Выбрать главу

Aquel viaje y aquella vida en Burdeos y Libourne (un hotel, un piso alquilado, otra casa, otra casa, un castillo en Saint-Émilion), aquella ansiedad ambulante era una prueba más de la insensatez adulta.

La vida es fuga y escondrijo, y hay que ser astutos como en la noche de azar en el bar de los italianos: ser astutos daba ventajas en el Liceo del país extraño, donde los estudiantes eran menos astutos o menos adultos que Ferrater. Exigía astucia la vida disparatada de los padres, atolondrados, nerviosos, distraídos siempre. ¿Por qué son insensatos y mentirosos los padres? Porque están muertos de miedo. No quieren ver a los hijos, no quieren pensar qué saben o aprenden: también los hijos les dan miedo. No quieren saber, sólo verlos dormidos de noche, aquí están por fin los hijos, como muertos, bajo el toque de queda perpetuo. Ferrater siente envidia de los padres de sus amigos franceses, que no vigilan a sus hijos sino a los profesores de sus hijos. ¿Qué les enseñan a mis hijos? No teníamos guía, ni consejo ni ayuda, dice Ferrater. Teníamos dieciocho años.

7

Entonces acaba la guerra, vencen los peores, uno vuelve a Reus y piensa en huir inmediatamente, otra vez, a la guerra en Rusia, con las tropas triunfantes del III Reich. Operación Barbarroja: el 22 de junio de 1941 tropas alemanas penetran en territorio soviético. En España han abierto banderines de enganche para la guerra contra Rusia. En el invierno y la primavera de 1942 Ferrater consideraba la posibilidad de incorporarse a la División 250 o División Azul de la Wehrmacht: el héroe de la batalla del Volkov, río helado, deslizándose entre los Panzer con la compañía de esquiadores o volando en los Fw-190 de las Escuadrillas Azules, piloto miope sobre los lagos limen y Ladoga y el frente de Leningrado. Pero los cuarteles de Ferrater estuvieron en el Alto Aragón, veinticinco meses de servicio militar como soldado raso. Vivió en un hotel en Barbastro, donde fue a películas y bailes y toros en el verano de 1944, germanófilo (después de haber sido un fugitivo en Burdeos, ¿había pensado ir a Rusia para poder quedarse en la España triunfante de 1942 sin sentirse total y dolorosamente extraño?). Por el triunfo de la Wehrmacht apostó en el comedor del hotel, y en la casa de Huesca donde alquiló un dormitorio, una casa de mujeres solas y huéspedes de pago. Allí se había metido todo el frío de la comarca, y Ferrater añoraba el ejército alemán y la eficacia germánica, una vida razonable y técnica, con calefacción. Dejó Huesca, volvió a Barbastro, y entonces añoró el hotel más que a los ejércitos casi derrotados de Hitler, pero el hotel era ahora nido de coroneles y generales, y ya no podía servirle de hoteclass="underline" no quería ser vecino incongruente de mesa y cama de ningún general. Encontró asilo en tabernas con luz color de ojo tumefacto y tinto para campesinos y soldados dignos de compasión. Era desordenada la vida en el ejército de España, sucia incoherencia en cuarteles sucesivos, Barbastro y Huesca y Barbastro.

Le encomendaron misiones burocráticas para salvarlo de las cocinas, y guardó el polvorín mientras la tropa batía las montañas en persecución del maquis. Dormía solo en un despacho y se quejaba de la irresponsabilidad típica militar y la bestialidad feroz del teniente coronel. Había leído en el joven Churchill que la ruda justicia de la espada suele aliarse con las complejidades de la corrupción y el soborno, e indujo a la familia Ferraté al soborno vitivinícola de un oficial, que recibió garrafas regaladas o a bajo precio. La madurez consiste en dominar las complejidades de la corrupción y el soborno, y Ferrater, madurando en el ejército, sugirió una visita al Coronel Segundo Jefe de la Subinspección de la V Región Militar, autoridad propicia a venderse, que sólo debería ser pagado en el caso de que consiguiera el traslado a Barcelona del soldado raso Ferrater. Pero Ferrater subestimó la ineficacia militar y adulta, efectiva incluso en los campos de la corrupción y el soborno, y no salió del Batallón de Montaña número 18 de Barbastro. «El aburrimiento es soportable, el frío y el calor no son soportables, la disciplina es eludible, la angustia es ineludible: éste es el boletín meteorológico de mi vida», dijo entonces.

8

Lo licenciaron, leía, bebía, fumaba, iba de putas y trabajaba en el comercio, póquer en el que la astucia es el más señalado signo de sensatez. Era contable en los negocios familiares y no se le pedía ninguna habilidad especial, ni siquiera astucia: los naipes no tenían que cambiar de figura en su mano (no le daban un pobre paje para que en su mano tramposa se transformara en rey: sólo debía sumar sin fin dos y dos y dos). Vivía días hipnotizados después de despedirse definitivamente del cuartel, como cuando se sale de una cárcel o se vuelve de un exilio. Tres años entre Burdeos y Libourne, dos años y un mes en cuarteles del Alto Aragón: podemos llamar a esto una sesión brutal de hipnosis. Uno se mueve con la inseguridad del que se apea de la caja cerrada de un camión después de muchas horas de viaje: se produce una pérdida del dominio de la ley de la gravedad.

