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Cuando se subió al camión, tenía la mente clara y tranquila. Unos minutos después, estaba de nuevo en la autopista, aunque, en aquella ocasión, se dirigía hacia el sur.

Los dioses del tiempo debían de estar en su contra. Un frente frío se había topado con las montañas y había decidido dejar su carga de lluvia y granizo allí mismo. Por consiguiente, el tráfico era muy lento y además, había restricciones de velocidad. Cuando por fin dejó la autopista al llegar a Anderson, C.J. estaba tan nervioso que podría haberse devorado las uñas.

El estómago le dio un vuelo al recordar las imágenes del día en el que dispararon a Mary Kelly y a Caitlyn al salir del juzgado al que él se dirigía en aquellos momentos. «No va a dispararle otra vez. Ella es la única que sabe dónde está Emma. No va a dispararle… No lo hará…». No dejaba de repetir aquellas palabras, casi como si fueran una oración.

Estaba a punto de llegar al aparcamiento que había directamente detrás del juzgado. «Voy a llegar a tiempo», pensó, tras mirar el reloj. Desgraciadamente, en aquel mismo instante, el semáforo se puso en ámbar.

«Maldita sea». Piso con fuerza el freno y detuvo el camión con un profundo chirrido. Mientras esperaba, empezó a tamborilear los dedos contra el volante. Un sudor frío le caía sobre el pecho. A través de la ventanilla abierta de la cabina, oyó cómo el campanario que había al otro lado del juzgado empezaba a dar la hora.

«Vamos, vamos, maldita sea… Ponte verde».

En aquel momento las vio. Caitlyn y Charly. Allí estaban, cruzando la calle a poco más de una manzana de donde él se encontraba. Caitlyn llevaba puesto un traje sastre que Charly le debía de haber prestado, pero habría reconocido su cabello y su modo de andar en cualquier parte.

El corazón estaba a punto de salírsele por la boca. Asió con fuerza el volante, casi como si pudiera arrancarlo de cuajo.

«¡Espera, Caitlyn!¡Espera!», gritó mentalmente, aunque sabía que sería inútil.

Tan centrado estaba en las dos mujeres que no se dio cuenta de que un sedán blanco con cristales ahumados se dirigía lentamente hacia ellas desde la dirección opuesta. No se percató de su presencia hasta que se detuvo, se abrió una puerta y descendió un hombre. Atónito, C.J. se dio cuenta de que el hombre llevaba puesto un pasamontañas.

Todo ocurrió muy rápidamente. El hombre no dudó. Se dirigió directamente a las dos mujeres, agarró a Caitlyn por detrás y al mismo tiempo, pegó una salvaje patada a Charly en la parte posterior de las piernas. Mientras ésta última se desmoronaba sobre la acera, el hombre empezó a arrastrar a Caitlyn hacia el vehículo.

C.J. no tardó en reaccionar. Pisó a fondo el acelerador. No sabía exactamente lo que iba a hacer, pero Caitlyn estaba en peligro. Como un héroe, se dispuso a rescatarla con la única arma que tenía.

No sabía si el semáforo se había puesto en verde o no. El poderoso motor diesel rugió y atravesó la intersección. A través de la ira que lo envolvía, C.J. vio que el hombre del pasamontañas se volvía para mirarlo completamente atónito. También observó cómo Caitlyn observaba la escena muy pálida. En menos de un segundo, el camión arrolló al sedán blanco.

Durante un instante, C.J. se mantuvo inmóvil, observando la destrucción que había causado a través de la ventanilla. La verdad era que se sentía bastante atónito por lo que había hecho, aunque el conductor del sedán no parecía estar herido. Lo vio saliendo del coche como pudo.

Lo que no vio fue a Caitlyn ni al hombre del pasamontañas, al menos hasta que la puerta se abrió de repente y ella apareció en la cabina de un empujón. A sus espaldas, estaba el hombre del pasamontañas… con algo en la mano. Por segunda vez en su vida, C.J. se encontró frente a frente con el cañón de una pistola.

Capítulo 15

– Arranca -le ordenó el hombre del pasamontañas, tras cerrar la puerta con fuerza-. ¡Ahora mismo!

