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– Creo que deberías hacerlo -replicó su madre, tras recoger la bolsa y el misal.

– No puedo estar sin hacer nada. Tengo facturas que pagar -argumentó, mientras seguía a su madre al pasillo.

– Hijo, tienes razón -afirmó Betty mientras empezaba a subir las escaleras-. Después de todo, tal y como tú dices, Caitlyn es una mujer hecha y derecha que no necesita que la cuiden como si fuera un bebé y tú eres un hombre con responsabilidades. Deberías volver a trabajar. Hazlo, no te preocupes por Caitlyn. Jessie y yo cuidaremos de ella. Estará bien.

– Bien… Entonces, bueno.

C.J. observó cómo su madre desaparecía al llegar a lo alto de la escalera. Se dio la vuelta y regresó a la cocina para mirar durante unos instantes el lugar en el que había estado la bolsa de hielo. Tenía la sensación de haber pasado algo por alto, pero no tenía ni idea de qué podía ser.

Dado que la formica no parecía proporcionarle respuesta alguna, salió al exterior.

«Es lo mejor», se dijo, tratando de hacerse creer que se sentía muy contento con la decisión que había tomado. Después de lo ocurrido aquel día, iba a ser un verdadero infierno estar con Caitlyn y tener que recordarse a cada paso que él no era la clase de hombre que se aprovechaba de una mujer tan vulnerable. Al menos, esperaba que así fuera. Cuando recordó que la había besado en el bosque y el tiempo que había estado deseando hacerlo, lo mucho que deseaba repetirlo y dejarse llevar por lo que, naturalmente, venía a continuación, sintió un escalofrío y notó que el estómago se le ponía boca abajo. No la había llevado allí para eso, ¿verdad?

No.

Lleno de furia, consultó la hora en su reloj y echó a correr. Desgraciadamente, descubrió que las piernas no le respondían y que ya tenía acelerados los latidos del corazón. Tras recorrer unos doscientos metros, se detuvo y se marchó andando a su casa.

– Caitlyn, cielo. Jake quiere saber si estás segura de que puedes hacerlo. ¿Lo estás o es demasiado pronto?

La voz de Eve estaba llena de preocupación.

En el pequeño despacho que había entre la cocina y el comedor, donde Betty Starr guardaba todos sus papeles y en el que estaba el único teléfono de la casa, Caitlyn agarró con fuerza el teléfono y habló con decisión.

– Estoy bien, de verdad. Los dolores de cabeza han mejorado mucho. Me siento muy fuerte.

No era cierto. Nunca se había sentido más frágil. Ella, que siempre había mostrado tanta seguridad en sí misma, ya no podía confiar en sus propios sentimientos ni en su buen juicio. Sentía que el suelo que pisaba no dejaba de temblar.

– La inflamación ya casi ha desaparecido. Tengo un aspecto bastante normal, o por lo menos eso es lo que me dicen. Aún no puedo ver todos los detalles, sino tan sólo luz y siluetas. Después de todo, acaba de pasarme, pero los médicos me dijeron, que una vez que empezara a ver, podría recuperar la vista bastante rápido. Por eso, se me había ocurrido…

– Caitlyn, es una noticia fantástica -dijo Eve, muy contenta-. Debes de estar muy feliz. Me alegro mucho por ti, igual que Jake. Me apuesto algo a que C.J. es el hombre más feliz de Georgia.

Caitlyn apoyó un codo sobre la mesa y se sujetó la cabeza. La casa estaba vacía. Jess estaba trabajando y Betty se había ido a una cena que se celebraba en la iglesia. Tanto silencio la agobiaba y se sentía como si estuviera a punto de lanzarse al lado más profundo de la piscina. Sin embargo, ya era demasiado tarde para echar marcha atrás. Para bien o para mal, había tomado su decisión. Al día siguiente, Eve pondría en movimiento la primera parte del plan del FBI. En dos o tres días, todo habría terminado. Para bien o para mal.

– Él no lo sabe -murmuró-. No se lo he dicho.

– ¿Y por qué no? -repuso Eve, con el tono de voz que se utilizaba para los que han perdido la cabeza-. Ya sabes que se ha tomado muy personalmente lo que te ha ocurrido.

