Jake y él encontraron un punto de observación cerca de la entrada del garaje, desde el que podían observar la febril actividad de las furgonetas de las cadenas de televisión. Cerca de la puerta principal del hospital, algunos periodistas estaban realizando sus reportajes mientras otros realizaban algunas entrevistas.
– Ahí están -dijo C.J., de repente. Había visto cómo el sol se reflejaba en el cabello rubio de Eve y a su lado, el suave aleteo del chal azul claro que cubría el de Caitlyn. Vio que Eve se inclinaba sobre ella y señalaba. Inmediatamente, Caitlyn levantó la cámara de vídeo hacia un helicóptero que sobrevolaba la zona tal y como si pudiera verlo.
Jake guardó silencio, pero C.J. sabía que las había visto. Una fuerte tensión envolvía a los dos hombres. A pesar de que sólo habían coincidido en algunas reuniones familiares, C.J. no pudo evitar pensar cómo estaría y sobre todo, lo que sentiría por Eve.
De repente, empezó a pensar en sus hermanos y en las esposa de éstos. Jimmy Joe y Mirabella, Troy y Charly… Por primera vez en su vida, pensó en las personas que lo rodeaban y que estaban perdidamente enamorados de sus parejas y comprendió lo afortunados que eran. Por primera vez en su vida, sintió un vacío en su interior y supo que aquello era la soledad.
Lo que no lograba entender era por qué estaba teniendo aquellos pensamientos y sentimientos mientras seguía el lento avance de una mujer que, en todos los aspectos, era una desconocida para él. Una mujer increíblemente hermosa, que en aquellos momentos, ocultaba su rostro y su cuerpo bajo la túnica de una mujer de Afganistán.
Jake, que hasta entonces había estado escudriñando a todas las personas que había en la zona con ojos de águila, pareció empezar a relajarse. Lanzó un suspiro y susurró.
– Es espléndida, ¿no te parece?
– Así es -afirmó fervientemente C.J.
Estaba seguro de que estaban hablando de dos mujeres completamente diferentes, pero no le importó. Lo más probable sería que los dos tuvieran razón.
Permanecieron donde estaban hasta que vieron que Eve empezaba a dar órdenes a su equipo para que empezaran a recoger. Vieron que las dos mujeres se dirigían a la furgoneta, seguidas de otros miembros del equipo y que empezaban el largo proceso de recoger todo el material para cargarlo en el vehículo. Por fin, Caitlyn y Eve se subieron al vehículo, al igual que el resto del equipo. Nadie más que Jake y C.J. prestaron atención a la furgoneta que salía lentamente del aparcamiento del hospital.
– Ya está -suspiró Jake-. A partir de ahora, todo depende de ti.
– Así es…
Claro que dependía de él. Como si no lo supiera. No sólo debía mantener a salvo a Caitlyn sino ayudarla también a poner su vida de nuevo en marcha. Parecía mucho para un hombre del que la mayoría de la gente habría dicho que aún estaba intentando encontrar su rumbo en la vida. Estaban equivocados. No sabía cómo, pero así era.
Tampoco sabía describir cómo se sentía. Más viejo que unas semanas atrás, pero también más sabio, más fuerte… Volvió a pensar en los cuentos de hadas y le pareció que se sentía como uno de esos caballeros, que atrapados en su armadura, tomaban su espada y escudo y se iban a matar al dragón.
Caitlyn se despertó de un ligero sueño cuando los neumáticos del coche empezaron a crujir sobre la grava de un camino. De repente, todo se detuvo y sintió la mano de Eve sobre el brazo.
– Caty cielo, ya estamos aquí…
Oyó que Eve abría la puerta. Sintió la caricia de la brisa en el rostro, que transportaba un agradable olor a otoño y a atardecer, un frescor y una suavidad profundos, acompañados del rico aroma de las hojas. Ansiando experimentar más, buscó a tientas la manilla que abría la puerta sin esperar a que la ayudaran. Escuchó el suave ruido de las hojas al caer sobre el suelo y en la distancia, oyó puertas que se abrían y se cerraban, pasos y voces y los suaves ladridos de los perros.
