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En El Paso vino el capataz y nos dijo que íbamos a cambiar de tren. Recibimos unos tickets válidos para una noche en un hotel cercano y para la cena en un café local, así como las instrucciones sobre cómo, cuándo y dónde coger el próximo tren en la madrugada.

Aguardé en el exterior del café a que toda la pandilla acabara de comer, y cuando salieron de allí con sus mondadientes, entré.

– ¡Le arreglaremos el culo a ese hijo de puta!

– Tíos, odio a ese bastardo cara de mono.

Me metí y pedí una hamburguesa con cebolla y alubias. No había mantequilla para el pan, pero el café era bueno. Cuando salí ya se habían ido. Un vagabundo iba caminando por la acera detrás mío. Le di mi ticket para el hotel.

Aquella noche dormí en el parque. Parecía más seguro. Estaba cansado y aquel duro banco del parque no me jodió demasiado al fin y al cabo. Me quedé dormido.

Algo más tarde me despertó algo que sonaba como un rugido. Nunca me había imaginado que los caimanes rugiesen. O más exactamente, eran muchas cosas juntas: un rugido, una inhalación agitada y un silbido. Escuché también un chasquear de mandíbulas. Un marinero borracho estaba en el centro del estanque y tenía a uno de los caimanes agarrado por la cola. La criatura trataba de doblarse y morder al marinero, pero se lo encontró muy difícil. Las mandíbulas eran terroríficas, pero muy lentas y faltas de coordinación. Otro marinero y una jovencita estaban allí observando la escena y riéndose. Entonces el marinero besó a la chica y se marcharon jun-:os de allí, abandonando al otro enzarzado con el caimán…

Luego me volvió a despertar el sol. Mi camisa estaba caliente. Casi ardiendo. El marinero se había ido. El caimán también. En un banco más al este estaban sentados una chica y dos jóvenes. Evidentemente habían dormido también en el parque aquella noche. Uno de los jóvenes se puso de pie.

– Mickey -dijo la chica-. ¡Has tenido una erección!

Se rieron.

– ¿Cuánto dinero tenemos?

Registraron sus bolsillos. Tenían un níquel.

– Bueno, ¿qué vamos a hacer?

– No sé. Vamos a caminar un rato.

Les contemplé mientras se alejaban fuera del parque, adentrándose en la ciudad.

8

Cuando el tren se detuvo en Los Angeles, hicimos una escala de dos o tres días. Nos repartieron de nuevo tickets para hotel y comida. Di mis tickets de hotel al primer vagabundo que se cruzó en mi camino. Cuando iba en busca del café donde podría usar mis tickets de comida, me encontré caminando a pocos pasos de dos de los tipos que habían venido en el tren desde Nueva Orleans. Apresuré mis pasos hasta llegar a su altura.

– ¿Cómo andáis, tíos? -pregunté.

– Oh, todo anda bien, todo muy bien.

– ¿Estáis seguros? ¿No hay nada que os moleste?

– No, todo anda bien.

Seguí adelante y encontré el café. Servían cerveza, así que cambié mis tickets por cerveza. Toda la pandilla del ferrocarril estaba allí. Cuando me bebí los tickets, me quedaba el dinero suficiente para coger un tranvía hasta la casa de mis padres.

9

Mi madre dio un grito cuando abrió la puerta.

– ¡Hijo! ¿Eres tú, hijo?

– Necesito dormir un poco.

– Tu dormitorio está siempre esperándote.

Fui al dormitorio, me desnudé y me metí en la cama. Me despertó mi madre hacia las 6 de la tarde.

– Tu padre está en casa.

Me levanté y empecé a vestirme. Cuando entré en el salón, la cena estaba en la mesa.

Mi padre era un hombre muy grande, más alto que yo, con ojos marrones; los míos eran verdes. Su nariz era demasiado voluminosa y no podías evitar que sus orejas te impresionaran. Eran unas orejas que parecían querer escaparse de la cabeza.

– Escucha -me dijo-, si te quedas aquí te voy a cobrar el alojamiento y la comida, además de la lavandería. Cuando consigas un empleo, lo que nos debas será deducido de tu salario hasta que lo devuelvas todo.

Cenamos en silencio.

