– Me parece imposible -dijo a Mike, que se acercaba a ella corriendo.
– Se ha ido -repuso él, en un resuello.
– Es imposible.
– Pues así es. Hemos mirado en todas partes.
– Esperaremos. Ya aparecerá. Tiene que aparecer.
– No, no lo hará. -Mike colocó su consistente mano sobre el hombro de Bennie-. Mire, llevo mucho tiempo en seguridad. Y antes estuve trabajando como detective privado. Créame, cuando alguien no quiere que le encuentren, no le encuentran.
– Podemos esperar.
– No aparecerá.
– ¿No tendríamos que esperar? -le picaban los ojos. Notaba una especie de pánico en su interior-. ¿Mike?
– Ya es hora de que vuelva a casa -le conminó el guardaespaldas.
Le rodeó el hombro con su fuerte brazo y la llevó fuera de la estación.
41
Bennie abrió la puerta y le dio la bienvenida un perro desbordante de entusiasmo y el aroma a café recién hecho.
– Nada de saltar -dijo al perdiguero, que se le agarraba al traje.
Pero su cabeza estaba en otra parte. Llevaba en la mano el correo del día, que había recogido al abrir. Los típicos catálogos, facturas, la revista People… pero lo que le cortó el aliento fue la última carta. Tenía el sobre blanco, con el nombre de un laboratorio en la parte superior izquierda. El laboratorio de Virginia. Eran los resultados del ADN. Habían llegado aquella mañana por correo. Cuando Connolly ya había desaparecido.
– ¿Bennie? -Oyó la voz de Grady, que la llamaba desde el comedor, con la lijadora en marcha. Apareció al cabo de un minuto, con una camiseta gris, vaqueros y una taza de café en la mano, que dejó en el instante en que vio el semblante de Bennie-. ¿Qué te ocurre, cariño?
Ella miró a Grady, perpleja. Llevaba tantos días sin verle que casi había olvidado su aspecto. Siempre le había parecido atractivo, con su rizado pelo rubio, las gafas redondas, de montura dorada, la inteligente sonrisa. Una expresión de desconcierto, aunque distante.
– Nada, creo que no es nada -dijo, y él ladeó la cabeza.
– Has ganado el caso. Te felicito. -Extendió los brazos pero no se acercó a besarla-. Pensaba que podríamos salir. A celebrarlo. Aprovechar que ya podemos estar juntos de nuevo.
– Mira. -Bennie le enseñó el sobre. Le costaba hablar. El perro se sentó en el suelo agitando la cola-. La prueba del ADN.
– ¡No me digas! -Grady se limpió la mano en el pantalón, manchándolo de serrín-. ¿Te lo abro?
– No.
– ¿Seguro que quieres saber el resultado?
– Seguro. -Bennie miraba el sobre que tenía en la mano-. No he pasado por todo eso para dejarlo luego, ¿no crees?
– Pues siéntate -dijo Grady moviendo la cabeza.
Bennie echó un vistazo a la casa. La estancia era un oscuro caparazón de listones y yeso. Sobre el entarimado del suelo se veían las amontonadas cajas de azulejos para la nueva cocina.
– No tenemos ninguna silla.
– Buena observación. -Grady le acercó una de las cajas y Bennie se sentó encima-. ¿Así?
– Vale.
Bennie abrió el sobre. Contenía una sola hoja de papel, lo que le recordó la del veredicto. En la sala, el papel le había confirmado lo que deseaba que fuera cierto. En esta ocasión no estaba tan segura de lo que encontraría. Lo sacó del sobre y lo desdobló.
– ¿Qué? -preguntó Grady, de pie, algo apartado de ella.
– No sé.
Bennie fijó la vista en la hoja, que contenía una enorme tabla. «Análisis de mellizas», rezaba el encabezamiento. A la izquierda, en columnas, cinco anotaciones que a Bennie le sonaron a chino: «CRI-PS194, CRI-PL427-4, CRI-PL159-2, CRI-pR.365-1, CRI-PL355-8, P144-D6». Los números bailaban ante sus ojos. Al final de la página, la firma de un médico, sobre la última línea, en la que se leía: «Laboratorio de diagnóstico molecular».
– ¡Jesús! No entiendo nada.