«Me han secuestrado otra vez. No me lo puedo creer», pensó C.J. «Esto no puede volver a estar ocurriéndome».

Aquella ocasión no tenía la sensación de haber vivido ya antes aquella situación. El individuo del pasamontañas difería mucho de la hermosa mujer que sólo lo había hecho para tratar de salvar la vida de una mujer y de una niña. Sin embargo, aquel hombre no se iba a andar con miramientos. C.J. sabía que era un asesino a sangre fría.

– Ya voy, ya voy -dijo. Inmediatamente, metió la marcha atrás del camión.

Mientras el enorme vehículo se separaba del destrozado sedán blanco con otro chirrido, C.J. se giró para mirar a Caitlyn. Estaba a punto de preguntarle si se encontraba bien cuando vio que ella abría los ojos de par en par y movía la cabeza ligeramente. Imperceptiblemente, trató de decirle que no lo hiciera.

– Siento mucho lo de su camión, señor -dijo ella, dirigiéndose a él con el tono de voz que utilizaría una desconocida.

– ¡Cállate y agáchate! -le espetó el del pasamontañas. Entonces, la empujó hacia abajo hasta que ella estuvo de rodillas entre sus piernas. Con la pistola que tenía en la mano la estaba apuntando en la cabeza.

Al ver aquella escena, C.J. sintió una gélida sensación que lo embargaba de la cabeza a los pies. En el exterior, las sirenas anunciaban la llegada de coches de policía y de vehículos de emergencia. El tráfico estaba empezando a hacerse muy lento.

– Toma la radio -le dijo el del pasamontañas-. Diles que es mejor que nos dejen pasar. Si no, voy a empezar a disparar y dado que te necesito a ti para que conduzcas, tendré que cargarme a la rubia.

C.J. asintió y tomó el micrófono. Estaba tranquilo. Estaba casi seguro de que aquel tipo no iba a matar a Caitlyn, al menos no por el momento. Ella era la única que sabía dónde estaba Emma. Si le disparaba, no lo haría en ningún órgano vital, aunque aquello no importaba a C.J. en absoluto. Sintonizó el canal 9 y empezó a hablar.

– Canal 9 de emergencias, le habla el conductor de Transportes Blue Starr pidiendo ayuda. Cambio.

Después de una tensa espera, la voz tranquila y profesional de una mujer resonó en el receptor.

– Sí, Blue Starr, te oímos. ¿Cómo está todo el mundo ahí?

– Bien por el momento -respondió C.J., tras mirar a Caitlyn-. Tenemos… tenemos una situación de emergencia aquí. Tengo un par de pasajeros… Un tipo con un rehén. Él tiene una pistola, que dice que va a utilizar si no nos dejan vía libre para salir de aquí. ¿Hay alguna posibilidad de que me podáis echar una mano en este aspecto?

Se produjo otra pausa, aquella más larga y más tensa. C.J. sentía que el corazón lo golpeaba con fuerza contra el cinturón de seguridad.

– Muy bien, Blue Starr, ¿hacia dónde os dirigís?

– Hacia el modo más rápido de salir de la ciudad -contestó. El del pasamontañas asintió.

– Muy bien -comentó-. Diles que no nos sigan -añadió-. En cuanto vea un policía, empezaré a disparar.

– No nos van a dejar huir -replicó C.J.-. ¿Crees que nos van a dejar marchar así como así?

– Por tu bien, espero que así sea -concluyó el del pasamontañas.

C.J. apretó los dientes y volvió a hablar con voz pausada. Así, transmitió la orden y el ultimátum. Tras la habitual pausa, la voz respondió:

– Muy bien, Blue Starr, van a facilitarte un pasillo de salida. Ahora, ten cuidado…

Entonces, se produjo el silencio. Muy sorprendido, C.J. colgó el micrófono y se concentró en conducir.

Arrodillada aún contra el suelo, Caitlyn cerró los ojos y escuchó la voz de C.J. hablando por la radio y la operadora respondiéndole también con tranquilidad. Vio que el pistolero sacaba un teléfono móvil y que marcaba un número. Escuchó atentamente la conversación y sintió que el alivio se apoderaba de ella. Evidentemente, el hombre estaba hablando con su jefe para relatarle el cambio del vehículo de huida.