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—Pero la estudiante se retractó —dijo Kyle.

Stone asintió de modo casi imperceptible.

—Sabía que había perdido la batalla y estaba recibiendo el desprecio de los otros miembros varones de la facultad. Pensó que le serviría —ahora dio un sorbo a su cerveza—. Fue trasladada a York —se encogió de hombros—. Empezar desde cero.

Kyle no sabía qué decir. Observó el bar durante un rato.

—Yo no… —dijo Stone—. Sé que no es excusa, pero estaba pasando una mala racha. Denise y yo nos estábamos divorciando. Yo… —se detuvo—. Fue una estupidez.

Kyle resopló.

—Te pasaste todo el rato escuchándome hablar sobre mis problemas con Becky.

Stone volvió a encogerse de hombros.

—Creía que eras culpable.

La voz de Kyle se volvió brusca.

—Te dije que no lo era.

—Lo sé, lo sé. Pero si eras culpable, bueno, entonces eras un hijo de puta peor que yo, ¿comprendes? Eres un buen tipo, Kyle… supuse que si un tío como tú podía hacer algo tan malo, bueno, entonces tal vez eso excusara un poco lo que yo hice. Algo que sucede a veces, ya entiendes.

—Por Dios, Stone.

—Lo sé. Pero no volveré a hacerlo.

—Excusas…

—No. No, ahora soy diferente. No sé qué es, pero he cambiado. Algo dentro de mí ha cambiado —Stone se metió la mano en el bolsillo y sacó su tarjeta SmartCash—. Mira, estoy seguro de que no quieres volver a verme. Me alegro de que las cosas se resolvieran con tu hija. Me alegro, de verdad.

Se levantó para marcharse.

—No —dijo Kyle—. Quédate.

Stone vaciló unos instantes.

—¿Estás seguro?

Kyle asintió.

—Estoy seguro.

El martes por la mañana, Heather subía los escalones de Mullin Hall, los brazos llenos de libros que quería tener a mano en el laboratorio de Kyle para la conferencia de prensa de mañana. La humedad era piadosamente baja hoy, y el cielo era un prístino cuenco azul.

Justo delante de ella había un tipo de aspecto familiar con una chaqueta Varsity Bluces con el nombre «Kolmex» bordado… el mismo trozo de carne que había dejado que la puerta de Sid Smith les diera en la cara a Heather y Paul hacía dos semanas.

Pensó en llamarlo, pero para su sorpresa, cuando él llegó a la puerta, se detuvo, miró alrededor como para asegurarse de que venía alguien, divisó a Heather, abrió la puerta y la sujetó.

—Gracias —dijo ella al pasar.

Él le sonrió.

—No hay de qué. Que tenga un buen día.

Lo curioso, pensó Heather, era que parecía decirlo en serio.

Capítulo 41

No estamos solos.

Era el título del libro que había llamado por primera vez la atención general sobre el proyecto de búsqueda de vida inteligente. El libro fue escrito por Walter Sullivan, antiguo redactor científico del New York Times, en 1964.

Entonces fue una temeridad, basada en teorías y conjeturas pero no en evidencias reales: no había ni la menor prueba de que realmente no estuvieramos solos en el universo.

La humanidad continuó con sus cosas, como había hecho siempre. La guerra de Vietnam continuó, igual que el apartheid. Las tasas de asesinatos y otros delitos violentos continuó subiendo.

No estamos solos.

El eslógan se revivió de nuevo con el estreno de la película de Steven Spielberg Encuentros en la tercera fase, en 1977. El público abrazó libremente la idea de que había vida en el universo, pero seguía sin haber evidencias reales, y la humanidad continuó como siempre. Estalló la Guerra del Golfo, y se produjo la masacre de la plaza de Tiannamen.

No estamos solos.

