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– Mire, las ayudaré a entregarse, ¿de acuerdo? Las llevaré a la comisaría más cercana y me encargaré de buscarles un abogado. Mi familia está muy vinculada a los abogados. Charly la esposa de mi hermano Troy es abogada. La llamaré en cuanto estemos en la carretera y haré que venga a nuestro encuentro…

– Gracias, pero no es necesario.

– Es lo mejor -insistió él-. Confíe en mí. No pueden seguir huyendo para siempre. Si ese tipo… ese…

– Vasily -dijo ella, con tristeza-. Ari Vasily.

– Si ese tal Vasily es un asesino y tiene la clase de recursos que usted dice que tiene, ¿qué les hace pensar que volverán a estar a salvo mientras ese tipo ande detrás de ustedes? Lo mejor es que se entreguen. Cuéntenle esa historia a la policía. Ellos podrán protegerlos. Entonces, nosotros le conseguiremos un buen abogado y…

– Gracias, pero ya ha hecho más que suficiente -replicó ella, con una sonrisa irónica que lo dejó a él sin palabras. La soltó y se colocó las manos debajo de los brazos. Algo avergonzado, observó cómo ella se levantaba la sudadera y se sacaba el teléfono móvil de la funda-. Me gustaría hacer un par de llamadas. Si no le importa… -añadió, al ver que él no captaba la indirecta.

– Oh… Oh, sí, claro -respondió C.J. Estaba a punto de marcharse cuando ella lo hizo detenerse con un gesto.

– ¿Adonde nos lleva para que nos entreguemos?

Al menos parecía que ella iba a llamar a un abogado. Le dijo el nombre de la siguiente ciudad de importancia que había en la autopista. Ella repitió el nombre y luego habló muy suavemente.

– No diga nada, ¿de acuerdo? Deje que sea yo quien se lo diga, por favor.

C.J. asintió y se dirigió hacia la puerta del camión. Cuando subió a la cabina, vio que la cortinilla estaba abierta. La mujer, Mary Kelly estaba sentada con su hija en brazos, acunándola. La pequeña estaba sollozando y trataba de ocultar el rostro contra el cuello de su mamá.

– ¿Qué es lo que pasa? -preguntó, con una fuerte sensación de culpabilidad en el corazón, que se incrementó cuando extendió la mano para tocar la espalda de la niña y vio que ella se encogía.

Su madre trató de esbozar una débil sonrisa.

– No es nada -susurró-. Acaba de tener una pesadilla. Las tiene algunas veces. Cree que los hombres malos vienen a hacerme daño.

La sonrisa desapareció de inmediato. La sensación de culpabilidad que C.J. sentía se incrementó aún más.

– Aquí no hay hombres malos, tesoro -le dijo a la pequeña-. Sólo yo, C.J.

Miró a su alrededor tratando de encontrar algo que pusiera fin a aquellas lágrimas. La mirada se le detuvo en un pequeño paquete que había sujeto bajo el quitasol. Era un juguete, una de esas figuritas que imitan a los personajes de dibujos animados de moda. Aquella reproducía a una niña muy pequeña, con grandes ojos negros que aparentemente, tenía superpoderes. La había comprado para su sobrina Amy Jo, la hijita de Jimmy Joe, a la que la volvía loca aquella serie. Se figuró que una niña no podía ser muy diferente de otra. Merecía la pena intentarlo.

La sacó de detrás del parasol y golpeó el brazo de la pequeña con ella.

– Mira lo que acabo de encontrar, tesoro. Es para ti.

La mamá pareció entender, por lo que exclamó:

– ¡Oh, Emma! ¡Mira! ¡Es tu favorita! ¿Qué se dice? Dale las gracias ahora mismo al señor Starr.

La niña se incorporó y tras ahogar un sollozo, susurró:

– Muchas gracias, señor.

Aquel gesto ayudó a romper el hielo. Cuando Caitlyn regresó a la cabina, Emma y C.J. eran buenos amigos. La pequeña le estaba contando quién era aquella supernena en particular, los nombres de sus amigas y las cosas tan estupendas que eran capaces de hacer. C.J. no había conseguido que la pequeña se le sentara en el regazo, pero ella estaba contra sus rodillas, ahogándolo con la profundidad de sus ojos, que eran muy parecidos a los de la pequeña muñeca. Se le hizo un nudo en el corazón al pensar lo dulce que era la pequeña Emma, la mala vida que había llevado hasta entonces y el hecho de que él estaba a punto de empeorársela, al menos durante un tiempo.

