Charles Bukowski
Factotum
Título de la edición originaclass="underline" Factotum
© Charles Bukowski, 1975
Traducción Jorge Berlanga
El novelista no necesita ver al león comiendo hierba. El sabe que un mismo Dios creó al lobo y al cordero, y luego sonrió, «viendo que su trabajo estaba bien hecho».
André Gide
1
Llegué a Nueva Orleans con lluvia a las cinco de la madrugada. Me quedé un rato sentado en la estación de autobuses, pero la gente me deprimía, así que agarré mi maleta, salí afuera y comencé a caminar en medio de la lluvia. No sabía donde habría una pensión, ni donde podía estar el barrio pobre de la ciudad.
Tenía una maleta de cartón que se estaba cayendo a pedazos. En otros tiempos había sido negra, pero la cubierta negra se había pelado y el cartón amarillo había quedado al descubierto. Había tratado de arreglarlo cubriendo el cartón con betún negro. Mientras caminaba bajo la lluvia, el betún de la maleta se iba corriendo y sin darme cuenta me iba pintando rayas negras en ambas perneras del pantalón al cambiarme la maleta de una mano a otra.
Bueno, era una nueva ciudad. Tal vez pudiera tener suerte.
Cesó de llover y salió el sol. Estaba en el barrio negro. Seguí caminando con lentitud.
– ¡Hey, basurita blanca!
Dejé mi maleta en el suelo. Una negraza estaba sentada en los escalones de un porche con las piernas cruzadas. Tenía buena pinta.
– ¡Hola, basurita blanca!
No dije nada. Sólo me quedé allí mirándola.
– ¿Te gustaría catar un buen culo, basurita blanca?
Se reía de mí. Tenía las piernas cruzadas bien altas y balanceaba los pies; tenía unas piernas de lo más legal, con zapatos de tacón, y las agitaba y se reía. Agarré mi maleta y empecé a acercarme hacia ella por el sendero de entrada. Entonces noté como la cortina de una ventana a mi izquierda se apartaba un poquito. Vi la cara de un negro. Tenía una pinta tan demoledora como Jersey Joe Wolcott. Volví sobre mis pasos por el sendero hasta la acera. La risa de ella me siguió por toda la calle.
2
Estaba en una habitación de un segundo piso, enfrente de un bar. El bar se llamaba Café Gangplank. Desde mi habitación podía ver, a través de las puertas abiertas del bar, todo el interior del mismo. Había algunos rostros de lo más rudo, rostros interesantes. Me quedaba por las noches en mi habitación bebiendo vino y observando desde mi ventana las caras de la gente en el bar, mientras mi dinero se iba esfumando. Durante el día, me daba grandes paseos con paso tranquilo. Me sentaba horas enteras mirando a las palomas. Sólo tomaba una comida al día para que me durara el dinero un poco más. Había encontrado un sucio café con un sucio propietario, donde sin embargo podías tomarte un gran desayuno -panecillos calientes, cereales, salchichas- por cuatro perras.
3
Salí un día a la calle, como de costumbre, y me puse a vagar por ahí. Me sentía feliz y relajado. El sol estaba en su punto. Era como una melodía. Había paz en el aire. Cuando llegué al centro de la manzana, había un hombre de pie a la puerta de una tienda. Pasé de largo.
– ¡Eh, COMPADRE!
Paré y me di la vuelta.
– ¿Quieres un trabajo?
Volví hasta donde él estaba. Por encima de su hombro pude divisar una gran sala a oscuras. Había una gran mesa con hombres y mujeres alineados a ambos lados de la misma. Manejaban martillos con los cuales golpeaban objetos que tenían enfrente de ellos. En aquella penumbra los objetos tenían la pinta de ser almejas. Olían como almejas. Me di la vuelta y continué mi paseo calle abajo.
Me acordé de cómo mi padre solía volver a casa cada noche y hablaba a mi madre de su trabajo. La murga del trabajo empezaba nada más cruzar la puerta, continuaba en la mesa de la cena y acababa en la cama cuando daba el grito de «¡Luces fuera!» a las 8 de la tarde, de modo que él pudiera descansar y recobrar fuerzas para el trabajo que le esperaba al día siguiente. No había otro tema en su vida a excepción del trabajo.
Al llegar a la esquina, otro hombre me hizo parar.
– Escucha, amigo… -empezó.
– ¿Sí? -pregunté.
