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Bennie se situó frente al jurado y permaneció un momento en silencio antes de iniciar sus conclusiones, para calmarse los nervios y aclararse las ideas. De nuevo, decidió ir con la verdad por delante. No disponía de más.

– Damas y caballeros, he tomado la inusitada decisión de no seguir con la defensa de Alice Connolly porque no creo que el Estado haya demostrado que se trata de un asesinato más allá de la duda razonable. No comparto la elevada consideración del fiscal con respecto a las pruebas circunstanciales, sobre todo en casos sancionados con la pena capital. La acusación ha minimizado el hecho en sus conclusiones, pero yo estoy aquí para recordarles algo: en definitiva el Estado persigue la pena de muerte en este caso. Ténganlo muy presente. Dejan que influya en sus consideraciones. ¿Hasta qué punto hay que estar seguro de algo para mandar a un ser humano a la muerte? Más allá de toda duda razonable.

Bennie interrumpió el discurso para que todo el mundo cayera en la cuenta, y comprobó que los rostros de los miembros del jurado reflejaban una gran seriedad.

– Sin embargo, el Estado no les ha proporcionado a ustedes nada que pueda calificarse de prueba determinante. Nadie vio cómo se cometió el crimen y, contrariamente a lo que ha afirmado el fiscal en sus conclusiones, sí se cometen muchos asesinatos ante testigos. Pueden leer todos los días en los periódicos relatos sobre tiroteos desde un coche…

– Protesto, señoría -gritó Hilliard-. No disponemos de pruebas documentadas sobre tales disparos.

– Se admite -dictaminó el juez Guthrie, pero Bennie no perdió el ritmo.

– No hay testigos de este asesinato, cuando menos el Estado no ha conseguido presentar ninguno, aparte de que el Estado no ha demostrado otros muchos hechos, lo que desemboca en algo más que la duda razonable. En primer lugar, no ha presentado el arma homicida. El fiscal pretende que todos ustedes se olviden del arma, pero ¿pueden hacerlo? ¿En justicia? -Bennie se acercó un poco más a la barandilla del jurado-. Recuerden su teoría sobre lo acaecido la noche de autos. Ellos afirman que Alice Connolly disparó contra el finado, se cambió de ropa y tiró la que llevaba antes en un contenedor para deshacerse de las pruebas. Si eso fuera cierto, ¿por qué no se encontró el arma en el contenedor junto con las demás pruebas? ¿Deben creer ustedes que Alice se llevó el arma? ¿Por qué lo habría hecho, si así llevaría encima una prueba mucho más incriminatoria? Y caso de que lo hiciera, ¿por qué no se la encontraron encima?

Bennie hizo una pausa, esperando que sus palabras surtieran efecto.

– No tiene lógica alguna porque no es la verdad. Lo cierto es que Alice Connolly nunca tuvo el arma. El verdadero asesino sí la tuvo y se la guardó porque en ella figuraban sus huellas dactilares y no las de Alice Connolly. Tal como han oído afirmar al doctor Liam Pettis: el arma podría demostrar que Alice no mató a Anthony Della Porta…

– Protesto, señoría -dijo Hilliard-. La señorita Rosato tergiversa la declaración del doctor Pettis.

– Se admite la protesta -falló el juez Guthrie, antes de que Bennie pudiera discutirlo, pero había cogido ya el ritmo y no podía detenerse.

– Vamos a considerar la interminable lista de hechos que no ha demostrado el Estado. En primer lugar, no ha demostrado que existiera un móvil. ¿Una pelea? Todas las parejas tienen sus baches. Yo mismo llevo días sin hablar con mi novio y no por ello voy a matarlo. -Los miembros del jurado sonrieron y Bennie también esbozó una sonrisa forzada-. En segundo lugar, no ha demostrado cómo llegaron las manchas de sangre a la camiseta. En tercer lugar, no ha demostrado a qué hora pasó corriendo Alice ante la puerta de la señora Lambertsen. En cuarto lugar, no ha demostrado que fuera Alice quien pasó corriendo bajo la ventana del señor Muñoz. ¿Quién puede olvidar al señor Muñoz?

