– Bueno -dijo, tras tragarse el último trozo de comida con un sorbo de café-, ¿entonces te las arreglas bien? ¿Te sientes bien? -añadió. Ella asintió-. ¿Cómo tienes la cabeza?
– Está bien. Me duele un poco, pero supongo que es normal mientras exista hinchazón. Los médicos me dijeron que me lo tenía que tomar con calma, dejar que sanara.
Caitlyn se tocó suavemente las vendas que le cubrían la cabeza. C.J. la observaba y decidió que le daban una apariencia muy infantil. Fascinado, no dejó de mirar cuando ella levantó los dedos y empezó a tocarse el cabello, que sobresalía por las vendas como la dorada cola de un gallo.
Estaba tan absorto mirándola que se olvidó de preocuparse de si Jess lo estaba vigilando o no hasta que su hermana participó en la conversación.
– Eso es, cielo. Sólo tienes que darle tiempo.
En aquel momento, C.J. decidió que no le importaba quién lo estuviera observando porque vio cómo Caitlyn fruncía el ceño. Él ya no pudo apartar los ojos.
– Me estaba preguntando… -dijo Caitlyn-. Me encantaría salir al exterior. ¿No creéis que sería…?
– No veo por qué no -afirmó Jess mientras se levantaba rápidamente de la mesa-. Mientras te apetezca. Yo tengo que irme a trabajar, pero C.J. o mi madre pueden sacarte un rato.
– Yo la acompañaré -anunció C.J., antes de lanzarle a su hermana una mirada con la que quería dejar claro que consideraba a Caitlyn su responsabilidad-. Estaba pensando en acompañarla a recorrer todo esto cuando a ella le apeteciera. Caitlyn, ¿quieres salir ahora?
– Claro -respondió ella. Se levantó al mismo tiempo que C.J. Entonces, recogió los cubiertos, la taza y el plato que había utilizado y se dispuso a llevarlos al fregadero.
– ¿Qué estás haciendo? -le preguntó C.J., después de interceptarla y quitárselo todo de las manos.
– Recoger lo que he utilizado. ¿Qué te parece a ti?
– Tú no… -replicó C.J., pero su madre le impidió que siguiera hablando.
– Ya habrá tiempo más tarde, cielo -dijo Betty-. Te lo agradezco mucho de todas formas. Ahora, vete con Calvin y deja que él te muestre todo esto. Es el momento perfecto para salir a dar un paseo. Hace muy buen tiempo. Calvin ya sabe que esta es la estación del año que más me gusta.
C.J. casi no escuchó lo que su madre le estaba diciendo. Estaba demasiado ocupado tratando de adivinar el significado del gesto que Caitlyn tenía en el rostro. Inmediatamente, comprendió que se trataba de perplejidad. Caitlyn acababa de darse cuenta de que sin saber cómo, había terminado apoyando las manos sobre los brazos de C.J. Él bajó los ojos y los vio allí, frotándose suavemente sobre el vello que le cubría el brazo, sobre la bronceada piel. Se quedó completamente helado en el sitio, aunque la palabra «helado» no fuera la más adecuada para describir cómo se sentía. Notaba un fuerte calor que le emanaba del vientre. No podía creer que le estuviera ocurriendo todo aquello mientras su madre y su hermana estaban a su lado.
– Idos ahora los dos -añadió Betty-. Calvin James, ponte la camiseta.
Caitlyn había apartado ya las manos de él y se las estaba frotando como si hubiera tocado algo que le disgustaba.
– Hace calor fuera, ¿verdad? -dijo, con un hilo de voz-. En ese caso, no necesitaré una chaqueta.
– No -respondió él, mientras se ponía una camiseta que había dejado colgada sobre el respaldo de una de las sillas. Se sentía furioso consigo mismo y se le notó en la voz cuando siguió hablando-. ¿Estás lista? Bueno, pues vayámonos.
Se sintió muy avergonzado por su brusquedad cuando vio el gesto que a ella se le dibujaba en el rostro, el modo en el que a tientas, extendió la mano hacia él. C.J. la agarró y se la colocó en el brazo.
– Bien -dijo, con más suavidad-, éste es el porche trasero. Ahora, ten cuidado…
La mosquitera se cerró con un golpe seco a sus espaldas. Caitlyn contuvo el aliento para retener una exclamación de delicia, de anticipación, de alegría en estado puro.
