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Capítulo 14

El grito de Caitlyn, como el de un animal herido, le rompió el corazón. La ternura que sentía hacia ella era tal que era capaz de suavizar los bordes de su pasión. Las manos se mostraron suaves y seguras. La urgencia y la sorpresa se esfumaron.

– Hay otras maneras de ver -murmuró, con una sonrisa en los labios-. Puedo tocarte, verte con mis manos…

Al principio, los senos le habían parecido pequeños y virginales, perfectos, como los esculpidos en marfil de una escultura clásica. Sin embargo, le llenaban las manos con inesperada voluptuosidad y profunda delicia. Por el contrario, los músculos de su torso eran fuertes y elásticos.

Ella también lo estaba «viendo» a él. C.J. sentía que las manos de Caitlyn le recorrían los costados, la espalda… Por donde lo tocaban, dejaban un rastro febril y le aceleraban la respiración. Estaba perdiendo poco a poco la habilidad para concentrarse en delicadezas. El tigre que habitaba en él se estaba despertando y necesitaba toda la concentración de la que disponía para mantenerlo a raya. Tenía que controlarlo. Tenía que hacerlo. Si no lo conseguía, si ella le decía que no, tal vez no podría escucharla.

– Caitlyn… Caty ¿estás segura? -le preguntó, mientras volvía a deslizar los dedos por la cinturilla de los vaqueros.

– Sí, estoy segura -susurró ella. También le había enganchado los dedos en los vaqueros-. ¿Y tú?

– Sólo hay una cosa -musitó, tras besarla una vez más.

– ¿Sí?

No supo cómo consiguió pronunciar aquellas palabras. Le resultó muy difícil. Sufría por ella de un modo en el que jamás había sufrido antes.

– No te he traído aquí para esto…

Así era. Sabía que lo que acababa de decirle a Caitlyn era cierto. Si lo que hubiera tenido en mente hubiera sido la seducción, al menos se habría asegurado de estar preparado. En aquel momento, no sabía si sentirse aliviado o avergonzado por estar tan poco preparado.

– Lo que quiero decir es que no sé si tengo algo. Ha pasado algún tiempo desde…

– ¿Estás seguro de que no…? -susurró ella, tras un momento.

– No, tengo que mirar. Será sólo un momento…

Se levantó de la cama y se dirigió a la cómoda. Abrió el cajón superior y mientras rebuscaba a ciegas entre la ropa interior, sintió las manos de Caitlyn sobre la espalda, acariciándosela.

– Tal vez no quieras hacer eso… aún -dijo, riendo.

La boca de ella estaba demasiado ocupada explorándole el torso, besando, mordisqueando, saboreando, pero murmuró algo que C.J. no pudo entender y sacudió firmemente la cabeza. Él se preguntó si lo que habría querido decir era que tenía plena confianza en él o que simplemente no le importaba que tuviera preservativos o no, algo que no encajaba con su carácter. Caitlyn no era el tipo de mujer que corría riesgos alocadamente. Sin embargo, había notado que sí era muy testaruda. Cuando decidía hacer algo, lo hacía fuera cual fuera el coste.

– Tengo uno -musitó él, muy aliviado.

«Me pregunto qué habría hecho yo si no lo hubiera tenido», se preguntó ella, llena de agradecimiento. Le rodeó el cuello con los brazos y mientras C.J. la besaba, notó que él le abría el botón superior del pantalón. La tela dejó paso a las caricias de las manos de él. Donde la tocaba, la piel echaba chispas, como si estuviera ardiendo. Como pudo, se bajó los vaqueros, pero antes de que pudiera quitárselos, C.J. la agarró por el trasero y la pegó a su cuerpo. Caitlyn dejó escapar un murmullo de sorpresa y de profundo gozo. Echó la cabeza hacía atrás y él comenzó a besarle la garganta que ella le ofrecía. Mientras C.J. se arqueaba encima de ella, la levantó hacia él. Caitlyn separó las piernas y lo rodeó con ellas tal y como había hecho antes.

Las manos de C.J. no dejaban de moldear la sensible piel del trasero y de la parte posterior de los muslos. La firme columna que se le adivinaba por debajo de los vaqueros se le apretaba contra la más tierna parte de su cuerpo. El deseo se le había despertado en el vientre y le vibraba entre las piernas.