– Eve, precisamente por eso no se lo puedo decir. Cree que es responsable de todo lo que ocurrió, a pesar de que yo le he dicho mil veces que no lo es. Sé que si supiera lo que tengo intención de hacer, haría todo lo posible para impedírmelo.

– Tal vez tenga razón. Sé que a Jake tampoco le hace mucha gracia. Hay otros modos…

– No, no los hay. Conozco a Vasily y tú no. No es ningún imbécil y no va a dejarse engañar por nadie. Tengo que ser yo. Además, el plan está muy bien pensado. No van a dejar que me ocurra nada. No te preocupes.

– No estoy preocupada -replicó Eve, en tono no muy convincente-. Está bien. Pasaré a recogerte mañana para la entrevista. ¿A qué hora?

– A última hora de la mañana. Jess estará en el trabajo y Betty se marcha los lunes a esa hora para llevar comidas a los ancianos, por lo que aquí no habrá nadie para ponerme trabas.

– ¿Y C.J.? ¿Cómo se lo vas a ocultar a él?

– No creo que eso sea ningún problema -respondió Caitlyn, con voz neutral, mientras trataba de ocultar sus sentimientos-. Probablemente ni estará aquí. He oído que le decía a su madre que va a regresar a trabajar. Seguramente a esa hora ya se habrá marchado de viaje, pero si no…

– Si no, avísame y recurriremos al plan B. Muy bien, si no tengo noticias tuyas, te iré a recoger mañana por la mañana.

– Muy bien.

Las dos mujeres se despidieron y colgaron sus respectivos teléfonos. Entonces, Caitlyn permaneció sentada durante un instante mientras los nervios la corroían por dentro. A continuación, se levantó y atravesó la puerta que comunicaba la estancia con la cocina.

La estancia estaba llena de luz. Estaba casi segura de que no había encendido ninguna lámpara. ¿Para qué iba a hacerlo? No podía ver.

Contra la luz de la ventana, se adivinaba la silueta de una persona. Estaba sentada a la mesa, con algo entre las manos. Era un periódico. Caitlyn se quedó helada. «¡Dios mío! C.J…».

Inmediatamente, comprendió que se había equivocado. El olor a hospital, tenue pero inconfundible… El alivio estuvo a punto de doblarle las rodillas.

– Jess, ¿eres tú?

– Sí -respondió. El periódico crujió y la silueta se volvió para mirarla.

– No te he oído entrar -susurró Caitlyn. Se sentía sin aliento, como si hubiera estado corriendo-. ¿Cuánto… cuánto tiempo llevas aquí?

– El suficiente-respondió Jess.

Capítulo 13

Caitlyn se acercó a la mesa. A tientas, encontró el respaldo de una silla, pero no tomó asiento. Como por arte de magia, ya no se sentía nerviosa, sino inmersa en una extraña tranquilidad.

– ¿Cuánto has oído?

– Lo suficiente para saber que has recuperado la vista -respondió Jess-. Es una noticia estupenda. Me alegro mucho por ti.

– Gracias.

– También me he enterado de que estás a punto de hacer algo que sería peligroso para un miembro de las fuerzas de seguridad con una vista perfecta.

– Es… Es algo que tengo que hacer -musitó Caitlyn mientras observaba las sombras grisáceas que eran sus manos.

– Sí. Eso fue lo que dijo mi marido cuando se marchó a Irak -musitó Jess, con la voz quebrada-. ¿Nos lo ibas a decir a alguno de nosotros? ¿A mi madre o a mí? ¿O acaso te ibas a limitar a marcharte con Eve mañana sin decirnos nada?

– No lo sé -admitió Caitlyn, tras tragar saliva-. Por favor, no pienses… No es por vosotras. Simplemente no puedo… No puedo dejar que se entere C.J. Le daría un ataque. No me pierde de vista… Es como una gallina con sus polluelos, tal y como diría mi tía Lucy. Se comporta como si yo fuera un ser completamente indefenso, como si tuviera miedo de que me rompiera. Nunca va a…

– ¿Y qué esperabas? ¡Está enamorado de ti!

– …Dejarme que… ¿Cómo has dicho?

– He dicho que C.J. está enamorado de ti. No me digas que no lo sabías.

Caitlyn negó rápidamente con la cabeza. Se sentía como si el suelo le temblara bajo los pies, por lo que tiró de una silla y se sentó.