Sin embargo, estaba seguro de que estaba haciendo lo adecuado, lo mejor para su mamá y para ella. A lo largo de su vida había tenido roces con tipos de la calaña de aquel Ari Vasily y la experiencia le había enseñado que lo mejor era que los profesionales se ocuparan de personas como él. Sólo tenían que conseguir un buen abogado…

Aquel pensamiento le recordó la pila de libros que tenía bajo el asiento y el examen que lo esperaba en Georgia. Le había costado mucho trabajo llegar hasta allí y no quería ni pensar lo que significaría para el resto de su vida que fallara en aquellos momentos. Eso le dio fuerzas para arrancar el camión. Unos pocos minutos después estaban de vuelta en la autopista, avanzando poco a poco por Carolina del Sur.

La calle principal de Anderson, que atravesaba la ciudad, había sufrido una remodelación y la parte de la calle que atravesaba el centro de la ciudad estaba cerrada a los camiones. Siguiendo las señales que marcaban la ruta para vehículos pesados, C.J. consiguió aparcar a sólo una calle, junto a la puerta trasera de la comisaría. Miró a Caitlyn y trató de pensar en algo que decir para justificarse. Ella le dedicó una mirada de reproche, lo que no le facilitó la tarea.

Fue Mary Kelly quien rompió el silencio. Salió del compartimiento para poder mirar por la ventana.

– ¿Por qué nos hemos detenido aquí? -preguntó-. ¿Dónde estamos, Caitlyn?

C.J. abrió la boca para explicarse, pero antes de que pudiera hacerlo, notó que Mary Kelly ya sabía la respuesta. Lo observaba con el pánico reflejado en los ojos.

Caitlyn extendió una mano y se la colocó sobre el brazo con gesto tranquilizador.

– No pasa nada -murmuró-. Todo va a salir bien.

Mary Kelly no parecía muy dispuesta a creérselo. Se sacudió la mano de Caitlyn con el aspecto de un animal enjaulado. Entonces, miró alternativamente a C.J. y a su acompañante.

– ¡No! -exclamó, con el terror reflejado en la voz-. ¡No puedo entrar ahí! ¡No podemos ir a la policía! Nos harán regresar, lo sabes perfectamente. Nos encerrarán y se llevarán a Emma. Él se la llevará, lo sabes…

– Shh -susurró Caitlyn, señalando a Emma, que se acababa de despertar y parecía muy asustada por aquel escándalo-. Todo va a salir bien. Te lo prometo…

– Es lo mejor -apostilló C.J.-. No podía seguir huyendo eternamente. Tarde o temprano la policía las encontraría, o alguien peor, y ¿entonces, qué? Alguien podría resultar herido. Va a resultar muy traumático para su hija. ¿Quiere que ella vea a su mamá arrestada? ¿O herida? -añadió. Mary Kelly lo observaba muy atentamente hasta que, de pronto, una lágrima empezó a resbalarle por la mejilla-. Dios…

Se dio la vuelta para no tener que seguir mirando a Mary Kelly o a su hija. Notó que Caitlyn se quitaba el cinturón de seguridad y se ponía de rodillas sobre el asiento para poder mirar a madre e hija.

– Todo va a salir bien -dijo-. Os lo prometo. Venga, vamos. Emma, tú primero.

– ¿Quieren que…? -preguntó C.J. Se le había hecho un nudo en la garganta-. Tal vez yo debería entrar con ustedes.

– No será necesario -le aseguró Caitlyn.

– ¿Está segura de que no quieren que llame a mi cuñada? Está en Atlanta. Podría estar aquí en un par de horas.

Ella lo miró a los ojos. La plata de sus pupilas pareció centellear durante un instante. Entonces, apartó la mirada.

– Gracias. Estaremos bien.

Emma estaba de pie al lado del asiento de C.J., mirándolo atentamente. Él sintió que se le hacía un nudo en la garganta y al bajar la mirada, vio que la niña llevaba la muñeca que él le había dado en la mano. La agitó delante de él a modo de agradecimiento y despedida y pasó por encima del asiento para bajar de la cabina.