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¿Cuándo?

39

Bennie recibió la llamada del funcionario de los juzgados a las diez y cuarto de la mañana siguiente, y diez minutos después el equipo de la defensa se personaba en el centro. Las abogadas y los guardaespaldas salieron de dos taxis; mostraron expresiones tensas cuando se abrieron las puertas de los vehículos y la prensa se reunió como un enjambre a su alrededor, blandiendo micros. Bennie intentó quitarse de encima aquella gente. Lo único que tenía en la cabeza era el veredicto.

– ¡Dejen paso! -gritó a los periodistas concentrados.

Avanzó entre la multitud confiando en que Mike e Ike protegerían a sus asociadas. Juntos entraron al vestíbulo, subieron el ascensor y, por el pasillo, llegaron a la sala 306. Las abogadas avanzaron por la tribuna hacia la mampara blindada. Por primera vez Bennie se sintió aliviada al comprobar que aquel muro de plástico la separaba del resto del mundo.

En la parte de la barrera donde reinaba el silencio, el juez Guthrie leía al parecer unos documentos depositados en su mesa. El personal de los juzgados iba y venía afanosamente, disponiéndolo todo para el veredicto final. Una funcionaría pasó veloz ante Bennie con un impreso que ella identificó como de prisión, que estipulaba la reclusión de Connolly en régimen penitenciario hasta el día de su ejecución. Apartó la vista y se dijo que la citada orden no era más que una eventualidad. Al igual que ella, el tribunal tenía que estar preparado para el veredicto que se estableciera. Dejó la cartera sobre la mesa notando la boca completamente seca.

Dorsey Hilliard pasó por la puerta de cristal y se acercó a Bennie. Se apoyó en las muletas y le tendió la mano.

– Pase lo que pase, Bennie, ha valido la pena tenerla como adversaria -dijo.

A Bennie se le hizo un nudo en la garganta. La vida de su hermana gemela pendía de un hilo, ella había estado a punto de ser asesinada y Lou yacía en una cama de hospital.

– ¡Váyase al cuerno, imbécil! -respondió.

Hilliard apartó la mano como si se la acabaran de morder. La reacción fue captada por el público, esbozada por los dibujantes y apuntada por los periodistas, como pasto para mil preguntas posteriores. Bennie intentó quitárselo todo de la cabeza y se sentó a esperar a Connolly. No tardaría.

Poco después la acusada llegó a la sala, custodiada por un guardián, y Bennie notó una especie de tirón en sus entrañas. No sabía bien a qué podía responder aquella reacción. ¿Compasión? ¿Afecto? ¿Odio? No podía precisarlo, pero la reacción estaba ahí, era algo innegable. ¡Encima las dos habían vuelto a escoger el traje gris! De todas formas, si Connolly sentía algo, no lo demostraba. Se le veían los ojos algo hundidos, el rostro, tenso, avanzaba con paso poco seguro hacia la mesa de la defensa. Se sentó al lado de Bennie sin mirarla; ésta siguió con la vista al frente.

– Señor alguacil -dijo el juez Guthrie con expresión nerviosa-. Sírvase llamar al jurado.

El alguacil acompañó a los miembros del jurado a la sala y todo el mundo estiró el cuello al verlos entrar, estudiando sus rostros en busca de alguna pista en cuanto al veredicto. Sin embargo, aquel último día el jurado entró en la sala como lo había hecho el primero: todos con la cabeza baja, evitando fijar la vista en nadie. El realizador de vídeo estaba serio y la bibliotecaria tenía un aire formal, con los labios apretados.

Bennie lo tomó como una mala señal. Los miembros del jurado se mostraban solemnes cuando iban a dar una mala noticia. Se hizo el silencio en la sala, incluso el fatigado personal quedó inmóvil, y Hilliard se inclinó un poco en su asiento. A Bennie no le pasó por alto el gesto. Estaba impaciente. Creía haber conseguido la condena. Bennie sintió una náusea.

– Señora Foreperson -dijo el juez Guthrie, leyendo un papel que tenía en la mesa-, se me ha comunicado que el jurado ha llegado a un veredicto. ¿Es así?