El realizador de vídeo se echó a reír, al igual que el joven negro de la última fila. Se trataba del señor locutor, el parlanchín. Bennie sonrió a pesar del peso que notaba en el pecho.

– A diferencia de lo que opina la acusación, yo no considero que una confabulación implique a los hombrecillos verdes. Todos ustedes saben que en muchos asesinatos interviene más de una persona. Piensen en la mafia. Piensen en el atentado de Oklahoma. Son ejemplos de confabulación criminal, y no hay que creer en hombrecillos verdes para saber que las confabulaciones son algo real. -Bennie miró directamente a los miembros del jurado, y un curioso ladeo de la barbilla de la bibliotecaria la animó a saltar a la yugular-. Damas y caballeros, la defensa considera que detrás de este asesinato hay una confabulación policial, de la que forman parte los agentes McShea y Reston, y que los miembros de dicha confabulación asesinaron a Anthony Della Porta…

– ¡Protesto, señoría! -gritó Hilliard-. ¡No disponemos de pruebas que apoyen tales acusaciones! Obran en nuestro poder sólo las pruebas de que los agentes Reston y McShea detuvieron a la acusada. Todo lo demás son deducciones injustificadas y puras conjeturas por parte de la defensa.

Bennie giró sobre sus talones, enojada.

– Señoría, esto es un razonamiento correcto en una conclusión. El jurado puede hacer sus deducciones razonables a partir de la declaración del Estado, incluyendo lo que ha obtenido la defensa en el contrainterrogatorio. Si se me permite plantear al jurado una exposición alternativa…

– Se admite la protesta. -El juez Guthrie cerró la boca con fuerza y sus mandíbulas recordaron las de un bulldog francés-. No siga haciendo comentarios sobre los agentes que detuvieron a la acusada, señorita Rosato, y prosiga con su exposición.

Bennie se quedó sin habla.

– ¿Ha fallado usted que no puedo presentar mi teoría sobre cómo considero yo que se llevó a cabo este asesinato, señoría? Yo difiero de la teoría del fiscal. Y eso niega a la acusada el derecho a un juicio justo.

El juez Guthrie arrugó profundamente la frente.

– Puede presentar una exposición alternativa de los hechos, letrada, pero el tribunal no dispone de pruebas que demuestren que ningún agente esté implicado en el asesinato del inspector Della Porta. No debe confundir ni inducir a error al jurado en sus conclusiones. Presente su teoría sin mencionar ningún supuesto papel de los agentes que llevaron a cabo la detención. Prosiga, por favor.

Bennie apaciguó su furia y se plantó ante el jurado:

– Consideremos, pues, que alguien, no sabemos quién, llega al piso del inspector Della Porta hacia las ocho menos cuarto de la noche del diecinueve de mayo, se pelea con el inspector Della Porta y dispara contra él a bocajarro. El asesino quiere tender una trampa a Alice Connolly, y por ello corre hacia el armario, que sabe que está en el dormitorio, coge una de las camisetas de Alice y la aplica contra la sangre del inspector Della Porta formando las típicas pautas de manchas de las que tiene noticia, que ha aprendido en alguna parte. Luego huye sin que le vea nadie y deja la camiseta ensangrentada en un contenedor de los alrededores, consciente de que con ello incriminará a Alice.

Bennie hablaba al jurado en un tono apremiante. Tenía que hacérselo comprender.

– Imagínense que Alice llega a su casa y descubre al inspector Della Porta muerto en el suelo. Aterrorizada al pensar que el asesino puede seguir en el piso, huye presa del pánico. Recuerden que transcurrieron entre diez y doce minutos entre el mo-mentó en que se oyó el disparo y la señora Lambertsen vio a Alice salir corriendo. Tiempo suficiente, ¿no es cierto?

El realizador de vídeo se echó un poco hacia delante en su asiento, mientras que la bibliotecaria seguía impasible.

– Reflexionen sobre lo que estoy diciendo, damas y caballeros. Si son capaces de comprender que otra persona pudo haber matado al inspector Della Porta y tender una trampa a Alice para incriminarla, no podrán, basándose en la ley o en la conciencia, declarar culpable a Alice Connolly. Y yo les estoy insinuando que a Alice le ha tendido una trampa… una confabulación policial.