C.J. había conseguido evitar los televisores hasta entonces. Sin embargo, aquella tarde en particular, estaba en una parada de camiones en Virginia almorzando. Por mucho que se esforzaba y mirara donde mirara, había una televisión en la pared del establecimiento. Allí estaba el reportero de siempre, delante del mismo juzgado y sin duda, diciendo más de lo mismo. Al menos, habían desconectado el sonido y no tenía que leer los titulares si no quería. Apartó los ojos de la pantalla y examinó el comedor.
Los ojos de todos los presentes estaban mirando fijamente lo que ocurría en las pantallas de televisión. Sin poder evitarlo, volvió a mirar una de las televisiones, temiendo lo que estaba a punto de ver.
Las letras en blanco y negro de los titulares desfilaban por debajo de la imagen:
La escena a primera hora de la mañana. Caitlyn Brown y Mary Kelly Vasily abandonaron los juzgados para regresar a sus celdas bajo una fuerte protección policial. Era la misma escena que se ha repetido una y otra vez durante los últimos meses, pero en esta ocasión, algo salió mal. Mientras las dos mujeres, flanqueadas por oficiales de policía, bajaban por los escalones del juzgado, resonaron unos disparos.
Las palabras siguieron apareciendo en la pantalla, pero C.J. ya no las leía. Tenía la mirada fija en las imágenes, que mostraban una escena de inesperada violencia. Imágenes de gente empujándose, cayendo al suelo, de rostros atenazados por el horror, de brazos agitándose, dedos señalando y de bocas profiriendo silenciosos gritos. El escalofrío que le recorrió la espalda le heló hasta los mismos huesos.
La escena de la pantalla dejó paso de nuevo al rostro del reportero. C.J. volvió a concentrarse en las palabras que aparecían al pie de la pantalla.
«…Del número exacto ni del estado de los heridos. Tenemos información de que, al menos, cuatro personas han sido trasladadas al hospital, pero este dato no se ha confirmado oficialmente. Tanto la policía como el personal del hospital se han negado a realizar comentario alguno sobre los testimonios de los testigos. Reiteramos que estos datos están sin confirmar, al igual que el hecho de que al menos una de las detenidas ha resultado muerta en este brutal ataque».
– ¿Sabe algo la policía sobre quién puede ser responsable de este ataque, Vicky?
– Como te puedes imaginar, todo sigue resultando bastante caótico aquí, Tim. Lo que sí parece confirmarse es que los disparos se produjeron desde el campanario de la iglesia que hay enfrente del juzgado y que a su vez, está a poca distancia de la comisaría. Sin embargo, por lo que nosotros sabemos, no se tiene ningún dato sobre el pistolero ni se ha encontrado el arma.
– ¿Se sabe algo sobre quién era el objetivo de este ataque?
– No, Tim y la policía se niegan a especular…
– Perdona, guapo, ¿quieres la cuenta?
– ¿Cómo?
C.J. miró a la camarera muy confuso. No sabía cuándo ni cómo se había puesto de pie. Parpadeó y miró lo que le quedaba de su bocadillo y musitó:
– Sí, gracias.
Sentía la piel fría y húmeda. Casi sin darse cuenta de lo que estaba haciendo, se sacó unos billetes del bolsillo del pantalón y se los dio a la camarera al tiempo que le decía que se quedara con el cambio. Inmediatamente, salió al exterior para sufrir las altas temperaturas de aquel día de septiembre. A pesar de todo, no consiguió entrar en calor. Le parecía que jamás lograría sacudirse el frío que lo embargaba.
Llegó a su camión, se sentó en la cabina. Se pasó los siguientes cinco minutos tratando de controlarse. Lanzó maldiciones una y otra vez. Cuando se quedó sin palabras, se pasó la mano por el rostro y agarró el teléfono móvil.
– ¿Charly? -preguntó, cuando su cuñada respondió la llamada-. Soy yo, C.J. ¿Te has enterado?
– Sí, hace un rato. Me ha llamado Troy.
– En la televisión han dicho que alguien ha resultado muerto y que hay varios heridos, pero no han dicho los nombres. ¿No sabrás tú…?
