– T-Boy cree que tu amigo puede echarme una mano -dijo Star.
– T-Boy tiene razón. Mi amigo conoce a todo el mundo -respondió el chalado asintiendo-. A todo el mundo. Yo te ayudo, tranquilo.
– Lo que te pregunto es si tu amigo conoce a alguien de dentro.
– Conoce a todo el mundo de dentro. A todos los que hace falta, mejor dicho.
– Tiene que ser alguien que pueda hacer el trabajito. -Star dirigió el Cadillac calle arriba, pasando por delante de una serie de casas cerradas con tablas. No se veía a nadie por allí pero Star seguía con el cuello de la cazadora levantado. No podía permitirse que le reconociera nadie y era demasiado corpulento para pasar inadvertido. Se había hecho demasiado famoso llevando a cabo tareas de ese estilo-. Ni un fallo, ¿me oyes bien?
– No habrá fallos.
Star vacilaba, pero no porque estuviera asustado, pues lo que iba a hacer ni siquiera era ilegal. El Campeón decía siempre: «Cien por cien Frazier». No, lo que ocurría era que Star se sentía fatal al tener que pagar a alguien para que hiciera su trabajo. Un hombre tenía que cargar con sus propios muertos, pero Star tenía que reflexionar sobre su futuro.
– Tú conoces a esa zorra, ¿eh? A esa Connolly, Alice Connolly.
– De nombre, sí.
– El tipo tiene que haberla liquidado a final de semana. Es decir, queda una semana. Es lo que hay hasta el día del juicio.
– Mi amigo lo resolverá. Seguro que lo resuelve.
– ¡La madre que lo parió! -gritó Star, volviéndose hacia él-. ¡A mí no me hables en ese tono! No necesito que un gilipollas se me ponga chulo. Yo hago el trato. Yo aguanto a Harris hasta el séptimo, luego se cae. Eso es todo lo que conseguirá de mí. Le dices a tu amigo que suelte la pasta. Yo aseguro el fuera de combate de Harris en el séptimo.
– No puede ser por puntos, tiene que ser por fuera de combate.
– ¡Ya lo sé, acabo de decirlo!
El chalado miró por la ventanilla hacia la oscuridad.
– Mi amigo ha oído que dicen pestes de ti. Que has perdido pegada. No cree que lo consigas.
– ¡Me importa un puto pimiento lo que diga tu amigo, capullo! Claro que le ganaré. -Star dio una palmada contra el volante. No soportaba aquel negocio condenado al fracaso. No soportaba que Anthony le hubiera abandonado. No se soportaba a sí mismo-. ¡Harris caerá fuera de combate en el séptimo! ¡El tipo no conocerá ni a su propia madre!
– Tranqui. Mi amigo ha puesto un montón de pasta en ti. Un montón. Y no es un mendas al que uno pueda joder.
– ¡Y yo tampoco soy de los que se dejan joder! ¡No te fastidia! -Star notaba una especie de volcán en su interior. Al chalado no le importaba que él hubiera participado en los Guantes de Oro, que fuera el futuro Tyson. Un negro nunca podía convencer.
Star acercó el Cadillac a la acera y abrió de golpe la puerta del acompañante-. ¡Baja ahora mismo, monstruo!
– ¿Cómo? ¿En este barrio? -dijo el chalado, en tono asustado.
– ¡Te he dicho que bajes! -Star empujó al desgraciado hacia la acera y cerró de un portazo-. ¡Yo de ti echaría a correr, cabrón! ¡Está anocheciendo!
9
– Llevaré su caso con dos condiciones. -Bennie dejó la cartera sobre la tabla de fórmica, cogió una mesa metálica y se situó frente a Connolly. La reclusa sonreía, si bien sus ojos seguían gélidos, y Bennie hacía esfuerzos por no fijarse en el parecido que había entre ellas-. En primer lugar, tiene que decirme la verdad. Tengo que saber más cosas sobre usted que cualquier otra persona presente en la sala.
– Eso es fácil -respondió Connolly, de pie en su lado de la tabla-. Ya las sabes ahora mismo. Somos gemelas.
– Y eso enlaza con la segunda parte: sólo la representaré si nos limitamos al caso y nada más que al caso. -Bennie abrió la cremallera de la cartera y sacó su bloc de anotaciones-. Vamos a dejar el asunto de las gemelas. Debo preparar su defensa. Eso tiene una importancia primordial.
