Выбрать главу

La luz la acribilló de repente, como si hubiera pasado de una oscuridad total a mirar cara a cara al sol. Lanzó un grito y escondió el rostro contra el pecho de C.J.

Aquel grito de dolor le partió a él el corazón. La ternura, acompañada de otras emociones que no era capaz de nombrar y que no había sabido que poseía, emergió a través de él y sacudió los cimientos de su alma. Cuando habló, la voz le temblaba profundamente.

– Ya casi hemos llegado. Aguanta, tesoro… -susurró, con los labios pegados al cabello de ella.

Se sentía furioso consigo mismo y a la vez con ella. ¿Cómo podía haber sido tan estúpido? ¿Cómo no se había imaginado que terminaría enamorándose de ella? En aquellos momentos le parecía tan evidente que se preguntó si se habría dado cuenta todo el mundo menos él.

Bubba y Blondie acudieron a saludarlos cuando entraron en el patio. Bubba no hacía más que ladrar, como si les estuviera preguntando por qué habían tardado tanto. Blondie, por su parte, estaba haciendo todo lo posible por lamerle el rostro a Caitlyn.

– Baja, tonta -rugió C.J., aliviado por tener algo en lo que descargar su ira.

Caitlyn estaba temblando entre sus brazos. Sentía tantos deseos de consolarla, de reconfortarla… Como pudo, esquivó al comité de bienvenida canino y empezó a subir los escalones del porche. A continuación y después de hacer malabarismos para no soltarla, consiguió abrir la puerta y entrar en la casa.

– Ya me puedes bajar -dijo ella.

– Enseguida -replicó él. Observó la escalera. Caitlyn tenía razón. Iba a conseguir que le diera un ataque al corazón-. Ya casi estamos.

Casi sin saber cómo, consiguió subir la escalera. Por suerte, la puerta de la que una vez había sido su habitación estaba abierta. La atravesó con un gesto de triunfo. Las piernas y los brazos le pesaban como el plomo, pero consiguió recorrer la distancia que los separaba de la cama y depositar a Caitlyn sobre la colcha rosa con mariposas amarillas. Fue entonces cuando descubrió que ella se estaba riendo.

Se alegraba de que no estuviera llorando y de que no sintiera dolor. No sabía cuál era la causa de tanta hilaridad, pero decidió que no le importaba. Jamás había visto nada que le provocara un regocijo mayor. Se dio cuenta de que jamás la había visto reír, al menos de aquella manera.

– Me alegro de que lo encuentres tan divertido -comentó, cuando pudo recuperar el aliento.

«Ojalá pudiera decírtelo», pensó Caitlyn. «C.J., sé qué voy a volver a ver».

Deseaba más que nada en el mundo poder compartir aquella alegría con él, pero no podía hacerlo todavía. Dado que estaba empezando a recuperar la vista, comprendió que había llegado el momento de tenderle la trampa a Vasily. A pesar de todo, aunque no pudiera contarle la razón de su alegría, quería compartirla con él. Quería que él se tumbara a su lado y que la tomara entre sus brazos, que su gozo se convirtiera en algo completamente diferente, en lo más perfecto y profundo que se podía compartir con una persona. Deseaba que C.J. le hiciera el amor.

– Lo siento -dijo. Se cubrió los ojos con el brazo para que él no pudiera ver cómo respondía a la luz-. No me estaba riendo de ti… Ha debido de ser una reacción inconsciente a todo lo ocurrido. Debes admitir que el hecho de que me marchara presa de una pataleta, que me torciera el tobillo y que me cayera al arroyo es bastante ridículo…

– Ridículo no sería precisamente como yo lo llamaría. A mí más bien me parece que es una estupidez. No quiero ni pensar lo que te podría haber pasado. ¿Qué creías que estabas haciendo?

¿En qué había estado pensando? En aquellos momentos, le resultaba muy difícil recordar la pena que había sentido sólo hacía unas pocas horas. Lanzó un suspiro y se incorporó. Se frotó el rostro con las manos y a continuación, se cubrió los ojos mientras trataba de pensar qué era lo que iba a decir a continuación, qué podía hacer para que él supiera lo mucho que deseaba que se le acercara. No le resultaba fácil ni en la mejor de las circunstancias, dado que se había pasado toda la vida tratando de evitar las atenciones de los hombres y no sabía cómo seducir.

