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– Déjame que te las lleve yo…

Ella negó con la cabeza. El tacto cálido del cuerpo de C.J. le rozó la espalda, el hombro, el brazo. Su aroma, ya tan familiar, se mezcló con el de las flores. Sabía que si se daba la vuelta, él estaría justo allí. La imagen de su rostro se le dibujó con toda claridad en el pensamiento.

«Hoyuelos… Sí. Recuerdo que tiene hoyuelos».

– Es muy bonito -comentó él-. ¿Crees que ya tienes suficientes?

Por alguna razón, Caitlyn no pudo responder.

Sintió que los labios se le separaban y se le volvían a cerrar.

– ¿Estás lista para regresar a casa? -le preguntó él, tras agarrarla firmemente por el codo.

Caitlyn asintió, pero no pudo moverse. Un temblor la sacudió de la cabeza a los pies.

– Anoche soñé con Vasily.

Había hablado de repente, sin saber por qué se lo había confesado. Sintió que él contenía el aliento y que le rodeaba los hombros con los brazos. Ella se apartó de aquella promesa de consuelo y comenzó a andar de nuevo. Sintió que él avanzaba a su lado, sin decir nada y sin volver a tocarla. Caitlyn trató de engañarlo con una suave carcajada.

– Es la primera vez, ¿te lo puedes creer? La primera vez desde el tiroteo.

– No me parece que sea nada malo. No creo que sea muy agradable soñar con él.

Se habían acercado a los árboles. Caitlyn sintió el contacto de algo duro contra la cadera. Extendió la mano y se agarró a la cuerda de la que pendía el viejo neumático como si fuera un salvavidas en vez de un columpio infantil. Desde allí, sabía perfectamente cómo volver a la casa. Estaba exactamente a veinte pasos del porche.

C.J. la observaba atentamente, aunque ya no veía hadas o fantasmas al mirarla. Tampoco lo suave o firme que sería su piel, que se asomaba a hurtadillas por debajo de la sudadera. Había algo que la estaba hundiendo. Una tristeza tan palpable que casi se podía ver, como si tuviera una pesada red por encima. Esperaba que ella le dijera de qué se trataba. Confiaba en que lo haría si tenía la paciencia suficiente.

– Yo no he… Ni siquiera he pensado en él -susurró Caitlyn, al cabo de unos instantes-. Ni en él ni en el tiroteo. Aunque hayamos hablado de lo que pasó, no he pensado en ello. Lo he sentido aquí -añadió, soltando la cuerda para tocarse el pecho.

– Es comprensible -dijo C.J. Quiso acercarse a ella, pero se lo pensó mejor-. Supongo que has tenido otra cosa en la que pensar.

– ¿Sí? ¿En qué otra cosa podría pensar? -replicó Caitlyn. Entonces, lanzó una exclamación de desprecio y empezó a alejarse de él-. No hago más que pensar en mí. Nada más. En que estoy ciega. No hago más que pensar si volveré a ver. Maldita sea… -añadió. Se detuvo y levantó los brazos al tiempo que lanzaba un grito que era prácticamente un sollozo-. ¿Dónde están?

C.J. no prestó atención a la pregunta, que para él no tenía ningún sentido.

– Venga ya, Caitlyn. ¿Por qué no ibas a pensar en eso? Es un golpe muy duro para cualquier persona.

– ¿Sí? -le espetó ella-. Estoy ciega. Vaya cosa. Al menos estoy viva. ¿Y Mary Kelly? ¿Dónde está ella? Muerta -añadió. Se apartó de C.J. y siguió murmurando-: ¿Dónde están los malditos escalones? He contado. Deberían estar aquí. Maldita sea, ¿dónde…?

– Estás algo desviada -dijo él, aliviado. Al menos aquello era algo de lo que podía ocuparse-. Te has escorado unos tres metros. Si te giras… digamos a las dos en punto…

Caitlyn se dio la vuelta, pero no se dirigió hacia la casa, sino hacia él. Se encaró con C.J. y con el rostro lleno de pena, le espetó:

– Mary Kelly está muerta. Su sangre cubrió mi cuerpo. Yo no… Yo nunca…

Una terrible mueca se le dibujó en el rostro. Con un grito de angustia, se dio la vuelta y se alejó de él, huyendo a ciegas por el patio. Las flores quedaron esparcidas a los pies de C.J.

