– Caitlyn…
C.J. se levantó de la silla y trató de tomarla entre sus brazos, pero ella se había puesto de pie al notar lo que iba a hacer y lo eludió. A tientas, lo empujó para que se apartara.
– No, no lo hagas. Quería decirte algo… Me has hecho una pregunta y yo… yo no te he contestado. No sé por qué no… Quería decirte… Quiero que sepas que… Creo que deberías saber…
– Por el amor de Dios, Caitlyn. ¿Decirme qué? Sea lo que sea…
– Me preguntaste por qué no puedo soportar que me ayuden y yo… Creo que te dije que es porque temo mostrarme débil… La verdad es que temo perder el control… por algo que me ocurrió hace mucho tiempo. Nunca se lo he contado a nadie. La noche del baile de fin de curso del instituto, el chico con el que había acudido a la fiesta me violó. Era mucho más corpulento que yo… mucho más fuerte. No quiso escucharme. Yo no podía hacer nada para detenerlo, pero tomé la decisión de que jamás me iba a volver a mostrar débil e indefensa. Y así ha sido. Hasta ahora. Por eso me resulta… me resulta muy difícil. Di algo, maldita sea -añadió, al ver que C.J. no reaccionaba.
Él se inclinó sobre ella y la tomó entre sus brazos. Con gran dulzura, acurrucó la cabeza contra la increíble suavidad del cabello de Caitlyn. Al cabo de unos instantes, cuando sintió que ella lo abrazaba también, le pareció la sensación más increíble que había experimentando nunca.
– Vas a tener que perdonarme -dijo, con voz ronca-. Aparentemente, no sabes lo que supone para un hombre escuchar algo así sobre la mujer de la que…
Tosió y no pudo terminar la frase.
– No quería conmocionarte -musitó ella.
– Pues lo has hecho…
Sin embargo, lo que más lo había sorprendido había sido descubrir que podía albergar el deseo de matar a alguien. Jamás se había creído capaz de algo semejante. Se apartó ligeramente de Caitlyn y contempló su rostro. Durante un instante, aquellos ojos plateados parecieron devolverle la mirada, lo que le provocó un nudo en la garganta. Entonces, ella cerró lentamente los párpados.
– Sin embargo -añadió-, supongo que sabrás que yo nunca… que no tienes que preocuparte… Es decir, yo nunca te forzaría. Ni siquiera te pediría que…
– Lo sé -afirmó ella. Entonces, se puso de puntillas y le acarició los labios muy suavemente con los suyos-. C.J… eres el hombre más honrado que he conocido nunca, aparte de mi padre. De hecho, eres la quintaesencia del caballero sureño, pero… Maldita sea, C.J., algunas veces una mujer prefiere a Rhett Butler en vez de a Ashley Wilkes.
C.J. frunció el ceño.
– ¿Rhett Butler? Ah, sí, el de Lo Que El Viento Se Llevó, ¿no? Lo siento, es que no he visto la película ni he leído el libro.
Caitlyn le colocó las manos sobre el pecho, justo en el lugar en el que los dedos podían acariciarle la piel a través de la abertura del cuello de la camisa. Su sonrisa era sugerente y su voz un murmullo.
– Hay una escena muy famosa en la que Rhett toma en brazos a Scarlett… ¿Sabes quién es Scarlett O'Hara? Bueno, la toma en brazos y sube con ella un enorme tramo de escaleras para llevarla al dormitorio y… Si no me equivoco, tú has debido de tener mucha práctica…
Notaba los latidos del corazón de C.J. a través de la tela de la camisa. Él tenía el cuerpo muy tenso y el interior le hervía como lava.
– Sólo hay un problema -susurró él-. Aquí no hay escaleras.
– En ese caso, así será mucho más fácil.
El valor se apoderó de ella. Se mordió el labio inferior y observó atentamente el borrón en el que la sonrisa de C.J. destacaba sobre todo lo demás. Entonces, impaciente por no poder verlo, le colocó los dedos sobre los labios y sintió que sonreían. A continuación, él inclinó la cabeza ligeramente y se introdujo en la boca las yemas de los dedos de Caitlyn una a una. Ella sintió que el deseo se le despertaba en el vientre y que las piernas se le doblaban.
