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– Has salido bien parado -me dijo-. Provocásteis un atasco de tráfico de una milla de largo. Ha sido el peor atasco de tráfico en toda la historia de la ciudad de Ingle-wood.

Entonces me llevaron a la cárcel del condado de Los Angeles.

14

Aquella noche llegó mi padre con los treinta dólares. Cuando salimos, sus ojos estaban húmedos.

– Has provocado la desgracia de tu madre y la mía también -dijo. Por lo visto conocían a uno de los policías, y éste le había preguntado:- Señor Chinaski, ¿qué está haciendo su hijo aquí?

– ¡Me avergonzó tanto! Pensar esto, mi propio hijo en prisión.

Bajamos hasta su coche, entramos. Nos alejamos de allí. Todavía seguían cayéndole lágrimas.

– Ya es bastante malo que no quieras servir a tu país en tiempo de guerra…

– El psiquiatra me dio como inútil.

– Hijo mío, si no hubiese sido por la primera guerra mundial nunca hubiese conocido a tu madre y tú nunca hubieras nacido.

– ¿Tienes un cigarrillo?

– Ahora te encarcelan. Una cosa como ésta puede matar a tu madre.

Pasamos junto a algunos bares baratos del bajo Broadway.

– Oye, vamos a parar a echar un trago.

– ¿Qué? ¿Quieres decir que vas a tener el valor de beber luego de salir de la cárcel culpado de intoxicación?

– Es cuando más necesitas un trago.

– Ni se te ocurra decirle a tu madre que has querido beber después de salir de la cárcel -me advirtió.

– También necesito un pedazo de culo.

– ¿Qué?

– Digo que también me gustaría un buen coño.

Estuvo a punto de pasarse un disco en rojo. Circulamos en silencio.

– Por cierto -dijo finalmente-. ¡Supongo que sabrás que la fianza de la cárcel será añadida a la cuenta por tu habitación, comida y lavandería!

15

Encontré un trabajo en un almacén de recambios para automóviles, justo al lado de Flower Street. El encargado era un tipo feo y de gran estatura sin rastro de culo. Siempre me contaba cómo se había follado a su mujer la noche anterior.

– Me follé a mi señora la noche pasada. Pasa primero ese pedido de Williams Brothers.

– Se nos han acabado las junturas K-3.

– Pues devuelve el pedido.

Yo sellaba un «pedido devuelto» en la etiqueta de empaquetado y lo despachaba.

– Me follé a mi señora la noche pasada.

Cerraba con cinta adhesiva las cajas, las etiquetaba y pegaba el franqueo necesario en sellos.

– Fue un polvo de puta madre.

Tenía un bigote arenoso, cabello arenoso, y no tenía culo.

– Se meó cuando acabó de correrse.

16

Mi cuenta por habitación, pensión completa, lavandería, etc., era ya tan alta por aquellos días que me costó muchos cheques de salarios el saldarla. Me quedé hasta ese día y luego me mudé. Los precios de mi casa eran excesivos para un pobre asalariado como yo.

Encontré una pensión cerca de mi trabajo. La mudanza no fue muy dificultosa. Todas mis pertenencias no alcanzaban a llenar una maleta…

Mamá Strader era mi casera, una pelirroja apagada con buena pinta, muchos dientes de oro y un novio ya maduro. La primera mañana me hizo entrar en la cocina y me dijo que me serviría un whisky si iba al patio trasero y alimentaba a las gallinas. Lo hice y luego me senté a beber en la cocina con Mamá y su novio, Al. Llegué una hora tarde al trabajo.

La segunda noche escuché unos golpecitos en mi puerta. Era una tía gorda de unos cuarenta y pico años. Sostenía una botella de vino.

– Vivo en la planta baja. Me llamo Martha. Te he oído escuchar esa música tan buena todo el rato. Pensé que a lo mejor te apetecía una copa.

Martha entró. Llevaba puesto un batín verde descolorído, y después de unos pocos vinos empezó a enseñarme sus piernas.