Capítulo 11

Él estaba sentado en la mecedora del porche delantero cuando su madre salió ataviada con el vestido de los domingos para decirle que se marchaba a la iglesia.

– Vaya, ¡qué bonitas! -exclamó, al ver las flores que él tenía en el regazo.

– Sí. Las cortó Caitlyn.

– ¿Ella sola?

– Sí.

– Que Dios la bendiga. ¿Dónde está? -preguntó Betty tras examinar el patio vacío-. No la he oído entrar en la casa.

La mecedora crujió cuando C.J. se inclinó hacia delante. Miró fijamente las flores y musitó:

– No sé. Está por ahí, en alguna parte.

– ¿Sola?

– Sí -respondió él. La mecedora volvió a crujir cuando se reclinó de nuevo sobre el respaldo para enfrentarse con la mirada de desaprobación de su madre.

– ¿A ti te parece que eso es buena idea?

C.J. se encogió de hombros y mientras miraba las flores, frunció el ceño. Se estaban marchitando. Tomó una mustia margarita y notó que un fuerte peso le hundía un poco más el corazón.

– Probablemente no. Sin embargo, ella no desea que yo la acompañe. Está sufriendo mucho. Por Mary Kelly -añadió, tras respirar profundamente.

– ¿Es ésa la mujer que fue asesinada? -preguntó su madre. C.J. asintió-. Bueno, yo diría que a pesar de lo que ella te haya dicho, necesita que alguien la reconforte.

– No fue lo que me dijo, sino el modo en el que se comportó.

Se sorprendió mucho cuando su madre se echó a reír.

– Hijo, me temo que tú no sabes mucho de mujeres.

– Venga ya, mamá -replicó C.J. No le había gustado aquel comentario de su madre-. Sé perfectamente cuándo no se me quiere ni se me necesita.

– ¿Tú crees?

– Sí, lo creo -replicó, harto de ser el blanco de las mofas de su madre-. Es la mujer más fuerte, independiente y cabezota que…

– Para, para. Ésas son muchas características para que una mujer pueda serlas todas. Además, no son necesariamente malas.

– Tampoco diría que son buenas.

– ¿Significa eso que querrías que esa mujer fuera débil, dependiente y sin personalidad alguna?

– ¿Después de haber crecido en el seno de esta familia? -repuso él-. Mamá, no he conocido nunca a una sola mujer que encajara con esa descripción. No -añadió, tras una pequeña pausa-. No es eso lo que deseo. Por supuesto que no. Sólo quisiera…

Se detuvo lleno de frustración porque no sabía cómo decirlo. De hecho, ni siquiera sabía si quería decirlo, al menos en voz alta. «Ser querido, necesitado… Ser al menos para una persona alguien muy importante, un superhéroe, un caballero con reluciente armadura… la luz de los ojos de una mujer en particular».

– Lo que tú quieres ser es su héroe -dijo su madre, terminando la frase por él.

– Mamá, no haces más que decir lo mismo -observó él, exasperado-, pero no es eso lo que quiero decir. Me contentaría sólo con ser su amigo, si ella me lo permitiera. Lo único que deseo hacer es ayudarla a superar todo esto. Por supuesto, me encantaría solucionar todo lo ocurrido, hacer que todo volviera a ser como era entonces. Sé que no voy a poder hacerlo, pero al menos me gustaría… me gustaría estar a su lado para ayudarla. ¿Me comprendes?

– Calvin -dijo su madre. Se incorporó y se acercó a él-. ¿Qué diablos crees que significa ser un héroe para una mujer? -añadió, tras colocarle suavemente la mano en la nuca.

C.J. levantó la mirada y frunció él ceño. Su madre le sonrió y tras darse la vuelta, se dispuso a bajar los escalones. Él estaba a punto de protestar porque ella lo hubiera dejado con aquella frase cuando Betty se dio la vuelta. La protesta que C.J. estaba a punto de formular se le heló en los labios. Nunca antes había visto el gesto que se había dibujado en el rostro de su madre.