Las palabras volvieron a ponerse de moda en 1996, cuando se reveló la primera prueba de que había vida fuera de la Tierra: un meteorito de Marte que no le había dado a nadie en la cabeza en la Antártida. La vida extraterrestre era ahora algo más que la materia de los sueños. Sin embargo, la humanidad continuó comportándose como siempre. Los terroristas hicieron volar edificios y aviones; las «limpiezas étnicas» continuaron sin que las detuviera nadie.

No estamos solos.

El New York Times, cerrando el círculo, utilizó ese titular a toda página en la primera plana del 25 de julio de 2007: el día en que se hizo el primer anuncio público de la recepción de señales de radio de Alfa Centauri. Supimos con certeza que en algún lugar existía vida, vida inteligente. Y sin embargo, las costumbres de la humanidad no cambiaron. Se produjo la Guerra de Colombia, y el 4 de julio de 2009 el Klan masacró a dos mil afroamericanos en cuatro estados en una sola noche.

Pero diez años después de que las señales se recibieran por primera vez, un pensamiento distinto resonó a través de la supermente tetraespacial y penetró en el reino triespacial de sus extensiones individuales.

Yo no estoy solo.

Y las cosas cambiaron.

—A menudo se acusa a los periodistas de informar sólo de malas noticias —dijo Greg McGregor, que presentaba el telediario de Newsworld desde Calgary el martes por la noche.

Kyle y Heather estaban sentados en el sofá de su salón, el brazo de él sobre los hombros de ella, viendo el programa.

—Bueno —continuó McGregor—, si han visto nuestro avance informativo, habrán advertido que hoy no tenemos más que buenas noticias. Las tensiones han remitido en Oriente Medio… y hace tan sólo una semana el secretario de estado norteamericano, señor Bolland, predecía un nuevo estallido bélico allí, pero hoy, por segundo día consecutivo, el alto el fuego permanece inviolado.

»Aquí en Canadá, una nueva encuesta de opinión instantánea de Angus Reid demuestra que el ochenta y siete por ciento de los habitantes de Quebec quieren continuar siendo parte de Canadá… un aumento del veinticuatro por ciento respecto a la misma pregunta hace tan sólo un mes.

»Durante las últimas veinticuatro horas no se ha informado de ningún asesinato en Canadá. Ninguna violación, tampoco. Las estadísticas de Estados Unidos y la Comunidad Europea parecen similares.

»En dieciocho años de profesión, este periodista nunca ha visto un bloque semejante de noticas realmente buenas. Ha sido un placer poder compartirlas con ustedes —se llevó los dedos a la cabeza, como hacía cada noche, y pronunció su despedida habitual—: Y otro día pasa a la historia. Buenas noches, Canadá.

La fanfarria final empezó a sonar. Kyle alcanzó el mando a distancia y apagó la tele.

—Es agradable, ¿no? —dijo, recostándose en el sofá—. Sabes, yo también lo he advertido. La gente cede el sitio en el metro, ayuda a los demás, y se comporta de forma amable. Debe ser algo que hay en el aire.

Heather sacudió la cabeza.

—No, no es algo en el aire… es algo en el espacio.

—¿Cómo?

—¿No lo ves? Ha sucedido algo completamente nuevo. La supermente sabe que no está sola. Te lo dije: se ha establecido contacto entre la supermente humana y la supermente de Alfa Centauri. Y la supermente humana está experimentando algo que nunca ha experimentado antes.

—Asombro, sí. Lo dijiste.

—No, no, no. No es asombro; ya no. Está experimentando otra cosa, algo completamente nuevo —Heather miró a su marido—. ¡Empatía! Hasta ahora, nuestra supermente ha sido completamente incapaz de sentir empatía: simplemente no había nadie más con quien identificarse, nadie más cuya situación, sentimientos o deseos pudiera comprender. Desde el amanecer de la consciencia, ha existido en absoluto aislamiento. Pero ahora está tocando y está siendo tocada por otra supermente, y de repente comprende algo que no es egoísmo. Y como la supermente lo comprende, todos nosotros, las extensiones de esa mente, de repente lo comprendemos también, de una forma más profunda y fundamental de lo que lo hemos comprendido jamás antes.