– Tú preparaste todo esto. Jake Redfield y tú, ¿no es así? Esperabais que Vasily moviera ficha. Esperabas que te secuestraran -dijo C.J., con una amarga sonrisa-. Y yo… yo lo he estropeado todo.
– ¡Oh, no, C.J.! Estuviste magnífico -exclamó ella-. Jamás me podría haber imaginado un rescate más espectacular…
Caitlyn reía y lloraba al mismo tiempo. Inmediatamente, regresó al lugar en el que quería estar, entre sus brazos. C.J. empezó a besarla alocadamente, manchando las bocas de ambos con las lágrimas de ella. Caitlyn lo abrazó con todas sus fuerzas y sintió los temblores que él trataba tan valientemente de ocultar.
– Es sólo que ahora tengo que preocuparme de mantenerte con vida -añadió-. No sé lo que haría si…
– Sí, bueno. Esto no habría ocurrido si no hubieras tratado de mantenerme al margen. Si no me hubieras mentido…
– Lo sé, lo sé. Lo siento. Te juro que jamás volveré a hacerlo. Es que eres tan protector…
– ¡Pues claro que lo soy! ¡Estoy enamorado de ti, maldita sea!
– ¡Oh, C.J…! ¿Qué vamos a hacer ahora?
– Buena pregunta. Creo que éste sería un buen momento para hacerme partícipe del plan.
Caitlyn suspiró. Los dientes le castañeteaban. Había dejado de llover, pero el viento era bastante fresco.
– En realidad, todo es muy sencillo. Nos imaginamos que Vasily trataría de secuestrarme. Sigue pensando que yo sé dónde está su hija.
– ¿Es que no lo sabes?
– No. No lo sé. Sé cómo ponerme en contacto con las personas que sí lo saben, pero no puedo llevarle a él adonde está su hija.
– ¡Oh, Dios…!
– No importa. El plan era que yo fingiera que lo sabía y que lo llevara a una trampa, a una casa segura en la que lo estarían esperando los agentes del FBI. C.J… -dijo, al escuchar el gruñido que él soltaba-. C.J., escúchame. Todo habría salido bien. Vasily no se arriesgaría a matarme mientras no supiera dónde está Emma. Sigo siendo su única esperanza de recuperarla.
– Sí, bueno… En este momento tenemos que preocuparnos por nosotros. Supongo que no sabes dónde está la caballería en estos momentos, ¿verdad?
– Me imagino que bien al margen. No se van a arriesgar a asustar a Vasily.
– Sí, claro… Y hablando de Vasily. No sé a qué distancia de aquí se iba a producir el encuentro con él, pero el camión ha hecho mucho ruido al detenerse. Si están cerca, hay una gran posibilidad de que lo hayan escuchado. No podemos saber cuánto tiempo tardará alguien en presentarse aquí. ¿Tienes algún modo de ponerte en contacto con los del FBI? No, supongo que no… -añadió, con una triste sonrisa-. Entonces, yo diría que…
Se quedó helado, igual que ella. Los dos lo habían escuchado al mismo tiempo. Un vehículo con un potente motor estaba subiendo por la carretera. Los dos echaron a correr instintivamente, pero se detuvieron después de unos pocos pasos y se aferraron el uno al otro.
– ¿Dónde está la pistola? -preguntó C.J.
– Vete -dijo Caitlyn, prácticamente al mismo tiempo-. Me quieren a mí… ¡Oh, no…! -añadió, tras una exclamación de horror-. La dejé en el camión.
– ¿Estás loca? -exclamó él-. No pienso dejarte aquí. Ni lo pienses.
– C.J., te van a matar.
– En ese caso, supongo que es mejor que los dos salgamos pitando de aquí, ¿no te parece? -dijo él. Agarró la mano de Caitlyn. Ella se resistió, aunque sólo fue por un instante-. Alégrate. Tal vez sean los federales.
No era así. Caitlyn lo sabía mucho antes de ver el capó de un coche de color gris pasando por delante del camión.
– No podemos ir más rápido que ellos -susurró C.J., sin aliento-. Si pudiéramos llegar al bosque…
Desgraciadamente, había al menos una distancia de cincuenta metros hasta el lugar en el que podrían perderse entre los matorrales y los árboles. C.J. podría haberlo conseguido, pero Caitlyn no, dado que iba vestida con falta y zapatos de tacón. No estaba dispuesto a dejarla sola.
