– Lo que tenemos que hacer es conseguir que se ponga bien -observó Charly-. Para hacerlo, la vamos a llevar a un lugar seguro donde los malos no puedan encontrarla.
– Y ya lo tenemos -la informó C.J.-. Lo que voy a hacer es llevármela a Georgia conmigo. Lo difícil es sacarla de aquí sin que nadie se entere. Los malditos medios de comunicación, perdóname Eve, tienen el hospital rodeado. Todos los canales del país tienen un camión aparcado ahí fuera.
– En ese caso, nadie se fijaría en uno más, ¿verdad? -comentó Eve, tras realizar un sonido parecido al ronroneo de un gato satisfecho.
Un segundo después, Jake murmuró:
– Eve…
– Es la solución perfecta -comentó Charly.
– Por supuesto que lo es. Y muy sencilla. La sacaremos de aquí como si fuera parte de mi equipo -afirmó Eve, antes de levantarse de la cama-. Tardaré unos días en conseguir que se presenten aquí, ya que siguen regresando muy poco a poco de Afganistán, pero vosotros no vais a estar preparados hasta dentro de unos días, ¿verdad? Al menos, ella tendrá que poder andar. Y esas vendas podrían ser…
– Eve -le dijo su esposo, con un fuerte tono de advertencia-. Nadie de tu equipo debe enterarse de esto.
– Claro que no. De estas cuatro paredes no saldrá ni una sola palabra -replicó Eve. Entonces, se inclinó para besar a Caitlyn afectuosamente-. No te preocupes, tesoro. Déjamelo todo a mí.
Durante un tiempo pareció que nadie tenía nada que decir. Fue Charly la que rompió el silencio.
– Bueno, supongo que ya está todo.
– Yo no diría eso -replicó Jake-. Yo aún tengo que ocuparme de muchas cosas, por lo que creo que será mejor que me vaya. Me mantendré en contacto -añadió, refiriéndose a Caitlyn, mientras se disponía a marcharse.
– Yo también voy a tener que irme -anunció Charly-. ¿Y tú, C.J.? ¿Te vienes?
C.J. negó con la cabeza y permaneció sentado en la cama. Charly y Jake se marcharon juntos. En aquel momento, Wood se acercó a la cama de su hija. Le tomó la mano y se la apretó suavemente.
– Muy bien, cielo. Creo que es mejor que vaya a ver qué es lo que está haciendo tu madre. Le contaré lo que hemos decidido.
A continuación, se inclinó sobre la cama de su hija y le dio un beso en la frente. Se marchó inmediatamente.
Aquél fue el momento que C.J. temía y ansiaba al mismo tiempo. Estar a solas con la mujer a la que, en el fondo de su corazón, sabía que había afrentado. Se sentía incapaz de hablar, pero no deseaba marcharse. Los segundos fueron pasando. La respiración de C.J. parecía ser lo bastante ruidosa como para despertar a los muertos.
– Sigues aquí, ¿verdad? -dijo Caitlyn, buscándolo en la oscuridad.
– Sí. ¿Necesitas algo? ¿Te puedo traer…? -musitó. Parecía muy incómodo.
– Estoy bien.
C.J. la observó atentamente, sin dejar de mirar el bulto morado que tenía en la frente, atravesado por una línea de puntos que marcaban el lugar exacto en el que se había golpeado con los escalones del juzgado. Sin saber por qué, sintió una inexplicable necesidad de tocarle aquel lugar con los labios. Tragó saliva y apartó la mirada rápidamente. Por una vez, se alegró de que ella no hubiera podido verlo.
– Sólo me gustaría saber por qué estás aquí -susurró ella. C.J. no sabía cómo responder aquella pregunta, por lo que no lo hizo-. ¿Qué es lo que deseas de mí?
– No quiero nada. Sólo trato de ayudarte.
– No quiero tu ayuda -replicó ella, con voz airada.
– Mira, vas a tener que aceptar la ayuda de alguien, por lo que ese alguien puedo ser muy bien yo. Te van a llevar a algún lugar seguro cuando te marches de aquí de todos modos. ¿Te habías parado a pensarlo? ¿Acaso preferirías estar con desconocidos?
– ¿Y qué crees que eres tú? -le espetó Caitlyn-. Tú y yo sólo somos unos desconocidos.
