Выбрать главу

– Pero -añadió Jess, rápidamente-, no es eso de lo que he venido a hablarte. He estado navegando por Internet en el trabajo y he encontrado muchas cosas que podrían servirte -comentó, revolviendo un montón de papeles-. Ya sabes, programas, servicios, aparatos… La tecnología es sorprendente, ¿no te parece? Por ejemplo, tienen este artilugio que se mete en la taza de café para que, cuando la llenes, pite para decirte que estás cerca del borde. ¿No te parece genial?

Genial. La sonrisa que Caitlyn había empezado a esbozar se le heló en el rostro. Sentía que si se movía, que si pronunciaba una sola palabra, se rompería en un millón de pedazos.

– No te creerías la cantidad de cosas que hay para ayudar a los ciegos a ser más independientes. Lo más importante es que te enseñan a hacer las cosas por ti misma. Hay escuelas, programas de asesoramiento… Incluso tienen personas que acuden a la casa de cada uno para ayudarlos a instalarse, a organizar la ropa y a enseñar cómo utilizar los objetos diarios como el fogón, el dinero, el bastón de ciego. Hay también perros guía… Cielo, ¿adonde vas? ¿Te encuentras bien?

Caitlyn no se encontraba bien y tampoco sabía adonde se dirigía. Sentía la necesidad desesperada de huir, de escapar de la voz amable y de las palabras bienintencionadas, de las imágenes intolerables e impensables que le pintaban para el futuro. Su futuro.

«No estoy ciega. Es imposible. No puedo estar así para siempre. Voy a recuperar la vista. Tengo que hacerlo».

El miedo se apoderó de ella como nunca lo había sentido. Estaba temblando.

– Caitlyn, cielo, ¿qué te pasa? ¿Quieres ir adentro?

– ¿Cómo? Oh, no. Yo sólo…

Sacudió la cabeza y extendió una mano. No podía ir a ningún sitio. Estaba atrapada en un vacío insoportable.

– Lo siento, tesoro. No quería disgustarte.

Sintió la mano de Jess sobre el brazo. Inmediatamente, empezó a guiarla de nuevo hacia la mecedora.

– No me has disgustado -respondió Caitlyn, con voz tranquila-. Ha sido muy amable de tu parte tomarte tantas molestias, pero… Sólo es que… No puedo hacer ninguna de esas cosas mientras esté…

– ¿Bajo la custodia del FBI?

– Así, algo parecido. Nadie debe saber dónde estoy así que no puedo ir a clases ni reunirme con ningún asesor…

– No, supongo que no. Bueno. No voy a tirar estos papeles dado que podrían resultar útiles más tarde. Sólo pensé… Ya sabes… Creí que te sentirías mejor al saber que puedes recibir ayuda. Que no estás sola. ¿Estás segura de que estás bien aquí? ¿No quieres volver a entrar en casa?

Caitlyn quiso lanzar un grito. «¡No, claro que no estoy bien, idiota! ¡No veo! Estoy ciega y me siento atrapada, aterrorizada. ¿Es que no lo ves?». Quería gritar, maldecir, pegarle una patada a algo. Quería tumbarse en el regazo de alguien y echarse a llorar.

– No, estoy bien. Creo que me sentaré aquí fuera un rato más -dijo. Extendió la mano y acarició el sedoso pelaje de Bubba.

– El sol se está poniendo. ¿Quieres que te traiga un jersey?

– No, estoy bien.

– Muy bien, cielo.

Después de un instante de duda, la mosquitera volvió a chirriar y a cerrarse de un golpe.

«El sol se está poniendo. Me pregunto dónde. No lo siento aquí. Debo de estar en el lado contrario. O tal vez sea por los árboles. Me pregunto si será una hermosa puesta de sol…».

Caitlyn se sentó y escuchó los rítmicos crujidos de la mecedora y el revuelo que hacían las ardillas sobre la hierba. Mientras se mecía, acariciaba la cabeza de Bubba y temblaba, temblaba, temblaba…

Desde el camino, C.J. la vio sentada sobre la mecedora del porche, con Bubba alerta y vigilante a su lado.

