El grupo de periodistas había traído un gran reloj digital, que había colocado con cinta transparente en lo alto del monitor de Heather. Habían traído tres cámaras: una enfocaba a Heather, otra al reloj, y la tercera a la pantalla del monitor.
El reloj descontaba los segundos. Faltaban dos minutos para el momento previsto.
—Profesora Davis —dijo la reportera, una mujer negra que tenía un agradable acento jamaicano—, ¿en qué está pensando? ¿Cuáles son sus sentimientos mientras esperamos otro mensaje de las estrellas?
Heather había hecho otras cinco apariciones televisivas en las últimas treinta y una horas, pero aún no había encontrado una respuesta con la que se sintiera feliz.
—En realidad no lo sé —dijo, tratando de seguir las indicaciones de la periodista y no mirar directamente a la cámara—. Siento como si hubiera perdido a un amigo. Nunca llegué a saber qué estaba diciendo, pero allí estaba, todos los días. Podía contar con él. Podía confiar en él. Y ahora eso se acabó.
Mientras hablaba, se preguntó si Kyle estaría viendo el programa.
—Veinte segundos —dijo la periodista.
Heather se volvió a mirar el monitor.
—Quince.
Alzó la mano izquierda, cruzando los dedos.
—Diez.
No podía haber terminado.
—Nueve.
No podía llegar a su fin.
—Ocho.
No después de tanto tiempo.
—Siete.
No después de una década.
—Seis.
No sin una respuesta.
—Cinco.
No sin la clave.
—Cuatro.
No mientras continuaba siendo un misterio.
—Tres.
Su corazón latía con fuerza.
—Dos.
Cerró los ojos y se sorprendió al advertir que estaba rezando en silencio.
—Uno.
Heather abrió los ojos, contempló la pantalla.
—Cero.
Nada. Se había acabado.
Capítulo 11
Heather llamó al timbre de la puerta del laboratorio de Kyle. No hubo respuesta.
Acercó el pulgar a la placa escaneadora, preguntándose por un instante si la habría borrado del índice. Pero la puerta se abrió, y ella entró en el laboratorio.
—¿Es usted, profesora Davis?
—Oh, hola, Chita.
—Hace bastante tiempo que no viene por aquí. Me alegro de verla.
—Gracias. ¿Está Kyle?
—Tuvo que acercarse al despacho del profesor Montgomery; dijo que volvería dentro de poco.
—Gracias. Esperaré, si no… Santo Cielo, ¿qué es eso?
—¿Qué es qué? —preguntó Chita.
—Ese poster. Es Dalí, ¿no?
El estilo era inconfundible, pero se trataba de un Dalí que ella no había visto nunca antes: un cuadro de Jesús clavado a una cruz muy extraña.
—Eso es —respondió Chita—. El doctor Graves dice que ha sido expuesto con varios títulos, pero es más conocido como «Christus Hypercubus». Cristo en el hipercubo.
—¿Qué es un hipercubo?
—Eso —dijo Chita—. Bueno, en realidad no es un hipercubo de verdad. Más bien, es uno desplegado.
Uno de los monitores de la pantalla de Chita se iluminó.
—Aquí tiene la imagen de otro.
La pantalla mostró esto:
—¿Pero qué demonios es? —preguntó Heather.
—Un hipercubo es un cubo tetradimensional. A veces también se le llama teseracto.
—¿Qué querías decir hace un momento al comentar que estaba «desplegado»?
Las lentes de Chita zumbaron.
—En realidad es una pregunta intrigante. El doctor Graves me ha hablado mucho de los hipercubos. Los usa en su clase de informática de primer curso; dice que ayuda a los estudiantes a aprender a visualizar problemas bajo una nueva perspectiva.
Las cámaras de Chita giraron mientras contemplaba la habitación.
—¿Ve aquella caja del estante?
Heather siguió la línea de visión de Chita. Asintió.
—Cójala.
Heather se encogió de hombros, luego obedeció.
—Eso es un cubo —dijo Chita—. Use la uña para quitar la pestaña del borde. ¿Lo ve?
Heather volvió a asentir. Hizo lo que Chita le pedía, y la caja empezó a desmontarse. Siguió desplegándola, y luego la depositó sobre la mesa: seis cuadrados formando una cruz, cuatro en fila, otros dos asomando de los costados del tercero.
—Una cruz —dijo Heather.
El DEL de Chita asintió.
—Naturalmente, no tiene que serlo… hay once formas distintas de desplegar un cubo, incluyendo la forma de T y la forma de S. Bueno, ese cubo no: está cortado y preparado para desdoblarse de esa manera. De todas formas, eso es un cubo desplegado: una superficie plana bidimensional que puede ser plegada a través de la tercera dimensión para componer un cubo.
Los ojos de Chita se volvieron hacia el cuadro de Dalí.
—La cruz del cuadro consta de ocho cubos: cuatro para componer el mástil vertical, y cuatro más que componen los dos conjuntos de brazos mutuamente perpendiculares. Es un teseracto desplegado: un plano tridimensional que podría plegarse a través de la cuarta dimensión para formar un hipercubo.
—¿Plegarse cómo? ¿En qué dirección?
—Como decía, a través de la cuarta dimensión, que es perpendicular a las otras tres, igual que la altura, anchura y longitud son perpendiculares unas a otras. De hecho, hay dos formas de plegar un hipercubo, igual que se puede plegar ese pedazo de cartón bidimensional arriba o abajo: arriba, dejando la superficie brillante y blanca por fuera, abajo dejando por fuera la parte mate. Todas las dimensiones tienen dos direcciones: la longitud tiene derecha e izquierda, la profundidad tiene adelante y atrás, la altura tiene arriba y abajo. Y la cuarta dimensión tiene ana y kata.
—¿Por qué esos términos?
—Ana es arriba en griego; kata es abajo.
—¿Entonces si pliegas un grupo de ocho cubos como esos del cuadro de Dalí en la dirección kata, se forma un hipercubo?
—Sí. O en la dirección ana.
—Fascinante —dijo Heather—. ¿Y Kyle considera que este tipo de pensamiento ayuda a sus estudiantes?
—Eso piensa. Tenía un profesor llamado Papineau cuando estudiaba aquí hace veinte años…
—Lo recuerdo.
—Bueno, el doctor Graves dice que no recuerda mucho de lo que le enseñó Papineau, excepto que siempre estaba buscando formas de expandir la mente de sus alumnos, dándoles nuevas formas de contemplar las cosas. Él está intentando hacer algo similar para sus estudiantes de hoy, pero…
La puerta se abrió y entró Kyle.
—¡Heather! —dijo, claramente sorprendido—. ¿Qué estás haciendo aquí?
—Esperándote.
Sin decir una palabra, Kyle extendió la mano y pulsó el interruptor SUSPENDER de Chita.
—¿Qué te trae por aquí?
—Los mensajes alienígenas han cesado.
—Eso he oído. ¿Hubo al final una piedra de Rosetta?
Heather sacudió la cabeza.
—Lo siento —dijo Kyle.
—Yo también. Pero eso significa que la carrera para la respuesta ha empezado: ahora tenemos todo lo que los centauros intentaban decirnos. Ahora es sólo cuestión de tiempo antes de que alguien descubra qué significa todo. Voy a estar muy ocupada —extendió un poco los brazos—. Sé que esto no podría haber venido en peor momento, con el problema de Becky, pero voy a tener que sumergirme en ello. Quería que comprendieras eso… no quería que pensaras que te daba de lado, o que metía la cabeza en la arena, esperando que el problema desapareciera.