– Tengo unas buenas piernas.

– Yo soy un hombre de piernas.

– Mira más arriba.

Sus piernas eran muy blancas, gordas, blandorras, con protuberantes venas purpúreas. Martha me contó su historia.

Era puta. Se hacía los bares de las afueras y el centro. Su principal fuente de ingresos era el dueño de unos grandes almacenes.

– Me da dinero. Y entro en sus almacenes y cojo lo que quiero. Los vendedores no me dicen nada. El les ha dicho que me dejen tranquila. No quiere que su esposa sepa que yo tengo un polvo mejor que el suyo.

Martha se levantó y puso la radio. Muy alta.

– Soy buena bailarina -dijo-. ¡Mira cómo bailo!

Se meneaba con su toldilla verde, agitando las piernas. No era tan excitante como decía. Al poco rato tenía el batín por encima de su cintura y andaba moviendo el trasero delante de mi cara. Los pantys rosados tenían un gran agujero en la nalga derecha. Entonces el batín cayó al suelo y ella se quedó sólo en pantys. Siguieron los pantys, que fueron a reunirse torpemente con el batín, y ella siguió meneándose. Su triángulo de vello púbico estaba casi oculto por su barriga flácida y bamboleante.

El sudor estaba haciendo que se le corriese el maquillaje. De repente se estrecharon sus ojos. Yo estaba sentado en el borde de la cama. Se arrojó encima mío antes de que yo pudiera reaccionar. Su boca abierta presionaba la mía. Sabía a esputo y a cebollas y a vino rancio y (me imaginaba) el semen de cuatrocientos hombres. Empujó su lengua dentro de mi boca. Estaba espesa de saliva, me ahogaba y la eché fuera con una náusea. Se puso de rodillas, me abrió la bragueta y en un segundo mi floja picha estaba en su boca. Chupaba y movía la cabeza. Martha llevaba una pequeña cinta amarilla en su corto pelo grisáceo. Tenía pecas y grandes lunares marro-nes en su cuello y mejillas.

Mi pene se alzó; ella gruñía, me mordió. Grité, la agarré del pelo, la aparté de mí. Me levanté en el centro de la habitación, herido y aterrorizado. En la radio sonaba una sinfonía de Mahler. Antes de que pudiera hacer nada, ella estaba otra vez de rodillas mamándomela. Me estrujaba los huevos sin piedad con ambas manos. Su boca se abrió, me atrapó; su cabeza subía, bajaba, chupaba. Dándole un tremendo tirón a mis pelotas al tiempo que casi cercenaba mi polla por la mitad, me forzó a echarme al suelo. Los sonidos de succión invadían la habitación mientras en mi radio sonaba Mahler. Me sentía como si estuviese siendo devorado por una fiera inclemente. Mi picha se levantó, cubierta de esputo y sangre. La vista de la misma la hizo caer en el frenesí. Sentí como si se me estuviesen comiendo vivo.

Si me corro, pensé desesperado, nunca me lo perdonaré.

Mientras me doblaba para tratar de apartarla de un tirón en el pelo, ella me agarró otra vez los huevos y los estrujó sin contemplaciones. Sus dientes parecían tijeras en mitad de mi polla, como si quisiera cortármela en dos. Pegué un alarido, solté su pelo, caí de espaldas. Su cabeza subía y bajaba incansable. Estaba convencido de que la chupada podía ser oída en toda la pensión.

– ¡No! -chillé.

Persistió con inhumana furia. Empecé a correrme. Era como succionar la médula de una serpiente atrapada. Su furia estaba mezclada con locura; sorbió la esperma gorgoteando.

Continuó lamiendo y mamando.

– ¡Martha! ¡Para ya! ¡Se acabó!

No le dio la gana. Era como si toda ella se hubiese convertido en una gran boca devoralotodo. Continuó chupando y bombeando. Siguió, siguió. -¡No! -aullé otra vez… Esta vez se la bebió como un batido de vainilla por una pajita.