Ahora eres libre, o estás solo (la soledad es una especie de libertad estrecha, opresiva), incluso se te han ido las palabras, el lenguaje ha seguido evolucionando sin ti, no tienes palabras o tus palabras son disparatadas, de otro sitio o de cinco años antes. Imagínate una isla desierta, imagina unos muchachos abandonados en la isla desierta: la lengua de esos muchachos cambiaría vertiginosamente, inventarían sus palabras, un argot especial, caricaturesco. Ferrater ha vuelto de una isla desierta, es contable en la firma familiar, Ferraté Hermanos, exportadores de vinos, donde Ricard Ferraté y sus hermanos se disputan los restos de la ruina familiar mientras Gabriel Ferrater lleva los libros de contabilidad, en la casa número 13 de Raval de Santa Anna. Había habido allí un gran hotel, el Hotel Europa, y, con alto sentido de la economía, los hermanos Ferraté le alquilaron los bajos al Banco Central y convirtieron el monograma HE, del Hotel Europa, en el logotipo FHER, Ferraté Hermanos, marca del vermut de la casa. Era la juiciosa insensatez de los adultos, el mundo ansioso y responsable de los individuos que han alcanzado la edad suficiente para arruinarse y disolverse y morir después de padecer miedo y angustia. Pero en el mundo aritmético del dinero existía el orden de los libros de contabilidad y, en un instante de increíble iluminación, Ferrater tomó la decisión de, una vez terminado el bachillerato a los veinticinco años, estudiar Ciencias Exactas. La iniciativa resulta incomprensible porque Ferrater había encontrado en su primera juventud laberínticas dificultades para dividir y resolver esa mezcolanza de dos cifras que chocan hasta que una de ellas se cuartea y se deshace en cociente y resto. Quizá huía hacia un mundo de cifras científicamente puras, pasteurizadas, después de haberse asomado a la caverna de FHER. Su padre, Ricard, inútilmente hábil con las máquinas, motores, coches y motocicletas, aplicaba todo su sentido práctico a un invento que lo salvaría de la hecatombe económica antes de liquidar absolutamente el patrimonio de la familia: una máquina de destilación al vacío y depuración de mostos. Ricard Ferraté se preparaba para el fracaso y una buena muerte fulminante y voluntaria, a pistola.

9

Diez años después de haber llevado las cuentas de FHER, huérfano de padre y arruinado desde hacía mucho tiempo, Ferrater decidió casarse. Heredero fallido de una familia de industriales, eligió a la hija de un médico de la alta sociedad de Barcelona. Tenía el médico casa y consulta en la calle Mallorca, y en su reino olían a celosa servidumbre los muebles recién encerados eternamente, una fosforescencia salía de la sala de rayos X y alumbraba el silencio y las voces de las niñas de la casa, y el médico saludaba con gestos de médico, dedos auscultadores que también tañen el violín en la biblioteca De vez en cuando aparecía un tío naviero que llegaba de Filipinas. Los abuelos paternos de las niñas son filipinos y algo filipino hay en Isabel Rocha, a la que llaman Cateta, pelo corto y cejas anchas bien perfiladas con pinzas, pendientes en las orejas, color filipino, tropical, pero labios delgados nada tropicales, traje oscuro y pelo tímido, tapando la frente, inseguro de una frente demasiado amplia. Ferrater la lleva a los mejores bares, y la invita a ostras y vino blanco, y Ferrater fuma, y la mira, y pone posturas de hombre mundano (inseguro, como el pelo sobre la frente de Isabel), no tan mundano, piernas cruzadas y brazos cruzados, cerrándose, fumando. Es un hombre bien vestido, que ha elegido bien el nudo de la corbata y lo ha encajado airosamente en el perfecto cuello de la camisa. Usa corbata clara, en contraste con el traje no demasiado oscuro y perfectamente planchado, de notario falso. Ha salido para su cita con Isabel del piso que comparte con su madre en Barcelona, calle Benedicto Mateu, 56. Están solos en el mismo piso Ferrater y su madre. Su hermano menor está en la cubana Universidad de Oriente, profesor de filología clásica, o, con mayor exactitud, profesor titular de lenguas clásicas. Su hermana se había casado en Londres y, muchos años después, recordaba a su madre como a una mujer de mucha disciplina doméstica. Siempre cuidó de que todo estuviese muy organizado: las duchas diarias, el horario de las comidas, la ropa. «Hemos tenido servicio, bastante servicio, pero nunca faltó la vigilancia activa de mi madre», dijo la hermana pequeña. Ferrater usaba gafas metálicas, tenía canas y bigote negro, parecía un alto funcionario, aunque la perfección del nudo de la corbata, recién hecho para la cita con Isabel, superaba las exigencias de una vida reglamentaria y burocrática en la qué uno se pone todos los días la corbata con el mismo nudo que hizo un mes antes. Parece un abogado notable que viste como un mandarín de la banca anacrónicamente leal a las costumbres indumentarias de su primera madurez (los años del padre, Ricard Ferraté, y sus correligionarios del partido Acció Catalana: como si la madre, para su hijo, preparara todavía el traje del difunto Ricard Ferraté), solícito con sus clientes escogidos. Ahora mismo coge el ticket de la cuenta, ostras sobre hielo y vino blanco en un enfriador, y piensa que está gastando demasiado.