C.J. apretó los dientes. No sabía cómo decirle lo que él ya sabía, que Caitlyn no era una desconocida para él. Que durante los últimos meses, se había forjado un vínculo entre ellos que la ataba a él de un modo que ni siquiera comprendía.
– No, eso no es cierto -dijo-. Es verdad que no hace mucho que nos conocemos, pero nuestra breve relación ha tenido un efecto muy profundo en nuestras vidas.
Caitlyn volvió a soltar una carcajada y luego quedó en silencio. Tenía un gesto irónico en los labios y sus ojos sin vista lo observaban sin mirarlo.
– Vas a sentir mucha simpatía por ellos, ¿sabes? -dijo C.J., suavemente.
– ¿Por quiénes?
– Por mi familia. Son buena gente. Mi madre también era profesora. Como tu padre.
– Eso lo explica -replicó ella, con un suspiro.
– ¿Sí? ¿El qué?
– El modo en el que hablas. La mayoría de las veces, tienes muy buena gramática.
– Vaya -comentó C.J., muy asombrado de que ella se hubiera fijado en algo así.
– Cuando tu padre es profesor y te han inculcado buena gramática toda la vida, una se da cuenta -añadió ella, a modo de explicación-. ¿Y tu padre? ¿A qué se dedica?
– Murió cuando yo era pequeño. Tuvo un ataque al corazón.
– Oh, lo siento…
Caitlyn guardó silencio durante bastante tiempo, lo que le hizo pensar a C.J. que había llegado la hora de marcharse. Se disponía a hacerlo cuando ella extendió una mano. Lo estaba buscando.
Él sintió que el corazón le daba un vuelco y se preguntó si se atrevería a agarrar aquella mano. Sin embargo, antes de que pudiera decidirse, ella retiró la suya y la aprisionó con la otra entre las sábanas.
– Por favor -dijo-. Háblame de ellos. De tu familia.
Parecía nerviosa, como si no pudiera soportar que él se marchara. Como si no quisiera quedarse a solas en la oscuridad. C.J. volvió a sentarse, se aclaró la garganta y comenzó a hablarle de los suyos. Empezó por su madre, Betty Starr, una mujer menuda, que había trabajado en un colegio y había criado a siete hijos con voz suave y mano de hierro mientras su esposo conducía un camión por todo el país. Le habló también de su hermano Jimmy Joe, que se había hecho cargo del camión de su padre cuando murió y había logrado crear una empresa llamada Blue Starr Transpon y que le había dado a C.J. un trabajo para que pudiera estudiar Derecho al mismo tiempo.
– ¿Cómo van tus estudios? -lo interrumpió Caitlyn.
C.J. recordó aquella noche de abril en la que él le había confesado frente a los faros del camión que no podía ayudarla. Ella había comprendido la razón sin que él le dijera por qué.
Le respondió que iban bien, que había conseguido su título en el mes de junio y que estaba a punto de realizar los exámenes que lo convertirían en abogado. Lo que no le dijo fue, que probablemente, tendría que posponer la fecha de examen, que estaba programada para dos semanas después.
Siguió hablándole de sus hermanos y hermanas. Tracy la menos convencional, profesora como su madre y casada con Al, que era policía en Augusta.
Troy que estaba casado con Charly y era padre de dos hijos e investigador privado. Llegó a hablarle de su hermana Jess, la enfermera, madre de Sammi June, que tenía dieciocho años. Le estaba explicando que vivía con su madre desde que su esposo, Tristan, había muerto en una misión en Irak cuando la miró y se dio cuenta de que ella ya no lo estaba escuchando. Se había quedado dormida.
Se interrumpió en mitad de la frase y se cubrió la boca con una mano. Mientras lanzaba un suspiro, la miró atentamente. Con el rostro relajado y sin las líneas de expresión que la ansiedad y el estrés le habían dibujado en la piel, tenía una cara maravillosa, mágica, a pesar del bulto en la frente y los hematomas bajo los ojos. De hecho, todos resultaban invisibles a ojos de C.J.
Una profunda oleada de emoción se apoderó de él, despertando el caos en su estado de ánimo. De este caos, sólo pareció sacar un pensamiento coherente.
«No parece una secuestradora».