«Si por lo menos pudiera mirarlo, si pudiera ver su rostro…». Nunca se había dado cuenta de lo importantes que eran los ojos como herramienta en el arte de la seducción. Abrumada por emociones que no era capaz de expresar, se limitó a sonreír y a sacudir la cabeza como tácita disculpa.

– ¿Qué les ha pasado a mis flores? -preguntó.

– Creo que están en el porche -respondió él, tras lanzar un bufido que ella no supo interpretar-. Tienen un aspecto bastante triste.

– Bueno, supongo que tendré que recoger más -dijo ella. Cerró los ojos y recordó el contacto del cuerpo de C.J., su olor… De hecho, en aquellos momentos la habitación parecía haberse llenado de su masculino y limpio aroma.

– Sí, supongo que sí. ¿Qué tal tienes el tobillo? -le preguntó, tras sentarse al lado de Caitlyn sobre la cama. Sintió que el corazón le echaba alas.

– Me molesta un poco.

Se agarró con fuerza a la colcha al notar que él le tomaba el tobillo y se lo colocaba sobre el regazo. No se había dado cuenta hasta entonces de lo mucho que deseaba que él la tocara, en otros lugares, por todas partes… No obstante, sabía que aquello no iba a ocurrir, al menos en aquel momento. ¿Ocurriría alguna vez? Sin poder evitarlo, se echó a temblar.

– Te sigue doliendo, ¿verdad? -dijo él, al tiempo que se apartaba el pie de Caitlyn del regazo y se ponía de pie-. Voy a por un poco de hielo.

Caitlyn oyó que los pasos de C.J. atravesaban la habitación y que la puerta se abría… para cerrarse inmediatamente. Ya a solas, se volvió hacia la ventana y respiró profundamente. Entonces, con un profundo temor, abrió los ojos. El aliento se le escapó del cuerpo mediante un largo y tembloroso suspiro. Sí, se había producido. El milagro, un rectángulo de luz con forma de ventana que iluminaba por fin su oscuridad.

C.J. estaba de pie, delante de la puerta abierta del frigorífico, cuando su madre regresó de la iglesia. Tenía una bolsa de cubitos de hielo en la mano y la observaba con amargura mientras trataba de decidir a qué parte de su anatomía iba a aplicársela.

– ¿Estás tratando de refrescar la casa entera? -le preguntó Betty.

C.J. cerró el frigorífico y se dio la vuelta.

– Es para Caitlyn. Se ha torcido el tobillo.

– ¡Oh! ¿Y cómo ocurrió?

– Metió el pie en un agujero que había en el suelo del bosque.

– ¿En el…? No habrás consentido que fuera allí sola, ¿verdad? -replicó su madre, tras dejar el misal sobre la mesa con un golpe seco.

– Mamá, no fue…

– Calvin James, no te excuses conmigo. Estabas sentado en el porche tratando de aplicar un bálsamo a tu orgullo. Eso es lo que estabas haciendo. Sabes muy bien que no debiste dejar que se marchara sola y mucho menos cuando esos hombres aún andan buscándola.

– Lo sé -admitió C.J., con un suspiro-. Creo que ya ha aprendido la lección. No creo que vaya a volver a repetirlo en un futuro próximo.

– Bueno, espero que no. ¿Vas a subirle el hielo antes de que se derrita?

– Esperaba que lo hicieras tú, dado que ya estás aquí. Creo que por el momento, está bastante harta de mí.

– ¿Cómo es eso? ¿Es que os habéis estado peleando?

– No, nada de eso. Sólo es que me parece que la molesto. Se defiende muy bien ella sola y creo que no necesita que yo cuide de ella constantemente.

– Bueno, eso es cierto.

– Por eso, estaba pensando que… -dijo C.J. Dejó la bolsa de hielo sobre la encimera de la cocina y la observó atentamente, tratando de parecer relajado-estaba pensando, que si Jess y tú vais a estar por aquí durante los próximos días, yo podría llamar a Jimmy Joe y preguntarle si tiene un cargamento para mí.