– ¿Significa eso que las fotos te han convencido?
– Significa que no tiene ninguna importancia para el caso ante el tribunal. Y ahora siéntese y vayamos a los hechos -dijo Bennie haciéndole un gesto y Connolly se sentó frente a ella con un movimiento lento, frunciendo el ceño con aire decepcionado.
– Para mí la tiene -dijo-. Sigo con ganas de conocer a mi madre. A mi madre de verdad.
– Oiga, si vamos a malgastar el tiempo en cuestiones personales, no creo que siga con vida para conocer a nadie. Responda a mis preguntas y todo irá bien. Ya estamos a martes. Nos queda menos de una semana para el juicio, a menos que consiga un aplazamiento. Tengo muchísimas cosas que hacer en cuanto al caso, aparte de los otros que llevo ahora mismo.
– Dime sólo una cosa: ¿qué aspecto tiene nuestra… es decir mi… nuestra… madre?
Bennie le echó una mala mirada sin abrir la boca.
– Tengo que hacerle unas preguntas generales. ¿Ha sido alguna vez drogadicta o alcohólica?
– No.
– ¿Alguna condena previa, o bien una detención o interrogatorio por la razón que sea?
– No.
– ¿Dónde se crió?
– En Nueva Jersey. En Vineland.
Bennie tomó nota.
– ¿En Vineland fue a la escuela pública?
– Sí.
– Hágame un breve resumen de su infancia.
Connolly asintió.
– Vale. Vamos a lo nuestro. Mensaje recibido. Fui una alumna normal, nada del otro mundo, aprobados y notables. Nadie me dijo nunca que era adoptada. Era gente extraña, ni amistad ni nada de eso, muy tranquilos. Recuerdo poco sobre mi infancia, aparte de que teníamos un perro fantástico. Me gustan mucho los perros, me vuelven loca.
Bennie pensó en su perdiguero.
– Siga.
– Eso es todo, más o menos. No tenía mucho apego a mis padres, y mi madre, es decir, no la de verdad, casi siempre estaba enferma. Tenía esclerosis múltiple. Los dos murieron en un accidente de coche cuando yo tenía diecinueve años. Estaba a punto de entrar en la universidad, en Rutgers, con una beca.
Bennie iba constatando que la juventud de Connolly le recordaba mucho la suya.
– ¿Cómo consiguió la beca? Es difícil acceder a ellas.
– Baloncesto.
– ¿Por atletismo? -Bennie disimuló su sorpresa. A ella le habían dado una beca para asistir a la Universidad de Pennsylvania, pero si la hubieran concedido por remo femenino, seguro que también la habría ganado-. ¿Cómo le fue?
– Fatal. Me fastidié la rodilla. Nunca estuve a la altura de mis posibilidades, al menos eso decía el preparador. Lo dejé cuando no me renovaron la beca. Estudiaba lengua.
Lo mismo que Bennie, pero no estaba dispuesta a decírselo.
– ¿Casada o divorciada alguna vez?
– No.
– ¿Ha vivido alguna vez con alguien?
– Antes de Anthony, no.
Bennie tomó nota.
– De acuerdo. Cuénteme cómo conoció a Della Porta.
– En una lavandería de la ciudad, cuando llegué a Filadelfia. Él estaba lavando toallas, toneladas de toallas, y tomando café. Yo soy adicta al café, por eso empezamos a hablar.
Bennie no dijo nada. Ella también era una entusiasta del café. Le resultaba imposible dejar a un lado las similitudes, ¿o tal vez las estaba buscando?
– ¿Cuándo empezaron a vivir juntos, usted y Anthony?
– Salimos durante unos seis meses antes de que me trasladara a su casa. Llevábamos casi un año juntos cuando lo mataron.
Bennie no tuvo que tomar notas sobre aquello. Ella y Grady hacía un año que habían comprado el agujero donde ir enterrando el dinero.
– ¿Qué tal les iba?
– Perfecto. Éramos felices. Anthony era un gran tipo.
– ¿Alguna pelea?
– No más de lo normal. Éramos felices, de verdad.
– ¿Habían hablado de casarse?