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En Gammhart fue feliz la experiencia de la gente con Ferrater: era el orgullo de estar vivo, la comida disfrutada con el tacto y el olfato y el gusto, la valentía de vivir cordialmente. Su realidad parecía más real, inmediata y gozosa: gorro de moro, impaciencia desesperada, disfraz de europeo vendedor de hachís para europeos y americanos, absorbido por aquella arena dura, compacta, amarillenta. Pero el aire se llevó el gorro morisco, y Ferrater gesticuló, volvió a gesticular, se le rompieron las gafas. Sí, fue en la playa, no en el hotel, paseando con las mujeres. El prefería la compañía de las mujeres aunque el ruido de los motores y los neumáticos en la carretera se llevara las palabras. El aire de Gammhart, fenicio, cartaginés, tiene además media dosis de emperador Carlos V, tres de imperio otomano, dos de protectorado francés, cinco de islam, dijo en la playa: un cocktail, cola de gallo, de varios colores, dijo Ferrater. Es difícil que no se doblen los tobillos en la arena escabrosa mientras nos sometemos a inusuales movimientos musculares y ponderamos las posibilidades de que triunfe el candidato de la delegación japonesa: el editor japonés, a través de cinco intérpretes de cinco lenguas distintas, propugna que el genio del año sea Yukio Mishima, en alianza con Estados Unidos e Inglaterra, donde Mishima vende y se considera que aún puede vender más. Ferrater, que sabía todo en diez lenguas y hablaba con los cinco intérpretes del editor japonés en las cinco lenguas que interpretaban para su jefe, defendía el genio de un polaco por el que había aprendido la lengua polaca, para leerlo mejor: Witold Gombrowicz.

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Ahora mismo, bajo la carpa, defiende a su candidato, Gombrowicz frente a Mishima, dos escritores aventureros. No tiene exactamente resaca, porque la interrupción del consumo de alcohol (si hubiera bebido) ha sido insuficiente, es demasiado pronto para que se presente la resaca y sustituya a la borrachera. Alucinaciones, palpitaciones, temblores y sudoración, los efectos que ya se anuncian en las profundidades del organismo, podrían ser una secuela del consumo de ansiolíticos para dominar los efectos de la bebida, aunque paradójicamente los ansiolíticos solitarios produzcan algo parecido a la borrachera amistosa. No se le ha aparecido la principal sembradora, traficante y proveedora de culpa y deseos de pureza, Nuestra Señora de la Resaca, y sin culpa habla Ferrater de Gombrowicz, pero con la sensación de haberse levantado de entre los muertos en una playa de Túnez. Sólo ha dormido tres horas, siente la distorsión y el equilibrismo de las gafas trabajosamente montadas sobre la nariz y rotas (rearmadas con un clip y papel celo), sufre la primera alucinación auditiva: el marido arquitecto de Valeria dice a través de un hilo telefónico algo sobre la inteligencia manual necesaria para el diseño, la construcción y la reconstrucción de adminículos y objetos fabricados en serie.

No sabe exactamente cómo rompió o le rompieron las gafas, y esta inseguridad gnoseológica quizá sea un reflejo de la visión levemente duplicada de los primeros asientos en la carpa, pero la memoria de las cosas más remotas es más clara que nunca. Hace tres horas y media relacionaba en una habitación del hotel ciertas costumbres sexuales con la introducción en Europa del estribo, invención oriental, una revolución en la caballería del siglo VIII, y ahora en la carpa habla otra vez de la caballería, del desastre de la caballería y la infantería polacas enfrentadas de un modo posmedieval a los tanques alemanes mientras los bombarderos en picado Stuka arrasaban a la débil e incipiente aviación de Varsovia, y destrozaban las carreteras, aterrorizaban a las ciudades y provocaban que Gombrowicz, literato polaco, no volviera a embarcarse en Buenos Aires en el transatlántico Chroby, de la línea Gdynia-Buenos Aires-Gdynia, en su viaje de inauguración y propaganda (pasaje pagado ida y vuelta al escritor Gombrowicz para que cantara las excelencias de la navegación).

Gombrowicz se ancló en Buenos Aires y los tanques llegaron a Varsovia y Gombrowicz no volvió: se convirtió en escritor polaco-bonaerense. Y, en el mismo momento, 1967, en que Ferrater hablaba de Gombrowicz y los tanques y los Stuka en Gammhart, Yukio Mishima hacía instrucción militar con su ejército privado, la Sociedad del Escudo, en Tokio, y volaba en un caza supersónico F104 para percibir a través de la máscara de oxígeno la diferencia prácticamente nula, puramente técnica, entre respirar y dejar de respirar, vivir y morir, y se preparaba para, poeta y guerrero japonés, clavar en 1970 la punta de su espada en su vientre, tal como el ritual dispone. Mishima había hecho de actor en la película Tough Boy, se llamaba en la vida real Kimitake Hiraoka y casi todos le llamaban en la vida real (donde era popularísimo en Japón, y en Gammhart, y un poco en Nueva York) Yukio Mishima. Era un hombre extremo, extremista tradicionalista a favor del emperador Hiro-Hito. Había musculizado su cuerpo un tanto guisantesco en un gimnasio para hacerse fotos espectaculares aplastado por un camión o desnudo como San Sebastián atravesado por las flechas. Mishima quería ser samurai y morir como un samurai, y Gombrowicz había sido secretario de juzgado en Varsovia y, aunque siempre fue incapaz de distinguir al juez del asesino y por confusión estrechaba la mano de los asesinos, en Buenos Aires se hacía pasar por duque o conde y algunas mujeres que creían en su obra le dieron dinero hasta convertirlo en el mayor prosista de hoy, dijo Ferrater, el más libre y el más divertido, como lo certifican sus éxitos teatrales en Berlín y Estocolmo y París. (La aristocracia literaria es internacional.)

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La fama de Gombrowicz en la playa de Gammhart fue la fama de Ferrater, el favorito de la reunión conforme Gombrowicz se convertía en favorito. La fortaleza de sus enemigos anglosajones y japoneses amplificaba su fortaleza, y el defensor de Gombrowicz contestaba a los cinco intérpretes japoneses en sus cinco lenguas postizas: las palabras se multiplicaban, se ramificaban, de cada rama salían ocho ramas, de cada una de las ocho ramas dieciséis, Ferrater citaba a argentinos, cubanos, alemanes, franceses e ingleses en una exuberancia enciclopédica y selvática, voz renqueante y arrastrada desde la larga mañana del día anterior, la larga tarde y la larga noche, fraseología con agujeros y compartimentos como un mueble-fichero pesadísimo, de 16.000 compartimentos, pero elegante, sí, sin que sea fácil adivinar lo que dice, qué compartimiento abrirá, en qué lengua habla Ferrater: es esto exactamente lo que los cinco traductores japoneses le están diciendo a su patrón, mientras Ferrater satiriza y adula, insulta y exalta según la trama de alianzas y guerras posibles entre partidarios del Japón o la Polonia Argentina, e incluso saluda secretamente a la mujer, a las mujeres a las que corteja en Gammhart estos días. Cuesta entenderlo, como si tradujera mentalmente múltiples lenguas en busca de una lengua ideal, ahora mismo no se entiende nada de lo que dice, pero cada uno de los reyes de la edición no atribuye esta dificultad al favorito Ferrater, sino a su propia resaca de reyes nocturnos.