Выбрать главу

– Déjame… déjame a solas… -sollozaba-. ¿Es que no puedes dejarme en paz? Te dije que quería correr, maldita sea. Tú me dijiste… ¿Por qué no puedes…?

– Maldita sea, lo estoy intentando.

– ¡Pues no lo intentes! No me ayudes. ¡Sólo quiero que me sueltes!

No la iba a soltar porque, sin duda, se iba a meter en el estanque de cabeza y estaba seguro de que ella no le iba a escuchar el tiempo suficiente como para que pudiera advertirle.

La verdad era que ella estaba empezando a darle miedo. Habiendo crecido rodeado de mujeres, no le resultaban extrañas las lágrimas femeninas, pero aquello iba mucho más allá. Si Caitlyn seguía así, era posible que fuera capaz de lesionarse.

– ¡Venga, tranquilízate, maldita sea! -le gritó-. ¿No te das cuenta de que estoy tratando de ayudarte?

– No me ayudes -le espetó ella, llena de furia-. No me ayudes. No puedes ayudarme. ¿Es que no lo comprendes? No puedes hacer nada para solucionar esto -añadió, señalándose los ojos llenos de lágrimas-. ¡No puedes conseguir que yo vuelva a ver! ¿Qué vas a hacer? ¿Ser mi lazarillo durante el resto de mis días? ¿De verdad quieres ayudarme? Bueno, pues te voy a decir una cosa. Es demasiado tarde. Es muy tarde. Te pedí ayuda y tú no me la diste. Ahora, Mary Kelly está muerta, yo ciega y tú… No puedes hacer nada. ¡No puedes hacer nada, maldita sea! -exclamó mientras le golpeaba el pecho con los puños.

C.J. no la culpaba por haber dicho aquellas palabras. ¿Cómo podía hacerlo, cuando él se había dicho lo mismo tantas veces?

Cuando la rodeó los hombros con un brazo, sólo lo hizo para reconfortarla. Nunca se habría imaginado lo que ocurriría a continuación. De repente, la calidez y la compasión que sentía se transformaron en un sentimiento muy diferente. Donde debería haber estado su siguiente aliento, no había nada.

Lo estaba buscando desesperadamente, cuando, antes de que se diera cuenta, salió volando por los aires. Las frías aguas del estanque se levantaron para golpearlo en la cara.

Capítulo 10

Caitlyn escuchó el chapoteo en el agua y unos roncos sonidos, seguidos por unas salpicaduras algo menores y el ladrido de un perro. La ira que la había estado envolviendo hasta entonces se resquebrajó como la cascara de un huevo. La furia se le escapó por aquel resquicio y la dejó vacía… fría…

– ¡C.J.!-gritó.

Le pareció que había chillado, pero lo único que escuchó fue un gemido ronco. Volvió a intentarlo una y otra vez mientras andaba a tientas en dirección a los sonidos que escuchaba, con las manos extendidas como el monstruo de Frankenstein.

El suelo pareció ceder bajo sus pies. El agua se le metió en los zapatos y fue subiendo a cada paso que daba hasta llegarle a la rodilla. El terror que le inundó el corazón era mucho más frío.

– ¡C.J.! -gritó-. Dios mío, C.J., ya voy. ¿Dónde estás? ¡Respóndeme, maldito seas! C.J…

Los sonidos que escuchaba se transformaron de repente en maldiciones.

– ¡Quédate ahí! No…

Cuando estaba a punto de dar un paso, Caitlyn se vio empujada por el agua. Desgraciadamente, un pie se le había quedado atascado en el fango, por lo que terminó hundiéndose en las frías aguas. La boca se le llenó de agua y entre toses y escupitajos, trató de volver a ponerse de pie. Sintió que algo se le subía por la cara y empezó a dar manotazos, imaginándose que sería una criatura salvaje. Sin darse cuenta, estaba golpeando también las manos que trataban de ayudarla.

– ¡Quieta! -le gritó C.J.-. Estás a salvo, maldita sea. Te tengo. Ya te tengo.

Caitlyn lanzó un grito de alivio y se lanzó contra él, sollozando.

– ¡Oh, Dios…! C.J… ¡Oh, Dios!

Sintió que él la estrechaba contra su cuerpo, por lo que contuvo el aliento. Durante unos segundos, estuvieron así, como bailarines en medio de un complicado paso.

