Bebí hasta las 5 de la mañana. Limpié luego el bar, quité todas las cosas, fui hasta la puerta, conseguí abrirla y salí a la calle. Mientras salía, vi acercarse un coche de policía. Fueron conduciendo lentamente detrás mío mientras yo caminaba.
Pasada una manzana, se pararon delante mío. Un oficial sacó la cabeza por la ventanilla.
– ¡Eh, capullo!
Sus luces me daban en la cara.
– ¿Qué estás haciendo?
– Me voy a casa.
– ¿Vives por aquí?
– Sí.
– ¿Dónde?
– En el 2122 de la Avenida Longwood.
– ¿Qué hacías saliendo a estas horas de ese bar?
– Soy el encargado de la limpieza.
– ¿Quién es el dueño del bar?
– Una señora llamada Joya.
– Entra.
Entré en el coche.
– Dinos donde vives.
Me llevaron a casa.
– Ahora sal y llama al timbre.
Salí del coche. Llegué hasta el porche y llamé al timbre. No hubo respuesta.
Llamé de nuevo, varias veces. Finalmente se abrió la puerta. Mi madre y mi viejo se quedaron allí plantados en pijama y bata.
– ¡Estás borracho! -gritó mi padre.
– Sí.
– ¿De dónde sacaste el dinero para beber? ¡No tienes ni cinco!
– Encontraré un trabajo.
– ¡Estás borracho! ¡Estás borracho! ¡Mi hijo es un borracho! ¡Mi hijo es un maldito y vergonzoso borracho!
El pelo en la cabeza de mi padre estaba alzado en mechones dementes. Sus cejas revueltas salvajemente, su cara hinchada y reblandecida por el sueño.
– Actúas como si hubiese matado a alguien.
– ¡Es igual de malo!
– …Ooh, mierda…
De repente vomité en la alfombra persa con el dibujo del Árbol de la Vida. Mi madre soltó un grito. Mi padre saltó encima mío.
– ¿ Sabes lo que le hacemos a un perro cuando se caga en la alfombra?
– Sí.
Me agarró del cuello por detrás. Me presionó hacia abajo, forzándome a doblar la cintura. Estaba tratando de ponerme a la fuerza de rodillas.
– Te voy a enseñar.
– No lo hagas…
Mi cara estaba ya casi encima de ello.
– ¡Te voy a enseñar lo que hacemos con los perros!
Me levanté del suelo apoyando el puñetazo. Fue un gancho perfecto. El viejo recorrió en volandas toda la habitación y se quedó sentado en el sofá. Fui a por él.
– Levántate.
Se quedó allí sentado. Oí a mi madre gritar.
– ¡Le has pegado a tu padre! ¡Le has pegado a tu padre! ¡Le has pegado a tu padre!
Chillaba y me arañó parte de la cara.
– Levántate -le dije a mi padre.
– ¡Le has pegado a tu padre!
Me arañó de nuevo la cara. Me di la vuelta para mirarla. Me rasgó el otro lado de la cara. La sangre corría bajándome por el cuello, calando mi camisa, pantalones, zapatos, la alfombra. Bajó sus manos y se quedó mirán-dome.
– ¿Has acabado?
No me contestó. Subí hacia mi dormitorio, pensando, mejor me busco un trabajo.
12
A la mañana siguiente me quedé en mi habitación hasta que ellos se fueron. Entonces cogí el periódico y eché un vistazo a la sección de anuncios por palabras. Me dolía la cara; estaba todavía con resaca. Señalé con un círculo algunos anuncios, me afeité lo mejor que pude, tomé unas cuantas aspirinas, me vestí y me fui caminando bulevar arriba. Me puse a hacer dedo. Los coches pasaban de largo. Entonces uno paró. Subí en él.
– ¡Hank!
Era un viejo amigo, Timmy Hunter. Habíamos ido juntos al City College de Los Angeles.
– ¿Qué andas haciendo, Hank?
