El juez Guthrie procedió de inmediato a ilustrar a los miembros del jurado, leyéndoles una interminable lista de puntos legales importantes que habían presentado ambas partes, mientras Bennie permanecía sentada, inmóvil, escuchando sólo a medias, tomando conciencia poco a poco de que el caso se le estaba escapando de las manos. Normalmente sentía un gran alivio cuando el poder de decisión y la responsabilidad definitiva pasaba de ella al jurado. En el pasado, aquello se había traducido en la finalización de su tarea, pues, tras el veredicto, podía reemprender su vida. Entonces se dedicaba a holgazanear en la cama con Grady y, al levantarse, pasaba a las tareas de la casa. Luego iba a ver a su madre, permanecía a su lado en el elegante hospital hasta que la anciana se quedaba dormida.
Sin embargo, sabía que al acabar aquel juicio no tendría nada de todo aquello. Nada más que el vacío, y eso en el mejor de los casos. ¿Y si perdían? Se estremeció al ver que el jurado salió en fila a deliberar, desapareciendo tras la puerta. Iban a decidir el destino de Connolly y a ella no le dejaban más que desolación y miedo.
37
Las abogadas esperaban el veredicto en su despacho, y Bennie ayudaba a sus asociadas a recoger las pruebas y colocarlas de nuevo en el expediente. No era un trabajo que ella acostumbrara hacer, pero aquel día era consciente de que la necesitaban y algo en su interior le decía que no tenía que dejarlas solas. Al haber llevado juntas el caso, se habían unido más, como los soldados en la guerra, y Bennie sabía que la guerra aún no había terminado. Si declaraban culpable a Connolly, quedaría todavía la fase final, en la que Bennie debería presentar a los testigos objetivos y a los expertos que constituirían la última esperanza para Connolly.
– ¿Tenemos ya controlado al experto en psicología, Carrier?
– Todo está previsto. Sólo hay que llamarlo.
– Bien. ¿Y a la funcionaría auxiliar?
– Sólo a la auxiliar de la auxiliar. Declarará que Connolly era una reclusa modelo, se encargaba de los cursillos de informática y demostraba disposición para la rehabilitación.
Bennie se guardó su opinión. Con toda la información de que disponía, la utilización de aquellas declaraciones equivaldría a aceptar el perjurio. Se volvió hacia DiNunzio.
– ¿Hemos encontrado a alguien que conociera a Connolly de la época de su infancia?
– No. He hecho un montón de llamadas y nada de nada.
– ¿Ni un familiar? ¿Algún primo o algo?
– Nadie.
Bennie pensó en las consecuencias de aquello. Ella y Connolly eran todo lo que quedaba de la familia.
– ¿Has investigado entre los amigos y vecinos de la familia?
– He encontrado a una persona que la conoció en el instituto. Me ha dicho que Connolly siempre había sido una marginada. Tal vez eso pueda ayudarnos. Ha dicho que estaría dispuesta a declarar. Si la necesitamos, puedo localizarla.
– ¿Llevarás tú a cabo el interrogatorio directo, DiNunzio? ¿Y sin nervios?
– Después del alegato contra lo del desacato, no.
Bennie sonrió, sorprendida. Había dado por supuesto que Carrier se había sabido desenvolver en el alegato.
– ¿Cómo, que se lo discutiste al juez Guthrie?
– Sí -dijo Mary sin poder ocultar una sonrisa de orgullo-. Te he sacado de la cárcel. Casi sin multa.
– ¿Cómo lo conseguiste? ¿Estabas nerviosa?
– Sigo viva, debo de ser fuerte.
Judy asintió, encantada.
– Es formidable. Tuvo el caso claro en cuanto te echaron de la sala. Enseguida vio que tenía que alegar en contra, y no yo.
Bennie no lo acababa de comprender.
– ¿Tenías ya a punto el recurso? ¿Por qué? ¿Cómo?
– Ya imaginé que un momento u otro surgiría algún problema. No podía ser de otra forma, en la posición en que te encontrabas. Por más nerviosa que me ponga a mí mi hermana gemela, siempre tengo presente que es mi hermana. Por ello, esta mañana preparé una serie de supuestos.
Bennie se echó a reír, lo que le sirvió para descargar cierta tensión.