– Creo que ha llegado el momento de que imites a Rhett Butler -susurró ella, con voz entrecortada.
C.J. sonrió y con un rápido movimiento, aplicó la presión de sus labios contra la palma de la mano de Caitlyn. Ella gimió y muy lentamente, fue tirando de la mano y de los labios de él hacia los suyos. Cuando los notó sobre la boca, su incipiente visión le falló. Presa de dulces sensaciones, cerró los ojos y notó cómo éstas hacían vibrar lugares que estaban muy separados físicamente.
C.J. le acarició la espalda con una mano, mientras que bajaba la otra por la espalda. Encontró sólo piel desnuda cuando se la introdujo por la cinturilla de los vaqueros. Ella le acariciaba suavemente la mandíbula y le mesaba el cabello con los dedos. La mano de él seguía bajando hasta que llegó hasta la parte más inferior de la espina dorsal. Allí, la apretó con fuerza y la levantó contra él. Ella se le enganchó a la cintura con las piernas y a través de la tela de los vaqueros, sintió la esencia de su masculinidad. Su feminidad pareció recordar lo que aquello significaba y vibró para darle la bienvenida.
Sentía que se estaba moviendo. Supo que él la estaba transportando a algún sitio, pero antes, había algo que quería decirle. Rompió el beso, pero C.J. habló antes de que ella pudiera formar las palabras.
– Supongo que no fue precisamente así como Rhett Butler lo hizo…
– Así es mucho mejor…
Cuando trató de encontrar la boca, se echó a reír sin saber por qué. A él le había ocurrido lo mismo. Recordando lo mucho que había deseado reírse así con él, se aferró a los fuertes hombros y dejó que él la transportara al dormitorio. Seguramente, las risas eran como una especie de válvula de escape para tanta estimulación, para tantas emociones.
– Nunca he estado así antes -dijo, cuando C.J. la dejó en el suelo.
– ¿Así? ¿Cómo?
«Excitada, atontada, asustada… feliz». Se encogió de hombros. Tenía la mano sobre el pecho de C.J., por debajo de la camisa y los dedos exploraban y acariciaban con avaricia.
– No sé… así.
C.J. no dijo nada. Bajó la cabeza hasta que tocó la frente de Caitlyn con la suya y le colocó ambas manos alrededor del cuello. Con mucha suavidad, le hizo bajar la cabeza para que sus labios le tocaran suavemente los párpados primero, luego la nariz y por último, de nuevo la boca.
Al principio, apenas la rozaron. Eran como delicados pétalos que la acariciaban como ligeras plumas. Poco a poco, igual que había hecho en el bosque, fue incrementando la presión, hasta introducirse dentro de ella y llenarla tan completamente que Caitlyn no pudo imaginar cómo iba a terminar. Cuando lo hizo, gimió de desesperación, como si le hubieran arrebatado una parte de su ser.
– Yo tampoco…
Las manos de Caitlyn temblaban cuando se las metió por debajo de la camisa y muy lentamente, se la fue levantando. Quería que su piel tocara la suya. El deseo la hacía caer en la desesperación. Harta de sentirse de aquel modo, enterró el rostro contra el pecho de C.J. y empezó a lamérselo. Su piel olía bien, sabía bien… La exploración a la que lo sometieron sus dedos sólo encontró un poco de vello en el centro del torso y alrededor de los pezones.
– ¿No has encendido la luz? -preguntó. Deseaba tanto verlo…
– No -respondió él. También le estaba levantando la camisa, hasta que con la ayuda de Caitlyn, consiguió sacársela por la cabeza. Los senos se le irguieron cuando el fresco aire entró en contacto con la caldeada piel.
– Hazlo. No me importa.
– No… -susurró él, mientras le agarraba los senos con las manos y se los besaba suavemente-. No es justo.
– ¿Qué no es justo?
El aliento se le heló en la garganta. El corazón empezó a latirle con fuerza. Mente y sentimientos se envolvieron en un torbellino creado por la colisión de dos fuerzas opuestas, el gozo y la desesperación.
En aquel momento, Caitlyn comprendió que lo amaba con todo su corazón, mente y fuerza. En aquel mismo instante supo que lo que estaba a punto de hacer podría provocar que lo perdiera para siempre.