– Buscando un trabajo.
– Yo voy a la universidad. ¿Qué te ha pasado en la cara?
– Las garras de una mujer.
– -¿Sí?
– Sí. Timmy, necesito un trago.
Timmy aparcó en el primer bar. Entramos y pidió dos botellas de cerveza.
– ¿Qué clase de trabajo andas buscando?
– De chico de los recados, mozo de almacén, guardián nocturno…
– Escucha, tengo algo de dinero en casa. Conozco un buen bar en Inglewood. Podemos ir allí.
Vivía con su madre. Entramos y la vieja me miró por encima del periódico:
– Hank, no irás a emborrachar a Timmy.
– ¿Qué tal está, señora Hunter?
– La última vez que tú y Timmy salisteis juntos, acabásteis los dos en la comisaría.
Timmy dejó sus libros en el dormitorio y salió.
– Vamonos -dijo.
Tenía un decorado hawaiano, muy florido. Un hombre estaba al teléfono:
– Tienes que encontrar a alguien que venga a por el camión. Yo estoy demasiado borracho para conducir. Sí, ya sé que he perdido el maldito trabajo. ¡Sólo ven aquí y llévate el camión!
Timmy pagaba, ambos bebíamos. Su charla era buena. Una rubita me estaba echando miradas y enseñándome pierna. Timmy hablaba y hablaba. Hablaba del City Co-llege: de cómo guardábamos las botellas de vino en nuestro pupitre; de Popoff y sus pistolas de madera; de Popoff y sus pistolas de verdad; de cómo disparamos a la quilla de una barca en Westlake Park y se hundió; de cuando hicimos la huelga en el gimnasio del colegio…
Las bebidas siguieron circulando. La chavalita rubia se fue con algún otro. La máquina de discos no dejaba de sonar. Timmy charlaba. Se estaba haciendo de noche. Estábamos superintoxicados, bajamos dando tumbos por la calle en busca de otro bar. Eran las 10 de la noche. Apenas nos podíamos tener en pie. La calle estaba llena de automóviles.
– Oye, Timmy, vamos a descansar.
Apareció ante mi vista. Una funeraria, grande como una mansión colonial, con luces intermitentes en la fachada, y unas anchas escaleras blancas que subían al porche de entrada.
Timmy y yo subimos hasta la mitad de las escaleras. Entonces le tumbé con cuidado sobre un escalón. Le estiré las piernas y le puse los brazos junto al cuerpo. Luego me eché yo en similar posición en el escalón inferior al de Timmy.
13
Me desperté en una habitación. Estaba solo. Apenas estaba comenzando a amanecer. Hacía frío. Estaba en mangas de camisa. Traté de pensar. Me levanté del dura camastro, me acerqué a la ventana. Tenía rejas. Se veía el Océano Pacífico (de algún modo había llegado a Malibú). El guardián vino una hora más tarde, repartiendo platos de metal y tazas. Me pasó el desayuno. Me senté y comí, escuchando el sonido del océano.
Cuarenta y cinco minutos más tarde me sacaron afuera. Había una pandilla de hombres esposados en fila. Fui hasta el final de la fila y extendí mis manos. El guardia dijo: -Tú no. Me pusieron mi propio par de esposas. Dos oficiales me metieron en un coche patrulla y me sacaron de allí.
Llegamos a Culver City y aparcamos detrás del juzgado. Uno de los policías salió conmigo. Entramos por detrás y nos sentamos en la primera fila del tribunal. El poli me quitó las esposas. No vi a Timmy por ningún lado. Siguió la habitual espera hasta que llegase mi turno. Mi caso era el segundo.
– Se le acusa de intoxicación en público y bloqueo de tráfico. Diez días o treinta dólares.
Admití mi culpabilidad aunque no sabía muy bien a qué venía eso de bloquear el tráfico. El policía me llevó escaleras abajo y me metió en el asiento trasero del coche patrulla.