Presa del gozo, abrió el corazón, la mente, el cuerpo y el alma y le devolvió aquel regalo del único modo que conocía.
Mientras conducía su camión por las Montañas Azules de camino al norte, C.J. Starr era un hombre feliz. Lo tenía todo. Buen tiempo, un motor fuerte y poderoso, un tráiler cargado de manzanas de Carolina del Norte y la mujer que amaba, la mujer más hermosa que había visto nunca, esperándolo en Georgia. Muy pronto, aprobaría su examen, encontraría una pequeña y acogedora ciudad en la que ejercer su profesión de abogado, se compraría una enorme casa con una hermosa escalera y muchos dormitorios y se casaría con Caitlyn para poder llenar muy pronto todas aquellas habitaciones de niños.
Cuando pensaba en niños, no podía evitar recordar la única sombra que se cernía sobre su felicidad. El rostro pálido y delgado de una niña, su cabello negro y sus ojos oscuros, unos ojos hambrientos y asustados como los de un refugiado. Tal vez el primero de aquellos niños podría ser adoptado.
«Sí, cuando todo esto termine, cuando Vasily esté en la cárcel y Caitlyn a salvo, encontraremos a Emma y nos la llevaremos a vivir con nosotros».
El otro nubarrón que empañaba su cielo azul no era tan fácil de definir ni de disipar. Tenía que ver con el modo en el que las cosas habían terminado con Caitlyn la noche anterior.
Había querido que ella se quedara a su lado. Le habría encantado pasar la noche durmiendo con el cuerpo de ella acurrucado al lado del suyo y poder despertarse a la mañana siguiente para ver su rostro sonriente por encima de una taza de humeante café. Sin embargo, ella había insistido en que C.J. la llevara de vuelta a casa de Betty.
Antes de que ella entrara en la casa, la había besado una vez más bajo la luz del patio. Cuando estaba a punto de decirle que la amaba, ella se lo había impedido colocándole las yemas de los dedos contra los labios. Aquellos ojos plateados lo habían mirado durante un intenso instante a los suyos, casi como si pudieran ver. A continuación, se había puesto de puntillas para besarlo y con un tono de voz muy extraño, le dijo:
– Muchas gracias por esta noche.
«Como si no esperara volver a tener otra», pensó C.J.
Aquel pensamiento le paralizó el corazón y le debilitó las rodillas, por lo que abandonó la autopista en la siguiente parada de descanso. Seguramente estaba haciendo una montaña de un grano de arena. Lo más probable sería que sólo necesitara descansar un poco.
Se sentó en el restaurante para cenar. La televisión estaba sintonizando el canal de noticias de la CNN. Habían estado hablando de la guerra en Oriente Próximo y del último huracán en Cuba cuando empezaron a mostrar unas imágenes, que al principio, no pudo creer. Cuando fue consciente de que eran reales, estuvo a punto de atragantarse con el trozo de filete de pollo que acababa de meterse en la boca.
Era Caitlyn. Allí estaba, hablando con un periodista. Durante un instante, C.J. esperó que se tratara de imágenes de archivo, pero no. El cabello rubio no lograba ocultar la cicatriz ya curada que tenía sobre la frente.
La cámara se apartó de ella y C.J. vio que estaba sentada sobre un sofá que parecía el tipo de mueble que solía aparecer en los estudios de televisión. A su lado, estaba Charly. Enfrente de ellas había alguien más que él conocía. Eve Waskowitz, la realizadora de documentales de televisión. La esposa del agente especial del FBI Jake Redfield.
Caitlyn estaba hablando. Por fin, C.J. apartó los ojos de la imagen y se centró en los subtítulos.
…Nueve en punto de mañana por la mañana.
Entrevistadora: ¿Va usted a revelar el paradero de Emma Vasily?
Caitlyn Brown: Mi postura sobre ese aspecto no ha cambiado. He dicho que no sé dónde está y sigo sin saberlo. No pienso revelar el nombre de mis contactos, por lo tanto…
Entrevistadora: ¿Está usted preparada para regresar a la cárcel?
Caitlyn Brown: Supongo que eso dependerá de lo que el juez decida.