Cuando llegó a la hierba, aminoró la marcha hasta ponerse a andar, pero aquella vez no miró el reloj para ver el tiempo que había tardado. Debía de ser uno de los mejores, pero la verdad era que se le había olvidado poner el cronómetro cuando salió de su casa después de recibir la llamada de Jess. Si su hermana estaba lo suficiente atemorizada como para decirle que fuera inmediatamente…

Sabía que Caitlyn tenía que haber oído que se estaba acercando, pero ella no dio señal alguna de haberlo notado. Por eso, fue él quien tomó la iniciativa.

– Hola, ¿cómo estás? ¿Te apetece que vayamos a dar un paseo? -le preguntó, con mucho cuidado de no mostrar en la voz lo preocupado que estaba. Sin embargo, no consiguió engañarla.

– Supongo que Jess te ha llamado -le espetó. Tenía un gesto airado en el rostro y la mano no dejaba de acariciar el pelaje de Bubba.

– Sí, pero yo iba a venir de todos modos.

– No tienes que preocuparte por mí. Soy una mujer hecha y derecha, no una niña. No necesito nadie que me cuide. Y tampoco soy un perro. No tienes que sacarme a pasear dos veces al día.

El mal genio de Caitlyn le resultó muy divertido. Tal vez porque Jess le había advertido o porque se estaba acostumbrando a ella, ya no se sentía impresionado por el gélido tono de su voz. En aquellos momentos, sólo podía pensar lo mona que estaba con el cabello cayéndole por la frente y mejillas como los pétalos de una rosa. Se había quitado el vendaje aquella mañana, después de que Jess se lo consultara a un médico. Además, su madre le había cortado el cabello y se lo había lavado. Así, le cubría los hematomas y la herida, por lo que ya no parecía una convaleciente, sino una niña que se ha despertado de su siesta demasiado pronto.

– Me gusta tu cabello -dijo él.

Caitlyn levantó la mano con un gesto involuntario que a él le recordó el vuelo de una mariposa. Una serie de emociones enfrentadas se le reflejaron en el rostro. Por fin, se aclaró la garganta y musitó:

– Gracias.

C.J. le agarró la mano y la ayudó a levantarse de la mecedora, pero se la soltó cuando ella tiró. Sin su ayuda, Caitlyn buscó la barandilla y empezó a bajar los escalones. Bubba y C.J. la siguieron inmediatamente.

Empezaron a pasear por la hierba. C.J. notó un cierto olor a fresa y se preguntó si sería el champú que su madre habría utilizado para lavarle el cabello.

– ¿Adonde quieres ir? ¿Te gustaría ir al arroyo? Probablemente tengamos tiempo antes de que oscurezca.

Ella lanzó una amarga carcajada, pero no respondio inmediatamente. Entonces, levantó la cabeza y se quedó inmóvil, como si estuviera escuchando un ruido lejano.

– Quiero echar a correr -dijo.

– Muy bien -replicó él. Notó el gesto de sorpresa que se dibujaba en el rostro de Caitlyn.

La llevó al campo de heno. No había llovido desde hacía algún tiempo, por lo que el suelo estaba duro y seco. Entonces, le colocó las manos sobre los brazos y la dirigió hacia el campo abierto.

– Muy bien -murmuró-. No tienes nada más que hierba delante de ti. Adelante. Yo estaré a tu lado.

Caitlyn echó a correr antes de que él hubiera terminado de hablar. Al principio, echó a correr muy despacho, por lo que C.J. se quedó donde estaba, observándola. Entonces, Bubba lanzó un gemido. Cuando miró al animal, vio que éste lo observaba con un cierto reproche.

– No puede chocarse con nada -dijo, con una sonrisa-. Tiene todo el campo…

Antes de que pudiera terminar la frase, Bubba lanzó un ladrido y echó a correr tras Caitlyn. Cuando C.J. la miró, vio que corría como si la persiguiera el demonio.

– Maldita sea…

Echó a correr también. Ella corría mucho más rápido de lo que había imaginado, sobre todo para estar convaleciente de una herida de bala y se dirigía hacia el estanque, que estaba a una distancia que él había considerado segura. C.J. le gritó que se detuviera, pero aquello sólo hizo que corriera más rápidamente. Bubba no hacía nada para detenerla. ¿Y por qué iba a hacerlo?

Consiguió alcanzarla cuando estaba a pocos metros del estanque. Estaba sin aliento. C.J. estaba dispuesto a echarle una buena regañina por haberle dado aquel susto cuando ella se dio la vuelta y lo golpeó en el pecho con el puño. Estaba llorando.