– Quieta…

Estaba tan cerca de ella que Caitlyn podía sentir los labios de él contra la sien. El corazón le saltó en el pecho como si fuera un conejo asustado. Notó que él la abrazaba con más fuerza y durante un instante, creyó que él estaba a punto de besarla. Un segundo después, comprendió que él sólo la estaba colocando de modo que pudiera llevarla con más seguridad a aguas menos profundas.

Enseguida, salieron del estanque, chorreando agua y algas, abrazados el uno al otro mientras trataban de subir por la resbaladiza pendiente. Poco despues, Caitlyn comprendió por fin que volvían a estar en tierra firme.

Estaba temblando tan violentamente que casi no podía hablar. Se agarró con fuerza a él y le colocó una mano sobre el pecho, como si quisiera asegurarse de que aún latía un corazón allí abajo.

– Oh, C.J… No me puedo creer que haya sido capaz de hacer eso. Estoy tan…

– Sí, bueno, créeme si te digo que yo tampoco me lo puedo creer -musitó él, amargamente-. Vamos. Estás congelada. Vamos a…

– Lo digo de corazón. No me puedo creer que haya hecho eso, C.J. Lo siento.

– Olvídalo. Vamos a casa antes de que caigas enferma de neum…

Impulsivamente, ella deslizó las manos hacia arriba hasta cubrirle la boca con dedos temblorosos.

– No, por favor… Lo siento mucho, muchísimo. No suelo hacer cosas como ésa, de verdad. No sé lo que se apoderó de mí. Odio la violencia. Toda mi vida he estado luchando contra la violencia. Pensar que podría… que yo…

La siguiente palabra que iba a pronunciar quedó ahogada por unos fríos y duros labios.

C.J. no se había imaginado que fuera a besarla. Un minuto antes, había estado allí, temblando y apretando los dientes, pidiéndole a Dios que se callara y un segundo después, tenía los frescos y resbaladizos labios de Caitlyn bajo los suyos. Su forma y tacto estaban camino de dejarle una huella permanente en los sentidos.

Aquello lo sorprendió tanto que dejó de hacer lo que estaba haciendo y levantó la cabeza. Ella se apartó también de él y casi sin aliento, dijo:

– ¿Por qué has hecho eso?

– Estaba tratando de que te callaras -se oyó responder C.J., con una voz que casi no reconoció.

– Oh…

Durante un largo instante, ninguno de los dos dijo nada. Los únicos sonidos que se escuchaban procedían de Bubba, que estaba esperando pacientemente en un lugar cercano. C.J. se dio cuenta de que estaba temblando de pies a cabeza, pero no de frío. De hecho, parecía que lo que le fluía por las venas era lava líquida. Decidió que los temblores debían de ser por el esfuerzo que estaba haciendo para no besarla. Aún la tenía entre sus brazos y notó que ella estaba temblando casi tanto como él. Se aclaró la garganta.

– ¿Qué? -preguntó ella.

– Nada. No he dicho nada.

– ¿Para qué querías que me callara entonces?

Ya no se acordaba. Sin poder evitarlo, se echó a reír.

– ¿Qué es lo que pasa ahora? -quiso saber ella, algo más irritada.

– Nada. No pasa nada. Escúchate a ti misma -le dijo-. Te están castañeteando los dientes. Tengo que llevarte a casa antes de que te mueras de frío. Además, para que lo sepas, ha oscurecido. Tal vez eso a ti no te importe, pero creo que sería importante que, al menos uno de nosotros pudiera ver por dónde vamos.

Caitlyn se apartó secamente de él. C.J. tuvo que agarrarla con fuerza por la cintura para evitar que zafara de él.

– No hay problema -replicó ella, con voz gélida-. Bubba nos puede guiar a casa, ¿no es verdad, Bubba? ¿Dónde estás, muchacho? -añadió. Inmediatamente, el perro, que también estaba empapado, empezó a frotársele contra las piernas-. Oh, aquí estás. Sí, eres un buen perro. Vamos a casa, Bubba. Buen chico…

El perro echó a caminar y ella hizo lo mismo. A C.J. no le quedó otra opción que imitarlos.

– Estaba bromeando -murmuró, tras rodearle los hombros con un brazo-. Maldita sea, veo lo suficiente como para llegar hasta la casa.