– Mira, soy un veterano de la primera guerra mundial. Arriesgué mi vida en el frente por este país, pero nadie me quiere contratar, nadie quiere darme un trabajo. No aprecian lo que hice por ellos. Tengo hambre, ayúdame un poco…
– Yo no trabajo. -¿No trabajas? -Como lo oyes.
Continué mi paseo. Crucé la calle hasta la otra acera. -¡Estás mintiendo! -me gritó-. ¡Tú trabajas. Seguro que tienes un trabajo!
Pocos días más tarde, andaba buscando alguno.
4
Era un hombre detrás de un escritorio, con un aparatito en el oído cuyo cable bajaba junto a su cara hasta su camisa, donde tenía oculta la batería. La oficina era oscura y confortable. Iba vestido con un gastado traje marrón, una camisa blanca arrugada y una pajarita raída en los extremos. Se llamaba Heathercliff.
Yo había leído el anuncio en el periódico, vi que el sitio no estaba a mucha distancia de mi hotel.
Se necesita joven ambicioso con visión de futuro. NO ES NECESARIA EXPERIENCIA. EMPIECE EN LA OFICINA DE REPARTOS Y VAYA ASCENDIENDO PUESTOS.
Aguardé en el vestíbulo con cinco o seis jóvenes más, todos ellos tratando de parecer ambiciosos. Habíamos rellenado nuestras solicitudes de empleo y ahora esperábamos. Yo fui el último en ser llamado.
– Señor Chinaski, ¿qué fue lo que le hizo abandonar el trabajo en el ferrocarril?
– Bueno, no veo ningún futuro en el ferrocarril.
– Tienen buenos sindicatos, atención médica, retiro.
– A mi edad, el retiro debe ser considerado como algo superfluo.
– ¿Por qué vino a Nueva Orleans?
– Tenía demasiados amigos en Los Angeles, amigos que, me di cuenta, me estaban apartando de mi carrera. Quise ir a un lugar donde pudiera concentrarme en triunfar sin ser continuamente molestado.
– ¿Cómo sabremos que se va a quedar con nosotros el tiempo suficiente?
– Es posible que no me quede.
– ¿Por qué?
– Su anuncio decía que había futuro para un hombre ambicioso. Si no es verdad que haya aquí futuro, entonces me iré.
– ¿Por qué no se ha afeitado? ¿Ha perdido alguna apuesta?
– Todavía no.
– ¿Todavía no?
– No; aposté con mi casero a que podía conseguir trabajo en un solo día incluso con esta barba.
– Está bien, ya le haremos saber.
– No tengo teléfono.
– Está bien, Sr. Chinaski.
Me fui y volví a mi habitación. Bajé al mugriento recibidor y me di un baño caliente. Luego me vestí y salí a la calle a comprar una botella de vino. Regresé a la habitación y me senté junto a la ventana, bebiendo y observando a la gente del bar, contemplando a la gente andar por ahí. Bebí con tranquilidad y empecé a pensar de nuevo en agenciarme una pistola y hacerlo de una vez rápidamente -sin todo el rollo de la cavilación y la palabrería. Una cuestión de cojones. Me pregunté si tendría suficientes cojones. Acabé la botella y me fui a la cama a dormir. Hacia las 4 de la tarde, me despertaron unos golpes en la puerta. Era un recadero de la Western Union. Abrí el telegrama.
SR. H. CHINASKI. PRESÉNTESE A TRABAJAR MAÑANA A LAS 8. RMTE. COMPAÑÍA HEA-THERCLIFF.
5
Era una compañía distribuidora de revistas y nosotros nos poníamos en la mesa empaquetadora examinando órdenes para comprobar si las cantidades coincidían con las facturas. Luego firmábamos la factura y, o bien despachábamos el cargamento para el transporte fuera de la ciudad, o bien lo apartábamos a un lado para el reparto local en camionetas. El trabajo era fácil y tonto, pero los empleados estaban en un constante estado de tensión. Se preocupaban por su trabajo. Había una mezcla de hombres y mujeres jóvenes y no parecía que hubiera ningún jefe de personal vigilando. Pasadas unas cuantas horas, dos mujeres empezaron a discutir. Sobre alguna tontería acerca de las revistas. Estábamos empaquetando unos cuadernos de historietas y había pasado no sé qué en un extremo de la mesa. A medida que iba avanzando la discusión, las dos mujeres se iban poniendo más violentas.