– Huele muy bien -dijo, tras bajar los escalones-. A otoño.
– Sí -respondió él. Inmediatamente se vieron rodeados por los perros-. Supongo que es mejor que te los presente -añadió. Caitlyn lanzó un grito de alegría al sentir los hocicos de los animales y cayó de rodillas en medio de una algarabía del saltos y lametones caninos-. El más grande y tranquilo es Bubba. Es un labrador de color chocolate y tiene ojos amarillos. Parece un león sin melena. Es el perro de mi hermano Troy el marido de Charly a la que ya conoces. Los dos viven en Atlanta y él es mucho más feliz aquí. No puedo decir que no lo entienda. Debe de tener unos diez años y normalmente, se porta muy bien. Es el más inteligente de todos. El otro es Blondie. Es una golden retriever muy joven y más tonta que una bolsa de piedras. Ese detalle lo compensa siendo bonita y muy dulce, pero no puedes contar con que ella vaya a traerte de vuelta a casa si te pierdes. Lo más probable es que te hiciera saltar a un estanque.
Aquellas palabras la sorprendieron, aunque dudaba de que él las hubiera dicho con la intención con la que ella las había interpretado. Tampoco era probable que supiera la esperanza de independencia que le habían proporcionado. «¿Podría yo hacerlo? ¿Podría ir a pasear con los perros? ¿Me atrevería?».
De repente, una enorme lengua le recorrió completamente la cara. Caitlyn se vio atrapada entre el instinto de pedir ayuda y las carcajadas.
– ¡Eh, Blondie! -gritó C.J.-. ¡Toma! ¡Tráeme esto!
C.J. emitió un pequeño gruñido de esfuerzo, que se vio respondido por un ladrido de alegría y un revuelo de garras sobre la grava.
Caitlyn se quedó sola tan bruscamente que estuvo a punto de perder el equilibrio. Se habría caído al suelo de no ser por un fuerte cuerpo peludo que se acercó a ella para sostenerla en el último momento. Bubba le lamió la barbilla afectuosamente, como para darle ánimos.
– Buen perro -murmuró ella-. ¡Qué perro más bonito eres! -añadió, abrazándose al enorme cuello del labrador para acariciarlo con mucho cariño.
Entonces, unas fuertes manos la agarraron por los codos y la obligaron a levantarse. El olor del perro se vio reemplazado por el de él. Durante un instante, Caitlyn sintió el breve contacto de la mejilla de él sobre la suya. Algo se le despertó en el vientre y le arrebató el aliento.
– ¿Te encuentras bien? -le preguntó él, con voz ronca.
– Sí, estoy bien -respondió Caitlyn. Se frotó las ropas y dio unos pasos atrás para apartarse de él. Trató de ocultar lo aturdida que se sentía con una carcajada.
– El suelo está algo desigual -le advirtió C.J., tras tomarle de nuevo la mano y volver a ponérsela sobre el hueco del brazo.
Caitlyn no respondió. Sus sentimientos estaban muy alborotados y confusos. Mientras caminaban, giró la cabeza para que C.J. no pudiera verlos escritos sobre su rostro.
«Caty decídete. ¿Qué es lo que quieres? Unas veces sueñas con poder salir sola y otras te aterroriza no sentir el contacto de él. Te asustaste mucho cuando te soltaste de él. Admítelo. Te sentiste muy segura cuando él volvió a tomarte la mano. ¡Segura!».
Sabía que la seguridad que dependía de otros era una ilusión. La experiencia le había enseñado que nadie podía garantizar la seguridad de otra persona, que la única protección real contra los monstruos y los miedos que sentía sólo podía proporcionársela ella misma. Sin eso, estaría completamente desprotegida.
«No debo perder ni mi fuerza ni mi independencia, por muy agradable que resulte sentir el contacto de sus brazos o caminar así a su lado. No debo permitir que me guste demasiado».
– Estamos bastante alejados de la carretera -dijo él, mientras caminaban-. La casa está rodeada de árboles, principalmente robles, por lo que las hojas aún no han empezado a acumularse sobre el suelo. Hay un viejo neumático colgado de uno de ellos. Yo solía jugar con él cuando era un niño.