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Valeria exige por telegrama y teléfono que inmediatamente Ferrater se traslade a Milán para inmediatamente trasladarse con Valeria a Barcelona. ¿Tendrá Ferrater que hablar con el marido, el arquitecto que, como un padre, le ha dado apellido a Valeria? El arquitecto pide ponerse al teléfono, el arquitecto telefonea al hombre de Barcelona, Ferrater. ¿De qué habla el arquitecto con Ferrater? Hablan de salud, de psiquismo, de equilibrio. Supongamos que una revista especializada en diseño industrial aplicado a la arquitectura, o en arquitectura aplicada al diseño industrial, le preguntara al arquitecto Berni sobre el futuro de la disciplina. En primer lugar, diría, existen ideas magníficas no realizables, poco prácticas, inaplicables, bien por su imposibilidad intrínseca, bien por el estado del desarrollo técnico o por su excesivo y disparatado coste. «Siempre que me preguntan sobre el futuro, siempre digo que es mucho más importante hablar del presente que del futuro, porque lo que hagamos en el presente es lo que será en el futuro y lo que tendrá influencia en el futuro», dijo el arquitecto Berni: sería mejor que Valeria se curara en el presente, en Milán, antes de pensar en un futuro viaje, a Barcelona o a Chicago o a Tokio, adonde considere oportuno o adonde le recomiende la expendedora de billetes de avión según el azar del vuelo más próximo. (Valeria a veces tenía estas reacciones, esta imprevisible necesidad de movimiento inmediato, y quizá, cuando saliera de su último hundimiento, considerara favorablemente el equilibrio demostrado por Ferrater y volviera a desear reunirse con Ferrater.) El arquitecto Berni agradecía el interés y el desvelo de Ferrater por la enferma Valeria, que tres horas más tarde llamaba y anunciaba que el plazo se cumplía: la situación iba a matarla. Era como esos casos en que un comando toma rehenes y amenaza con matarlos si en el plazo de cuarenta y ocho horas no son satisfechas determinadas condiciones. El comando Valeria mataría a Valeria si el comando Ferrater no acudía inmediatamente al rescate. ¿Qué contestar?

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Hay personas que viven de cara al futuro, yo soy de las que viven de cara al pasado: pienso en saber de dónde vengo y cómo he llegado hasta donde estoy, dijo Ferrater. No podía volver a llamar, quizá ya se hubiera matado Valeria, y la madre seguía acechante y reumática, moviéndose sin poder moverse, vigilando el teléfono, temiendo que el hijo, Ferrater, vuelva a salir porque está bebiendo compulsivamente para resolver la crisis milanesa y compensar horas de traducción compulsiva, alucinada, tac tac tac en la máquina de escribir italiana, turinesa, eléctrica, Olivetti. La relación con Valeria lo ha dejado económicamente exhausto y en un estado en el que resulta casi imposible traducir dos páginas seguidas. No tiene renta, vive de hacer traducciones, y traducir es una vida durísima, dijo una vez Ferrater. Me pongo delante de la máquina de escribir, solo, y miro el papel en blanco y me entra una especie de angustia, algo así como un vacío en el estómago, y para poder ir comiendo necesito traducir siete u ocho horas diarias si soy capaz de resistirlo, eso sí, se gana casi para vivir, una miseria por página, media hora por página, treinta horas son sesenta miserias. Otra vez suena el teléfono (Valeria y Ferrater han llegado a ese momento en el que ya no se puede hablar porque sólo se habla de una cosa, obsesiva) o el timbre de la puerta anuncia dos telegramas nuevos: uno dice qué está a punto de ocurrir el desenlace más temido, otro dice que todo ha terminado. Ahora llegan tres telegramas (esto no había ocurrido nunca) y el primero dice que Ferrater es esperado en Milán, pero en el momento en que está abriendo el segundo suena el teléfono. La voz dice que no lea el telegrama que acaba de mandarle, ahora mismo, que jamás debería haberlo escrito, haberlo pensado y mucho menos haberlo mandado, aunque Ferrater temía que el teléfono certificara la muerte de Valeria a las ocho. (Pero el marido dice que dejemos que el presente sea el presente.)

