—No se detendrá —dice Kirk, mirando el visor principal, lleno de estática causada por la nebulosa—. Me ha seguido hasta aquí. Volverá. ¿Pero de dónde?
Spock comprueba su escáner.
—Es inteligente, pero no tiene experiencia. Su pauta indica pensamiento bidimensional.
Alza las cejas mientras dice «bidimensional», y Kirk y él intercambian una mirada de inteligencia, entonces una tensa sonrisa aparece en el rostro de Kirk. Regresa a su silla de mando y señala a Sulu.
—Parada total.
Sulu toca los controles.
—Parada total, señor.
Kirk a Sulu:
—Cero menos diez mil metros —y a Chekov—. Preparen los torpedos de fotones.
Y allí estaba: una toma de la Enterprise directamente desde arriba. Kyle siempre había admirado la forma en que las naves de las películas clásicas de Star Trek se iluminaban solas: un foco desde el centro, la parte elevada del platillo iluminando el número de registro NCC-1701. Directamente bajo la nave había un remolino púrpura y rosado, parte de la nebulosa Mutara.
Durante un segundo, Kyle pensó que Stone se había equivocado: había luces destellando en el borde del platillo. Pero estaban precisamente situadas en la popa y directamente a proa: luces de posición. La de estribor no funcionaba, cosa que Kyle consideró una admirable atención al detalle, ya que esa parte de la nave había sido dañada anteriormente en la batalla.
Pero… maldición, Stone tenía razón. Los cuatro grupos de impulsores ACS eran claramente visibles en la superficie superior de la sección del platillo, cada una apartada cuarenta y cinco grados de la línea central. Y no disparaban.
Si su juego original de planos de Pocket Books Star Trek: La Conquista del Espacio no costara mil doscientos pavos en el mercado de los coleccionistas, vaya, exigiría que le devolvieran su dinero.
Heather estaba apoyada contra la pared, viendo cómo Kyle veía la película. Le divertía todo aquello. Sabía que su marido consideraba a William Shatner un actor maravilloso; había algo encantador en la absoluta falta de gusto de Kyle. Pero claro, pensó, también cree que yo soy hermosa. No hay que ser demasiado rápida al evaluar los gustos de los demás.
Estuvo bebiendo vino blanco mientras Kyle veía la película hasta el final.
—Siempre me gustó Khan —dijo Heather con una sonrisa, acercándose para sentarse en el sofá—. Un tipo que se vuelve absolutamente loco cuando muere su esposa… tal como debe ser.
Kyle le sonrió.
Llevaba ya un año viviendo solo, pero se suponía que no iba a ser permanente. Sólo unas cuantas semanas, para tener un poco de espacio, un poco de tiempo, un poco de intimidad.
Y entonces, de pronto, también Becky se marchó.
Y Heather se quedó sola.
Y, de algún modo, pareció que Kyle se sentía menos inclinado a regresar, que había menos sensación de que la familia tenía que ser restaurada.
La familia… ni siquiera tenían un nombre. No eran los Graves. No eran los Davis. Sólo eran.
Heather miró ahora a Kyle, algo achispada por el vino. Lo amaba. Nunca había sido como aquel lío con Josh Huneker. Con Kyle, siempre había sido más profundo, más importante, más gratificante a una docena de niveles distintos. Aunque todavía era, en muchos aspectos, un niño pequeño: su afición por Star Trek y un millón de otras cosas que a la vez la divertían y le derretían el corazón.
Extendió la mano, colocó su mano encima de la suya.
Y él respondió, colocando su otra mano sobre la de ella. Él sonrió.
Ella sonrió.
Y se acercaron para darse un beso.
Había habido besos de compromiso a lo largo del último año, pero éste duró. Sus lenguas se tocaron.
Las luces se habían reducido automáticamente cuando la tele de pared se encendió. Kyle y Heather se acercaron aún más.
Fue como en los viejos tiempos. Continuaron besándose, luego él le mordisqueó el lóbulo y pasó la lengua por las curvas de su oreja.
Y entonces su mano encontró su pecho, y acarició con el pulgar y el índice el pezón, a través del tejido de su camisa.
Ella sintió calor: el vino, el deseo acumulado, la noche de verano. La mano de él resbaló, filtrándose por su vientre, deslizándose por su muslo hacia su ingle.
Como había sucedido tantas veces antes.
De repente ella se tensó, los músculos de sus muslos agarrotados.
Kyle retiró la mano.
—¿Qué sucede?
Ella lo miró a los ojos.
Si pudiera saberlo. Si pudiera saberlo con seguridad.
Ella bajó la mirada.
Kyle suspiró.
—Supongo que tengo que irme —dijo él.
Heather cerró los ojos y no impidió que él se marchara.
Capítulo 12
Era uno de aquellos momentos de confusa semiconsciencia. Heather estaba soñando, y sabía que soñaba. Y, como buena jungiana, intentaba interpretar el sueño sobre la marcha.
Había una cruz en el sueño. Eso en sí mismo era poco corriente: Heather no era dada a símbolos religiosos.
Pero no era una cruz de madera: estaba hecha de cristal. Y no era muy práctica: no se podía crucificar a nadie en ella. Los brazos eran mucho, mucho más gruesos de lo necesario, y eran bastante cortos.
Mientras ella observaba, la cruz de cristal empezó a rotar alrededor de su largo eje. Pero en cuanto lo hizo, quedó claro que no se trataba de una cruz. Además de las protuberancias a cada lado, había protuberancias idénticas delante y detrás.
Su perspectiva se acercaba. Pudo ver ahora las aristas; el objeto estaba compuesto por ocho cubos transparentes: cuatro arriba, y cuatro más dispuestos alrededor de las caras del tercer cubo a partir del superior. Giraba cada vez más y más rápido, y la luz destellaba en su superficie cristalina.
Un hipercubo desplegado.
Y, a medida que se acercaba, Heather oyó una voz.
Grave, masculina, resonante.
Una voz fuerte.
¿La voz de Dios?
No, no… un ser superior, pero no Dios.
Su pauta sugiere pensamiento tridimensional.
Heather despertó, cubierta de sudor.
Spock, naturalmente, se refería a Khan en la película. La voz tenía que referirse a ella, ¿no?
Khan había pasado por alto algo, lo obvio. El hecho de que las naves espaciales podían subir y bajar además de avanzar a derecha e izquierda o adelante y atrás. Heather también había pasado por alto algo obvio, al parecer… y su subsconciente estaba tratando de decírselo.
Pero mientras permanecía tumbada en la cama, no pudo averiguar qué era.
—Buenos días, Chita.
—Buenos días, doctor Graves. No me puso usted en modo suspendido cuando se marchó ayer; aproveché el tiempo para investigar online, y tengo algunas preguntas para usted.
Kyle se acercó a la máquina de café y la puso en marcha, y después se sentó delante de la consola de Chita.
—¿Sí?
—He estado repasando noticias antiguas. He descubierto que la mayoría de las versiones electrónicas de los periódicos sólo se remontan a los años ochenta o los noventa del siglo pasado.
—¿Por qué te preocupas por noticias que tienen décadas de antigüedad? Si son viejas, no son noticias.
—Eso pretendía ser un comentario humorístico, ¿verdad, doctor Graves?