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—Como yo —dijo Chita, sin rencor.

Kyle no dijo nada.

—Yo tengo fe en usted —dijo Chita.

Kyle hizo un ruidito con la garganta, abortando la risa.

—¿Qué?

—No sé. Tal vez ese sea todo el problema. Tal vez sea mi falta de fe.

—¿Quiere decir que Dios le está castigando por ser ateo?

Kyle se rió, pero sin humor.

—No ese tipo de fe. Me refiero a mi fe en la física cuántica —hizo una pausa—. Cuando era estudiante de postgraduado, nada me entusiasmaba más que la mecánica cuántica… expandía la mente, era infinitamente fascinante. Pero estaba seguro de que algún día todo encajaría, todo tendría sentido. Algún día lo vería por fin. Pero no ha sido así. Oh, comprendo las ecuaciones de un modo abstracto, pero no lo consigo, ¿sabes? Tal vez ni siquiera creo en ello.

—Me ha perdido —dijo Chita.

Kyle se encogió de hombros, tratando de encontrar un modo de explicarlo.

—Una vez estaba yo en una fiesta, y en eso entró un tipo gordo, y tenía una cinta en la cabeza donde brillaba una geoda. Nunca le pregunté nada… si te encuentras con un tipo así, no haces preguntas. Pero su compañera, una mujer delgada, debió advertir que yo estaba mirando la geoda, así que vino y me dijo: «Ese es Cory, tiene el don del tercer ojo». Y yo me puse a pensar, Jesucristo, sácame de aquí. Más tarde, Cory se me acerca y me dice: «Eh, tío, ¿qué hora es?» Y yo pensé que de qué servía el tercer ojo si ni siquiera sabía qué jodida hora era.

Chita guardó silencio durante un instante.

—¿Y el argumento sería…?

—El argumento es que tal vez hace falta algún don especial para comprender… para comprender de verdad, profundamente, la mecánica cuántica. Einstein nunca lo hizo, sabes: nunca se sintió cómodo con ella, y la llamó «acción fantasmagórica a distancia». Pero algunos de esos tipos de la mecánica cuántica, lo entienden… lo entienden o lo falsean muy bien. Yo siempre pensé que sería uno de ellos, que todo encajaría algún día. Pero no ha sido así. No he desarrollado mi tercer ojo.

—Tal vez debería pedir un trozo de geoda en el Centro de Ciencias Terrestres.

Kyle gruñó.

—Tal vez. Supongo que en el fondo, a nivel básico, no me creo la mecánica cuántica. Me siento como un charlatán.

—Demócrito se comunicó con al menos una realidad alternativa. Eso parece confirmar la interpretación de los mundos múltiples.

Kyle miró las lentes de Chita.

—Eso es —dijo sencillamente—. Ese es el problema. Este tipo de computación cuántica gira sobre la interpretación de los mundos múltiples, pero venga, va, ¿hasta qué punto es eso plausible? Seguramente no existe todo universo concebible, sino más bien aquellos que tienen al menos una probabilidad de haber ocurrido.

—¿Por ejemplo? —preguntó Chita.

—Bueno —dijo Kyle—, no hay casos fehacientes de que nadie haya muerto jamás porque un meteoro les haya caído encima, pero podría suceder. Así que, ¿hay un universo donde yo morí de esa forma ayer? ¿Otro en donde morí de esa forma anteayer? ¿Un tercero donde morí de esa forma hace tres días? ¿Un cuarto, quinto, sexto donde fue mi hermano, no yo, quien murió? ¿Un séptimo, octavo y noveno donde ambos morimos en esos días por impactos de meteoros?

Chita no vaciló.

—No.

—¿Por qué no?

—Porque los meteoros no tienen voluntad propia… en todos los universos, exactamente los mismos meteoros golpean la Tierra.

—Muy bien —dijo Kyle—, pero pongamos que hoy cae uno en… no sé, digamos la Antártida. Yo nunca he estado en la Antártida, y nunca he pretendido ir allí, ¿pero existe algún mundo paralelo donde fui, y donde me mató ese meteoro? ¿Y no hay siete mil millones de universos, uno para cada persona viva que podría haber ido a la Antártida?