Cuando él la depositó sobre la cama, estaba sollozando, abrumada por sensaciones que no había experimentado nunca. El miedo desapareció al notar que él se tumbaba a su lado. Se aferró a él y dejó que comenzara a acariciarla. Poco a poco, separó los muslos y se preparó para recibir su peso, lo que deseaba desesperadamente. Se sorprendió al notar sólo el cosquilleo que le producía el cabello de C.J. sobre la piel. Brevemente, éste le acarició el vientre y los muslos. A continuación, notó la boca. Las sensaciones de placer la atravesaron como una lanza de acero.

Emitió un grito de sorpresa. El cuerpo se le arqueó, se convulsionó, pero él la contuvo. Le había agarrado con fuerza los muslos, pero la boca era increíblemente exquisita y delicada. El cuerpo se le tensó y todo en su interior pareció derrumbarse como un castillo de naipes. El pecho se le desgarró con un sollozo y trató de aferrarse al cuerpo de C.J. en la oscuridad.

– Por favor, por favor -susurró, aferrándose a él desesperadamente.

Cuando se sobrepuso, se tumbó encima de él. El cuerpo aún le palpitaba y temblaba. Una mezcla de placer y dolor le vibraba por todas partes. Respiró profundamente y la furia se apoderó de ella. Trató de incorporarse entre el círculo de los brazos de C.J. y lo golpeó en el pecho con los puños apretados.

– ¿Por qué has…? Yo quería… Tú…

– Tranquila, tranquila… -susurró él.

– Yo quería…

– Tú querías controlarlo todo, ¿no es cierto? -dijo él. Entones, le colocó la mano sobre la nuca e hizo que ella se inclinara para poder besarla muy profundamente.

– Yo también lo deseaba -susurró él-. Y ahora lo estás. Soy todo tuyo, nena. Haz conmigo lo que…

Ella le impidió que siguiera hablando con la boca, riendo. C.J. pensó en lo mucho que había ansiado aquel instante, el hecho de poder reírse con ella en brazos.

Caitlyn levantó la cabeza y lanzó un gruñido de felicidad. Después, muy lentamente, dejó caer su peso para deslizarse sobre él con una perezosa caricia.

C.J. se mantuvo completamente inmóvil, a excepción de las manos. Con ellas, no dejaba de acariciarle repetidamente espalda y trasero. Sin embargo, ella se lo impidió y fue dejándole un rastro de besos ardientes sobre la piel. C.J. lanzó un gruñido, temiéndose lo que iba a acontecer a continuación.

Caitlyn debió de haberse dado cuenta porque, después de dejarle las huellas de sus besos sobre el abdomen, se volvió a colocar a horcajadas encima de él y lo acogió sobre su húmeda feminidad. Él volvió a lanzar otro gruñido de placer.

– Nena…-susurró.

– Yo también te deseo dentro de mí -musitó ella-, pero no sé… no sé si puedo así. Hace tanto tiempo…

Al final, no fue ni el control de ella ni el de él, sino de la unión mutua. No resultó fácil, ni indolora, dado que ella estaba muy tensa y él muy duro. También había pasado mucho tiempo para él.

Mientras reían, C.J. la colocó sobre él y dobló las rodillas para convertir su cuerpo en una pequeña cuna para el de Caitlyn. Entonces, comenzó a acariciarla por todas partes.

Tenía la mente llena de imágenes de Caitlyn, pero ninguna de ellas superaba las sensaciones tan reales que estaba experimentando. Todo era real. Su feminidad cálida y vibrante acogiéndolo, su fuerte y esbelto cuerpo, sus labios tiernos y suaves… No era princesa ni fierecilla, secuestradora ni santa. Sólo era una mujer, una mujer poderosa, vulnerable y humana. Y era suya.

Aquel pensamiento empezó a arderle en el pensamiento y salió volando hacia el cielo como una estrella fugaz. Se olvidó de todo a excepción de lo mucho que la amaba y del milagro que suponía que ella estuviera allí, con él en su cama, cálida y real y que hubiera acudido a él por deseo propio.