– Pues te lo agradezco. Lo has hecho muy bien. -Luego sus pensamientos volvieron a Connolly-: O sea que no tenemos gran cosa para la siguiente fase. ¡Qué maravilla! -Bennie pensó en buscar a su padre. El podría contar que abandonó a Connolly, echarle la mano que siempre le había negado. Se lo quitó de la cabeza y luego, sin saber por qué, pensó en Lou-. ¿Se ha sabido algo de Lou? -preguntó, y Bennie negó con la cabeza.
– No, desde esta mañana.
– ¿No ha llamado? -He revisado los mensajes.
Los labios de Bennie dibujaron una deprimente mueca. -Eso no me gusta nada. Debería haber vuelto. ¿Ha dicho dónde iba cuando salió del juzgado? -No ha dicho nada.
Mary frunció el ceño y clavó la mirada en Bennie. -Dentro de cinco minutos volveré a llamar a su casa. Mary asintió. -Te lo recordaré.
– ¿Eso dónde lo guardamos? -preguntó Judy con una carpeta de notas en la mano.
Bennie levantó la vista del papel donde estaba trabajando.
– Déjalo en el último archivador.
Judy metió la carpeta en el último archivador de acordeón rojo. Tenía quince de ellos colocados en tres hileras de cinco sobre la mesa de la sala de reuniones, todos con sus respectivas carpetas. Prácticamente todas las pruebas y transcripciones ya se habían guardado en los archivadores. Bennie se preguntaba si había algo más en su vida tan ordenadamente dispuesto.
– ¿Cuánto tiempo crees que estará fuera el jurado? -preguntó Judy metiendo la correspondencia en su sitio.
– En todo caso no deliberará toda la noche. -Bennie echó un vistazo al pequeño reloj que tenía junto al teléfono. Eran las cuatro y treinta y dos. Sólo habían pasado cinco minutos desde la última vez que lo había mirado-. No hace tanto tiempo que están recluidos; por tanto no se pondrán nerviosos, y hay que tener en cuenta que es un caso importante. Lo consultarán con la almohada y decidirán mañana o pasado mañana.
– ¿El domingo? ¿Crees que seguirán hasta el domingo? -Judy se frotó el cuello-. No tienen muchas pruebas físicas que revisar. O creen lo que han dicho los polis o no lo creen.
Mary movió la cabeza.
– A la gente no le gusta trabajar en domingo. Yo diría que volverán mañana, se irán al hotel y descansarán el domingo.
Judy entornó los ojos mirando a través de la amplia ventana de la sala de reuniones. Se veía un cielo espléndido, soleado y por fin había bajado la humedad.
– Por lo que parece, el fin de semana será precioso. ¿Verdad que reciben el parte meteorológico?
De pronto sonó el intercomunicador sobre el mueble aparador, y Bennie, sobresaltada, lo cogió. Las otras quedaron inmóviles. Sería Marshall, la recepcionista.
– Rosato -dijo Bennie al levantar el auricular-. ¿Han vuelto?
– No, tranquila -respondió Marshall-. Encienda la tele. Las noticias del Canal 10. Estamos recibiendo un alud de llamadas. Algo ocurre ahí fuera.
– Gracias. -Bennie colgó y se inclinó para conectar el pequeño Trinitron en color que tenía en un extremo de la sala de reuniones-. No es el jurado, es la tele.
– ¿Cómo? -dijo Judy, y ella y Mary se pusieron frente a la pantalla.
– ¡Jesús! -exclamó Bennie, subiendo el volumen.
Se veían en la pantalla una serie de fotos de agentes de policía saliendo a todo correr de un cementerio. Una voz en off decía: «Los funerales del agente Lenihan se han visto alterados esta mañana a causa de unos periodistas; el jefe superior de policía de Filadelfia ha pedido que se emprendan acciones inmediatamente contra una serie de miembros de la prensa». Exhibían seguidamente la imagen de dicho jefe: destacaba en sus distinguidos rasgos una abierta mueca de desdén. «Me ha sorprendido enormemente lo que ha ocurrido hoy -decía-. Es completamente aberrante que se haya organizado un alboroto en unos momentos tan delicados para la familia del agente Lenihan. Y el disturbio lo han provocado unos periodistas que parece que no conocen los límites del decoro.»