Entrevistadora: Señorita Brown, ¿qué la hizo entregarse? Si no tiene intención de obedecer al juez Calhoun…
Caitlyn Brown: Jamás he tenido la intención de pasarme el resto de mis días como una fugitiva. Sólo necesitaba un tiempo para recuperarme de haber sido disparada, de la muerte de Mary Kelly… y de haber perdido la vista. No sabía si iba a quedarme ciega…
Entrevistadora: Según tengo entendido, ha recuperado la vista.
Caitlyn Brown: Así es. Todavía no completamente, dado que sólo veo formas y no distingo los colores. Veo más o menos lo que se ve cuando no hay mucha luz, pero va mejorando constantemente. Los médicos me dijeron que existía la posibilidad de que regresara a medida que fuera bajando la hinchazón y parece que tenían razón.
Entrevistadora: Debe de estar usted muy contenta.
Caitlyn Brown: Bueno, aliviada creo que sería una palabra mucho más adecuada. ¿Cómo voy a estar contenta cuando Mary Kelly está muerta? Ella sí que no se va a poner mejor nunca…
De repente, el rostro de Caitlyn desapareció de la pantalla. Un titular decía:
“Pueden escuchar el resto de la entrevista exclusiva de Eve Redfield esta noche en…”
C.J. no vio nada más. Casi sin darse cuenta, se puso de pie, dejó un poco de dinero sobre la mesa y salió al exterior. Más tarde, recordaba haber apoyado la cabeza sobre la fría chapa de la cabina de su camión esperando que el suelo dejara de temblar bajo sus pies. «Esto no puede estar ocurriendo otra vez. No puede ser…».
Estaba a punto de subirse al camión cuando su instinto se lo impidió. No estaba en condiciones de conducir. Respiró profundamente para tranquilizarse y a continuación, rodeó el tráiler para comprobar las luces y los frenos, obligándose a concentrarse en aquella inspección de seguridad. Poco a poco, la mente se le fue aclarando y la sensación de conmoción y de traición se fueron alejando de él. Entonces, se dio cuenta de que no estaba enfadado con Caitlyn. De hecho, ni siquiera estaba sorprendido.
«Gracias por esta noche». Tenía que habérselo imaginado.
Se sentía tan desilusionado… Desilusionado por el hecho de que ella no hubiera querido compartir con él la buena nueva de la recuperación de la vista. Aquello le dolía mucho más de lo que quería admitir. También lo desilusionaba el hecho de que no hubiera confiado en él lo suficiente como para decirle lo que estaba a punto de hacer.
«¿Y por qué iba a hacerlo? ¿Acaso no fuiste tú el que la entregó a la policía cuando confió en ti por última vez? ¿Acaso no habrías tratado de detenerla también esta vez?».
Sin embargo, el sentimiento que más lo embargaba era el de miedo. Sabía exactamente lo que Caitlyn estaba tratando de hacer al anunciar al mundo su intención de entregarse e incluso dando el lugar y la hora exacta. Se estaba colocando como cebo, poniéndose como un cordero en el claro de un bosque para atraer al tigre. Seguramente funcionaría y el tigre, Vasily acabaría cayendo en la trampa. Sin embargo, lo triste era que el cordero moría la mayoría de las veces.
«A las nueve en punto de mañana por la mañana».
A esa hora, la mujer que amaba iba a ponerse a tiro de un asesino. Él estaba a más de novecientos kilómetros de poder impedírselo. Novecientos kilómetros. Su única esperanza de llegar allí a tiempo era conducir sin parar durante diez horas y rezar por que el tiempo fuera bueno y no hubiera atascos.
Sacó su teléfono móvil y marcó el número de Charly. Le saltó el buzón de voz, pero no dejó ningún mensaje. Como no tenía el número de Jake Redfield, llamó a información y consiguió el de la centralita del FBI en Atlanta. Después de que lo pasaran de una extensión a otra en un par de ocasiones, alguien le dijo que el agente Redfield estaba en una misión. Cuando le preguntaron si había alguien más que pudiera ayudarlo, C.J. dio las gracias y colgó.