El sedán gris fue avanzando poco a poco hasta colocarse detrás de ellos. Aceptando lo inevitable, Caitlyn fue aminorando la marcha y después de un minuto, C.J. siguió su ejemplo. El coche pasó por delante de ellos y se detuvo más allá. La puerta trasera se abrió y salió un hombre que les hizo un silencioso gesto con la mano. En la otra, tenía una pistola.
– Estoy empezando a odiar esas cosas -musitó C.J., mientras se agachaba para montarse en el asiento trasero del vehículo.
Caitlyn lo siguió, pero, involuntariamente, tropezó debido a la tenue luz que reinaba en el interior del vehículo. Sintió que C.J. le agarraba una mano y el miedo que habitaba en su corazón remitió un poco… sólo un poco.
El pistolero le indicó que se moviera hacia el centro del vehículo para que él pudiera entrar también y colocarse entre C.J. y ella.
El silencio se apoderó de los cinco ocupantes del vehículo. Muerto de miedo, C.J. se fijó en el hombre que ocupaba el asiento del copiloto. El hombre se había dado la vuelta en el asiento y los observaba con una malévola sonrisa.
– Estoy encantado de haberla conocido por fin, señorita Brown -dijo el hombre, pronunciando las palabras con un leve acento de Europa del Este. A pesar de que el día estaba nublado, llevaba unas gafas con cristales de espejo. Con una mano, le indicó al conductor que arrancara-. Como probablemente se habrá imaginado, soy Ari Vasily. Llevo mucho tiempo esperando este momento. Usted tiene algo que me pertenece, según creo. O tal vez, sería más adecuado decir que usted sabe dónde puedo encontrarlo. Sin embargo, antes de que lleguemos a eso, ¿podría preguntarle qué es lo que han hecho con Lorenzo?
– Si se refiere al tipo que me secuestró -dijo C.J.-, no ha salido demasiado bien parado del… accidente.
Las gafas de Vasily se giraron para mirar a C.J., como si hasta aquel momento, lo hubiera considerado de poca importancia. Después de un interminable momento, volvió a tomar la palabra.
– Ah, entiendo. Una pena. Resulta difícil encontrar empleados de fiar. Bueno -añadió, volviendo a mirar a Caitlyn-, en ese caso, nos pondremos inmediatamente a hablar de negocios. Mi querida señorita Brown, Caitlyn, por supuesto me vas a decir dónde tienen a mi hija. Y rápidamente. Estoy seguro de que las autoridades no estarán muy lejos.
Había hablado como si aquel hecho lo divirtiera. Caitlyn observó con frialdad el brillante borrón que eran para ella los ojos de Ari Vasily. Aquél era el momento para el que se había estado preparando. Todo dependía de si ella podía llevarlo a cabo o no.
Respiró profundamente. No tuvo que esforzarse mucho para que la voz sonara tímida y asustada.
– Yo no sé dónde está Emma. Lo juro…
– Caitlyn… Caitlyn, por favor, no nos hagas perder el tiempo. Si tú no sabes exactamente dónde está mi hija, debes de saber cómo ponerte en contacto con los que sí lo saben. Quiero esa información y voy a hacer lo que sea preciso para obtenerla tan rápido como sea posible. ¿Me comprendes?
Caitlyn no podía responder. El corazón le latía demasiado deprisa y la lengua parecía habérsele pegado al paladar. Después de mirarla un momento, Vasily sacudió la cabeza y suspiró.
– Estás en lo cierto al pensar que no te voy a matar dado que eso daría al traste con mis propósitos, pero, por supuesto, hay muchas maneras con las que puedo obligarte a que me digas lo que quiero sabe sin dañarte un cabello de tu preciosa cabecita. Por ejemplo, sé que eres una persona que se preocupa mucho de los demás. Sin duda, hasta te preocupas de este desafortunado camionero que ha tenido la mala cabeza de interferir en mis asuntos.
Las gafas de sol enfocaron al pistolero que había sentado entre ambos. Con la misma indiferencia de alguien que se está sacudiendo una mosca de encima, Vasily añadió:
– Mátalo.