—Parecen demasiados mundos paralelos, ¿no? —dijo Chita.

—Exactamente. En ese caso, debe de haber algún tipo de proceso de filtración, algo que distinga entre universos concecibles y plausibles, entre aquellos que simplemente podemos imaginar y los que tienen alguna posibilidad razonable de existir. Eso podría explicar por qué sólo recuperamos un factor en el experimento.

—Supongo que tiene usted razón y… oh.

—¿Qué? —dijo Kyle.

—Veo adonde quiere ir a parar.

Kyle se sorprendió; él mismo no estaba seguro de adónde quería ir a parar.

—¿Y es?

—La ética de la interpretación de los mundos múltiples.

Kyle reflexionó.

—¿Sabes? Creo que tienes razón. Digamos que encuentro una cartera que contiene una tarjeta SmartCash abierta con mil dólares. Digamos que la cartera tiene también un carnet de conducir. Tengo el nombre y la dirección de su verdadero propietario allí mismo.

Chita tenía un diagrama de DEL en su consola. Podía activar la columna vertical o la fila horizontal para simular que asentía o que negaba con la cabeza. Esta vez asintió.

—Bien —dijo Kyle—, según la interpretación de los mundos múltiples, todo lo que pueda suceder de dos formas sucede de dos formas. Hay un universo donde devuelvo el dinero a la persona que lo perdió; pero también hay un universo donde me lo quedo. Ahora bien, si tiene que haber dos universos, ¿por qué demonios no soy yo el tipo que se queda el dinero?

—Una pregunta intrigante, y sin impugnar su carácter, un dilema semejante parece dentro del reino de lo posible. Pero sospecho que sus preocupaciones morales son más profundas. Sospecho que se está preguntando por usted y Rebecca. Aunque en este universo usted no la molestara, se está preguntando si hay algún universo concebible donde lo hizo.

Kyle se desmoronó en la silla. Chita tenía razón. Por una vez, la maldita máquina tenía razón.

La mente humana era algo insidioso. La simple acusación era suficiente para ponerla en marcha, incluso contra sí misma.

¿Y existía un universo semejante? ¿Un universo donde realmente se colaba en la habitación de su hija después de medianoche y le hacía aquellas cosas terribles?

No aquí, por supuesto. No en este universo. Sino en otro… un universo, tal vez, donde no tenía trabajo, donde su control sobre la vida se le había escapado, donde bebía más de la cuenta, donde Heather y él peleaban por cualquier motivo… o donde se habían divorciado ya, o él era viudo, y su propia sexualidad no encontraba ninguna salida normal.

¿Podía existir un universo así? ¿Podrían los recuerdos de Becky, aunque falsos en este universo, ser un reflejo verdadero de otra realidad? ¿Podría ella tener acceso, a través de alguna aberración cuántica, a aquellos recuerdos de un mundo paralelo, igual que un ordenador cuántico accede a información de otras líneas temporales?

¿O era la sola idea de que abusaría de su hija completamente imposible, impensable… un meteoro que le golpeaba en la cabeza en la Antártida?

Kyle se levantó e hizo algo que nunca había hecho antes. Le mintió a Chita.

—No —dijo—. No, te equivocas por completo.

Salió del laboratorio. Las luces se desconectaron automáticamente mientras lo hacía.

Algunos pensaban que tal vez los centauros simplemente habían tenido un día de vacaciones en su mundo natal, o estaban indicando algún tipo de signo de puntuación en el mensaje general. Si ese era el caso, el siguiente mensaje vendría a las 6:36 de la tarde del día siguiente, viernes 28 de julio.

Heather había pasado gran parte de las treinta y una horas tratando con periodistas: de la mañana a la noche, los mensajes alienígenas habían pasado de no tener ningún interés general a aparecer como noticias de primera plana en todo el mundo. Y ahora la CBC estaba haciendo una transmisión en directo desde el despacho de Heather.