– No, yo no sé mucho más. He estado en los tribunales toda la mañana. Acabo de regresar a mi despacho. Se supone que va a haber una rueda de prensa en el hospital dentro de unos minutos. C.J., cielo, no tienes que culparte por lo ocurrido…
«No lo culpo a usted, señor Starr».
– No la creí -musitó él, temblando incontrolablemente-. Me dijo que él lo haría y yo no… Pensé que sólo estaba…
– ¿Ella? ¿Quién? ¿Qué fue lo que te dijo?
– Ella me contó que él iba a matar a su esposa, pero yo pensé que… Ya sabes.
– ¿Te refieres a Vasily? ¿Crees que él es el responsable? ¡Dios mío, C.J.!
– ¿Y quién si no iba a haber sido? -replicó.
– Mira, C.J., sé que el marido es siempre el primer sospechoso, pero eso asumiendo que el objetivo fuera la señora Vasily y aunque lo fuera… ¡Dios mío, C.J., ese hombre es multimillonario!. Amigo del gobernador. Ha cenado en varias ocasiones en la Casa Blanca. Es…
– No me importa quién sea -la interrumpió C.J.-. Estoy seguro de que él lo ha preparado todo. Puedes estar segura de ello.
– Aunque lo fuera, no hay modo de demostrar que…
– Lo sé… Mira, Charly tengo que dejarte. Hazme un favor, ¿quieres? Voy a tratar de sintonizar alguna emisora en la radio, pero si descubres algo, ¿te importaría llamarme para decírmelo? Llámame al móvil.
– ¿Qué vas a hacer? No estarás pensando en ir allí, ¿verdad?
– Tengo que hacerlo, Charly. Necesito saber qué es lo que está pasando.
– C.J., vas a seguir culpándote por lo ocurrido, ¿verdad?
C.J. no respondió. Cortó la comunicación y llamó a la operadora de la empresa para decirle que tenía que encontrar otro camionero que se hiciera cargo de las mercancías. A continuación, estuvo buscando una emisora en la radio. Encontró una de música en la que sabía que daban avances cada hora y arrancó el camión para regresar a la autopista.
Una hora más tarde, el teléfono móvil empezó a sonar, interrumpiendo así sus tumultuosos e inútiles pensamientos. Apretó el botón y rugió:
– ¡Sí!
– C.J., pensé que te gustaría saberlo. Están dando la rueda de prensa en el hospital. Ahora están realizando la ronda de preguntas, pero han dado la cifra oficial de muertos y heridos. Hay tres heridos, dos en estado crítico y un muerto.
– ¿Y? -preguntó, sin dejar de mirar la carretera. Agarró con fuerza el volante, para prepararse, como si aquello fuera posible.
– La señora Vasily ha resultado muerta.
Una oleada de fríos sentimientos lo atravesó por completo, como si fuera una brisa que ventilara una casa. Recordó el rostro de Mary Kelly con su típica belleza sureña, su cabello rojizo… «No lo culpo a usted, señor Starr».
A pesar de todo, sabía muy bien lo que significaba la fresca brisa que le ventilaba el alma y lo avergonzaba tanto que trató de negar lo que sentía. ¿Cómo podía sentirse aliviado de que una buena mujer hubiera sido asesinada? Así era. Se sentía aliviado de que no fuera Caitlyn Brown quien hubiera muerto.
– C.J., ¿sigues ahí?
– Sí.
– Lo siento… Sé cómo debes de estar sintiéndote. Yo me siento tan mal por esa niña…
– ¿Y los otros? -quiso saber él, tratando de no mostrar emoción alguna-. Dijiste que dos de los heridos se encontraban en estado crítico.
– Uno de los policías recibió un disparo en el brazo. No está grave. Otro recibió un tiro en el pecho y aún está en el quirófano.
– ¿Caitlyn? -susurró.
– Sólo dijeron que está en estado crítico. No han dado detalles. C.J., no hay razón alguna para que vayas allí. No hay nada que puedas hacer aparte de meterte en líos.