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El 16 de febrero Ferrater mandó un telegrama a Milán, terminante. Era hora de poner las cosas en orden, recuperar la salud y volver al mundo de la razón. Dejó de beber, se quedó esperando la posibilidad siniestra (así se lo dijo a su hermano) de que volviera a sonar fatídicamente el teléfono o el timbre de la casa: llamada o telegrama mortal. ¿Valeria se mató anoche? Temblaba de inquietud por la chica de Milán, no bebía, tecleaba en la máquina de escribir Olivetti (todo se dislocaba: incluso la fabulosa marca Olivetti había patinado, caía, cedía su división de procesadores electrónicos a la General Electric mientras los obreros de la Hispano Olivetti se ponían en huelga en Barcelona), traducía, página tras página tras página. El mundo editorial se levanta sobre estos montones de páginas a bajo precio pero tiene también su esplendor: el primer día de marzo hubo otra fiesta literaria, un gran premio para un escritor mexicano al que Ferrater consideraba distinguido agente de la CÍA, tres días de alcohol agradable, le dijo a su hermano, el filólogo de Edmonton, además de mujeres bien vestidas, flirteadoras. Incluso había alguna guapa: la panameña que acompañaba al escritor de la CÍA, por ejemplo, extraordinaria. Aún sufría los efectos levemente eufóricos de la milanesa y su amor suicida, el encantamiento de la intoxicación crónica con alcohol y drogas recetadas por el neurólogo contra el alcohol. Uno termina aniquilado después de las mejores fiestas, y entonces, en un doloroso instante puro de espeluznante resaca, decide no volver a caer jamás en la tentación: en cuanto recupere la salud no volverá a envenenarse, aunque uno sepa que en cuanto recupere la salud volverá a sentirse con fuerzas para envenenarse saludablemente, razonablemente, poéticamente, es decir, con claridad, sensatez, lucidez y pasión. Es igual en la relación con las mujeres: no repetirás jamás la novela romántica de siempre con todas sus palabras pronunciadas millones de veces por millones de personajes reales e irreales, pero otra vez vuelve el juego del alcohol agradable y las mujeres bien vestidas y flirteadoras, panameñas, bellísimas, y otra vez sientes que la línea de la felicidad posible se acerca a la línea de la felicidad real y parece que las cosas se nos caen menos de las manos (por ahora todavía no me he vuelto a romper las gafas en ningún encontronazo fortuito), aunque evidentemente la panameña es imposible, está en manos de la CÍA.

Entonces, al final de las tres jornadas de agradable alcohol, hay que encerrarse en el dormitorio, casi a oscuras, cerca de la máquina de escribir y la madre reumática, día de tregua y convalecencia («la sensatez nos pilla por sorpresa, hemos caído en ella como en una trampa y más bien nos sentimos ridículos»), suena el teléfono a una hora inusual. ¿Conferencia de Milán? No. Es viernes, 3 de marzo, y la policía ha irrumpido en la Facultad de Letras, donde ofrecían un homenaje a un profesor que considera a Franco un indeseable sangriento. La gran organización policial se ha movilizado, mecanógrafos, limpiadoras, ujieres, guardianes y ayudantes, inspectores y subinspectores y comisarios participan en la razzia policiaclass="underline" en los días de 1967 no se sabe hasta dónde ni por dónde se ramifica el imperio de la policía, jueces, verdugos, telefonistas, repartidores de Telégrafos uniformados de gris como los policías armados y los porteros de fincas urbanas, y los taxistas en sus coches negroamarillos, además de los electricistas y el personal de hoteles y cafés. Detienen en diez horas a escritores, arquitectos, estudiantes, profesores (una redada intelectuaclass="underline" un congreso en comisaría), suenan ruidos raros en el teléfono, el rugido del ascensor es el rugido del comisario que se acerca para llevarte, el Hombre Negro. Ayer mismo el periódico, junto a la noticia de que el Vietcong observará una tregua de siete días con motivo del año lunar vietnamita (Hanoi es ahora más propicia a buscar la paz, según comentaristas de Washington y Saigón), traía manifestaciones de estudiantes en la Plaza de la Universidad, hacia la Rambla de Cataluña, y han cerrado tres días la Universidad de Madrid, y han detenido a estudiantes en Valencia, Valladolid y Salamanca, Zaragoza y Sevilla. El Gabinete de Prensa de la Universidad de Barcelona anuncia la pérdida de matrícula de todos los alumnos por la inasistencia masiva. Las tropas soviéticas maniobran en la frontera chino-rusa, la diplomacia de Moscú abandona Pekín. Los obreros de la Siemens de Cornellá y de la sección de rectificadoras, brocadoras y tornos automáticos de los coches Seat se declaran en huelga. Periodistas barceloneses firman una carta contra las limitaciones a la libertad de expresión en el Código Penal reformado. El periódico dice que en Madrid un muchacho se lanzó por una ventana al presentarse la policía en su casa para ver si se encontraban en ella antecedentes de sus actividades políticas. Celador de Hospital y estudiante nocturno se arrojó por la ventana sin que su madre pudiera impedirlo. Era sospechoso de instigar a desórdenes públicos, pero los inspectores de la Brigada Político-Social no encontraron ningún material comprometedor para el suicida. Joven de carácter retraído y estudioso, sufría la autoridad de un padre inválido por enfermedad nerviosa. Temía a su padre, dice el periódico,