– Vamos a ver. -Grady se colocó detrás de ella y fue leyendo el papel por encima de su hombro-. Muy claro no está, ¿verdad?
– Podrían ponérnoslo más fácil.
Bennie comparó las columnas de cuatro cifras situadas bajo los encabezamientos «Muestra A» y «Muestra B» y vio algo curioso. Los números coincidían. Los repasó, con el corazón a cien.
Grady levantó la vista del papel.
– Sois gemelas. ¡Vaya si lo sois!
Bennie tuvo que hacer un esfuerzo por tragar saliva. En el fondo, ya lo sabía, pero la confirmación la dejó pasmada.
– ¿Y no podía haberlo recibido ayer? -dijo, casi en un sollozo-. ¿Por qué no les diría que lo mandaran por fax? Ahora ella ya no está. Connolly se ha marchado.
– ¿Cómo? -preguntó Grady.
Bennie se lo contó todo cuando él se hubo sentado en el suelo con las piernas cruzadas al estilo indio. Luego le preparó café, y no la interrumpió más que para hacerle un par de preguntas, intentando sonsacarle más de lo que ella quería revelar e incluso más de lo que Bennie comprendía en realidad. Al acabar, se sintió mejor, aunque más inquieta.
– ¿Crees que debería intentar encontrarla?
– ¿A Connolly? No.
– Es mi hermana gemela. Ahora lo sé a ciencia cierta. Ella también tendría que saberlo.
– No creo que le importe lo más mínimo, cariño. Te ha tratado muy mal. Han estado a punto de matarte por su culpa y te ha dejado tirada en la estación. ¿Por qué tendrías que ir en su busca?
– Porque es mi hermana.
– ¿Y qué? -preguntó Grady, en voz baja.
– Pertenece a mi familia, es de mi propia sangre, y ahora mismo es todo lo que me queda de ella.
Tomó un sorbo de café para no prorrumpir en sollozos.
– ¿Sabes lo que opino yo, Ben? No soy como tú respecto a todas estas historias de la sangre y tal. Quizá porque no soy italiano, no sé. -Encogió las piernas hasta apoyarlas contra el pecho y colocó los brazos por debajo de las rodillas. Bear dormía profundamente a su lado, hecho un ovillo que recordaba un buñuelo de canela-. Tengo una idea de la familia distinta a la tuya.
– ¿A qué te refieres?
– Mi hermano es un idiota materialista y mezquino. Y a pesar de que sea mi único hermano, no lo considero de mi familia.
– Eso no está bien.
– Pues así es. -Grady encogió los hombros, aún con los dedos entrelazados sujetándose las rodillas-. No me siento unido a él por el simple hecho de que sea de mi misma sangre, de tener los mismos genes. ¿Qué es la familia? Personas a las que amas y que te aman a ti. Algo que viene dado. Nadie queda atado a la familia en la que ha nacido. Llega un momento en que ya somos adultos y escogemos a nuestra propia familia, Bennie. La construimos.
Bennie quedó callada, reflexionando sobre aquello. Sólo se oía el ronquido del perro.
– Yo no lo veo así. Prefiero las pruebas. Eres de la misma sangre o no.
– Ya sé que tú lo ves de esta forma, pero no funciona, ¿verdad? Te crea problemas, y no hace falta que entre en detalles…
– ¿No será ésa una elegante manera de decirme lo de «ya te lo había dicho»? -dijo ella; Grady se echó a reír, lo que le recordó cuánto le gustaba verle animado. Comprendió, sin embargo, que para conseguirlo hacía falta hablar, estar tiempo juntos. ¿Podían conseguirlo de nuevo?-. ¿Quiénes pertenecen, pues, a mi familia, bajo tu nueva y perfeccionada definición?
– Tú sabrás. Es asunto tuyo.
Bennie caviló un momento.
– Diría que Hattie, mi madre y tú. ¿Connolly no? ¿Mi padre no?
– Según mi definición, no.
Bennie tragó saliva.
– Al menos él guardaba los recortes que hablaban de mí y acudió al funeral de mi madre. Además, sabemos que no fue él quien la abandonó sino al revés, ella. No le conocemos lo suficiente para juzgarlo con tanta dureza.