Hizo girar las piernas y tocó el suelo por primera vez. Se puso de pie, pero tuvo que aferrarse a la puerta para no caerse. Se sentía algo mareada, tal vez por el trayecto en coche, pero principalmente por el agotamiento. Aunque había conseguido dormir un poco después de que cambiaran la furgoneta por el cómodo automóvil de Eve en Atlanta, habían pasado muchas horas desde que se marcharon de la tranquila habitación del hospital. Demasiado tiempo para que alguien que estaba recuperándose de una herida en la cabeza estuviera levantada.
– Espera un momento. Ya voy -dijo una voz, muy preocupaba. Se oyeron unos pasos que se acercaban-. ¿Cómo estás, cielo? ¿Bien?
– Sólo un poco cansada -murmuró Caitlyn. Odiaba la debilidad que sentía. No recordaba haber estado enferma en mucho tiempo. Al menos, no así-. Estoy bien…
– Ha sido un día muy largo -afirmó Eve, mientras entrelazaba un brazo alrededor de la cintura de Caitlyn-. No tienes por qué mostrarte valiente ni sociable. Nadie espera que sea así. Seguramente querrás irte directamente a la cama. Ya habrá tiempo mañana para las presentaciones… y para que aprendas cómo moverte sola. Ahora, agárrate a mí…
– Me duele la cabeza -susurró Caitlyn, maldiciendo una vez más la debilidad y el dolor.
Los oídos le zumbaban. Contuvo el aliento y se sintió a punto de confesar que simplemente no tenía fuerzas suficientes para dar un paso más. Pensó en lo humillante que sería desmoronarse delante de un montón de desconocidos.
– Espera… ¿qué demonios estás haciendo? -dijo una voz.
Caitlyn se echó a temblar y sintió la brisa que provocaba un rápido movimiento. Inmediatamente, notó la calidez de un cuerpo fuerte y de un brazo mucho más grueso que el de Eve. Éste se le enredó en la cintura al tiempo que otro se le colocaba detrás de las rodillas. Ella lanzó una exclamación de sorpresa cuando la levantaron por los aires y se pegó contra un fuerte tórax. Un cálido y terrenal aroma le inundó los sentidos. Le resultaba extraño y familiar a la vez… Una mezcla de jabón y de cocina sureña, de diesel y de hombre, con una nota de una colonia de la que nunca había aprendido el nombre.
– Ya te tengo…
– Suéltame -dijo ella, débilmente-. Peso demasiado…
– Tonterías. Pesas menos que una pluma -replicó C.J.
Caitlyn no protestó, lo que debería haberla sorprendido, dado que no formaba parte de su naturaleza rendirse sin presentar batalla. Sin embargo, aquello no le parecía una rendición. Resultaba tan agradable…
¿Sería un pecado disfrutar tanto sintiendo los fuertes brazos envolviéndola, el latido de un corazón masculino contra la mejilla? No le importaba. Sólo sabía que le resultaba agradable reclinarse contra aquel pecho y dejarse acunar por los pasos que él iba dando sobre la grava. De repente, resonó el murmullo hueco de la madera bajo las botas y el chirrido de una mosquitera.
Voces suaves, amables…
– Tráela aquí ahora mismo, hijo. Pobrecilla. Seguro que está agotada.
– La habitación de Sammi June está preparada para ella, C.J. Es la que está más cerca del cuarto de baño y estará a mi lado para que yo pueda atenderla si necesita algo. Es la segunda.
– Sé cuál es -replicó C.J., con impaciencia-. Antes de pertenecer a Sammi June, esa habitación fue mía.
– ¿Tienes hambre? Tengo pollo asado, judías blancas, puré de patatas y salsa, además de una empanada de calabaza en la cocina.
Todos murmuraban del modo en el que las personas suelen hacerlo cuando están tratando de no despertar a un bebé. Caitlyn no estaba acostumbrada a ser tratada así, por lo que su orgullo trató de salir de aquel desacostumbrado letargo. El cuerpo se le tensó. C.J. lo comprendió, pero se sorprendió por aquella reacción, porque inmediatamente, relajó los brazos y la dejó de pie.
Desgraciadamente, no logró mantenerse firme. Mientras el mundo se tambaleaba a su alrededor, se aferró a uno de los brazos con una mano y extendió la otra.