La bibliotecaria se levantó apoyando la mano en la barandilla.

– Así es, señoría.

– ¿Se trata de un veredicto unánime, señora Foreperson?

– En efecto, unánime, señoría.

– ¿Hará el favor de entregarme la comunicación del veredicto, señor alguacil?

Bennie observó, casi sin aliento, cómo el alguacil se acercaba a la bibliotecaria, cogía el papel y se lo llevaba al juez. Éste lo desdobló sin que su expresión delatara el contenido, siguiendo la práctica marcada por la ley y la tradición. Luego, sin mediar palabra, lo devolvió al alguacil, quien a su vez fue a entregarlo de nuevo a la bibliotecaria.

– ¿Hará el favor de levantarse la acusada? -dijo el juez Guthrie, y la voz retumbó en el silencio de la sala.

Connolly se puso de pie al tiempo que también lo hacía Bennie. Ésta no podía respirar ni veía nada. Tenía la impresión de que la sala, el juez y el mundo se venían abajo. Creía oír los latidos de su corazón y los del de Connolly, al unísono.

– ¿Quiere leer el veredicto, señora Foreperson?

– Enseguida, señoría. -La bibliotecaria se aclaró la garganta y leyó el papel que tenía en la mano-: «Nosotros, el jurado reunido en el caso del estado de Pennsylvania contra Connolly, hemos decidido que la acusada, la señorita Alice Connolly, es inocente».

A Bennie se le doblaron las rodillas ante aquellas palabras. De entrada no daba crédito a sus oídos. ¿Qué habían dicho? ¿La habían declarado inocente? Oyó un grito tras ella y luego un chillido más estridente, que atribuyó a Mary, aunque le pareció lejano. Vio cómo Hilliard se cubría el rostro con las manos. Aquel gesto se lo hizo comprender.

Habían ganado.

Habían ganado. Connolly estaba absuelta. La idea le cayó encima como una ola, inundándola de alivio. Aunque no de felicidad. La felicidad se reservaba para los auténticos inocentes, y Bennie reconocía el sentimiento. No se veía capaz de mirar a Connolly a la cara. No sabía bien por qué.

Hilliard se levantó.

– Solicito que se compruebe el voto de los miembros del jurado, señoría.

– Enseguida, señor fiscal. -El juez Guthrie volvió la cabeza hacia el jurado, lo mismo que hizo Hilliard y hasta la última persona de la sala, incluyendo a Bennie, quien seguía sentada en la mesa de la defensa. La comprobación no era una mera formalidad. Ella misma había visto que en ocasiones alteraba un veredicto-. Miembro del jurado número uno: ¿es su veredicto el que acaba de leer el tribunal?

– Sí, señoría.

– Miembro del jurado número dos: ¿es su veredicto el que acaba de leer el tribunal?

– Sí, señoría.

El juez Guthrie fue formulando la misma pregunta a cada uno de los miembros del jurado, y Bennie, al comprobar que todas las respuestas eran afirmativas, empezó a tranquilizarse. Su respiración recuperó el ritmo normal y su vista consiguió perfilar de nuevo las imágenes. Volvió la cabeza hacia Connolly, quien le pareció más pálida y conmocionada. Bennie imaginó la expresión como reflejo de la suya, y en aquella ocasión no era fruto de una artimaña. Por fin, el juez Guthrie interrogó al último miembro.

– Miembro del jurado número doce: ¿es su veredicto el que acaba de leer el tribunal?

– Sí, señoría.

El juez Guthrie hizo un rápido gesto de asentimiento.

– El tribunal acepta el veredicto de este jurado, tras haber sido éste debidamente seleccionado, haber oído los testimonios y visto las pruebas, y haber deliberado como es debido. Por ello este tribunal ordena, falla y decreta que la acusada es inocente del delito de asesinato que se le imputaba. Señorita Connolly, queda usted en libertad efectiva desde este momento.

Connolly movió la cabeza pero no dijo nada, a pesar de que llevaba un año recluida por un delito que no había cometido. Bennie en cierta forma lo comprendía. Notó que se le inundaban los ojos y parpadeó para evitar las lágrimas.