10

Mi madre había conseguido un trabajo. Iba a empezar el día siguiente. Esto dejaba la casa entera para mí solo. Después de desayunar y luego de que mis padres se fueran a sus respectivos trabajos, me quité la ropa y volví a la cama. Me masturbé y tras esto me dediqué a hacer un estudio cronométrico, en un viejo cuaderno de escuela, de los aviones que pasaban por encima de la casa. Decoré mi cronometración con agradables dibujos obscenos. Sabía que mi padre me cobraría precios atroces por la habitación, la comida y el lavado de ropa, y que también aprovecharía para ponerme dependiente de él en su declaración de renta.

Mientras me relajaba en la cama tenía una extraña sensación en mi cabeza. Era como si mi cráneo fuera de algodón o como un globito hinchado de aire. Podía sentir espacio en mi calavera. No podía comprenderlo. Pronto dejé de preocuparme por ello. Estaba cómodo, no me sentía agonizar. Escuché música sinfónica en la radio, fu-mándome los cigarrillos de mi padre.

Me levanté y entré en la habitación delantera. En la casa de enfrente había una joven ama de casa. Llevaba puesto un corto y ajustado vestido marrón. Estaba sentada en los escalones de su puerta, que estaba directamente frente a la mía. Podía mirarla bien más allá de su vestido. La contemplé desde atrás de los visillos de la ventana, desnudándola con mi mirada. Me empecé a excitar. Finalmente, me masturbé otra vez. Luego me bañé, me vestí y me senté un rato a fumar cigarrillos. Hacia las 5 de la tarde, dejé la casa y salí a dar un largo paseo, caminando durante casi una hora.

Cuando volví, mis padres estaban ya en casa. La cena estaba casi preparada. Subí a mi dormitorio y esperé a que me llamaran. Me llamaron. Entré.

– Bueno -dijo mi padre-. ¿Encontraste trabajo?

– No.

– Mira, cualquier hombre que quiera trabajar, encuentra trabajo.

– Puede ser.

– No puedo creer que seas mi hijo. No tienes la menor ambición, no tienes madera de peleador; ¿cómo demonios vas a arreglártelas en este mundo?

Puso una cantidad de guisantes en su boca y habló de nuevo:

– ¿Y qué significa todo este humo de cigarrillos? ¡Puagh! ¡He tenido que abrir todas las ventanas al entrar! ¡El aire estaba azul!

11

Al día siguiente, me volví a la cama durante un buen rato después de que ellos se fueran. Luego me levanté y fui a la habitación frontal a echar un vistazo entre los visillos. La joven ama de casa estaba otra vez sentada en los escalones de su portal al otro lado de la acera. Llevaba puesto un vestido diferente, más sexy. La contemplé durante largo rato. Luego me masturbé lenta y sosegadamente.

Me bañé y me vestí. Encontré algunos cascos vacíos en la cocina y los fui a descambiar a la tienda de ultramarinos. Encontré un bar en la Avenida, entré en él y pedí una caña de cerveza. Había un montón de borrachos poniendo canciones en el juke-box, hablando a voces y riéndose. En un momento una nueva cerveza se posó enfrente mío. Alguien estaba invitando. Bebí. Empecé a hablar con la gente. Entonces miré afuera. Era ya el final de la tarde, casi oscurecía. Las cervezas seguían circulando. La dueña del bar, una tía gorda, y su noviete estaban en plan simpático.

Salí una vez a la calle para pegarme con alguien. Estábamos los dos demasiado borrachos y había muchos baches en la superficie de asfalto del parking, apenas podíamos andar. Lo dejamos…

Me desperté mucho más tarde en un sillón tapizado de rojo en la trastienda del bar. Me levanté y miré a mi alrededor. Todo el mundo se había ido. El reloj señalaba las 3:15. Traté de abrir la puerta, estaba cerrada. Me metí detrás de la barra y busqué una botella de cerveza, la abrí, salí y me senté. Entonces volví y me cogí un puro y una bolsa de patatas fritas. Acabé mi cerveza, me levanté y encontré una botella de vodka y otra de escocés, me volví a sentar. Las mezclé con agua, fumé puros y comí carne reseca, patatas fritas y huevos duros.