque sin los reflejos plateados que a C.J. le resultaba imposible olvidar.