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Star se volvió y se acercó despreocupadamente a su rincón, el público a sus pies, volviéndose loco por él. Estaba haciendo historia y ellos lo sabían. Durante años podrían decir que habían estado en el primer combate profesional de Star Harald. No volvería a boxear en el Blue, lo haría en el Convention Center o en el Bally's. Bruce Willis se sentaría en primera fila y los canales de pago retransmitirían el combate. La bolsa de Star pasaría de veinte de los grandes a veinte millones.

– ¡Es tuyo, tío! -gritaba Browning mientras Star se sentaba en su esquina-. ¡Le has abierto en canal! Cuando empieces de nuevo, sigue arriba. Gira hacia la derecha. Atento al cross de derecha por detrás de tu izquierda!

Star dejó de escuchar a Browning. Su cabeza estaba ocupada en aquella zorra. Más le valía haber muerto. Escupió su protector de la boca sobre un guante de látex, mientras que el otro le secaba el sudor de la cara, y le echaba un chorro de agua a los labios. Un tercer par de guantes iba a aplicarle vaselina a las cejas, pero Star los apartó con un gesto. Harris no se comería un rosco en el séptimo. Star lo dejaría fuera de combate.

«¡Ring!», el timbre del asalto. Star se levantó del taburete y empezó a saltar para que le circulara la sangre, para entrar en calor. Una mano enguantada le colocó el protector de la boca.

– ¡Ya sabes qué tienes que hacer, Star! -empezó otra vez Browning-. ¡Acaba con él, tío! No puede más. No aguantará más. ¡Termina la faena de una puta vez!

Star se dispuso a la carga, los guantes en alto, los pies ligeros. Fue derecho a Harris, quien retrocedió, levantando el puño izquierdo, en un intento de protegerse el ojo. Star esperó el momento adecuado. Harris no estaba dispuesto a atacar, se limitaba a danzar retrocediendo, como un gatito, con los guantes frente al corte del ojo. Unos rojos hilillos de sangre, como lágrimas, descendían formando una línea en su mejilla.

El gentío pedía a gritos el golpe definitivo. Olían la sangre. Sabían que estaba al llegar. Star debía asestarlo. Harris parpadeó para sacudirse la sangre del ojo y se apoyó en las cuerdas. El corte era tan profundo que el árbitro daría por finalizado el combate de un momento a otro. Star empujó a Harris contra las cuerdas, pegándole con la izquierda. Tenía que mantener a Harris pendiente de la izquierda para poder rematar con la derecha en el corte. Star mantenía la calma. Aquello enloquecía a la multitud. Las cámaras de televisión filmaban.

De repente, Star encontró otro camino. Pegó a Harris con un gancho izquierdo en la barriga. Harris dejó caer el brazo derecho, cubriéndose. Mantenía el brazo izquierdo en alto, pero se encontraba al descubierto. El público chillaba mientras Star le pegaba un gancho de izquierda en la sien. Harris retrocedió un paso; luego cayó desplomado de rodillas. El árbitro indicó a Star que se situara en una esquina neutral pero éste no se movió. Le gustaba demasiado lo que estaba viendo: a Mojo Harris arrodillado, inconsciente frente a él.

El árbitro empujó a Star hacia la esquina y empezó a contar. Cuando llegó a diez, todo había terminado. El árbitro levantó el brazo para indicar el fin del combate y Star levantó los puños gritando.

Tras el combate, Star fue concediendo entrevistas, hablando con los representantes de los periódicos, de la revista Ring, incluso con un muchacho de Sports Illustrated. Se habían acumulado tantos periodistas que Star no podía ni entrar a los vestuarios. Permanecía fuera, charlando sin parar junto a unos micrófonos con unas cajitas blancas que indicaban las emisoras o canales. USA, ESPN, KYW. Browning cotorreaba más que el propio Star, adoptando el papel de Don King mientras los otros managers le hacían la pelota. Todos acudían a Star, pero el boxeador no quería ni verlos. A la única persona que quería ver era a aquel chalado del pelo tieso.

– ¡Eh, Star! -oyó que decía una voz detrás de él.

Star terminó de firmar el autógrafo y se volvió. Era el chalado, con unas vendas en la cabeza que le daban el aspecto de una bola de ping-pong. Llevaba en la mano una bolsa de deporte negra marca Adidas. La prueba de que lo había hecho.

– Pasa para dentro, cono -dijo Star.

Abrió la puerta del vestuario, empujó al chalado y gritó a los suyos que se marcharan. Una vez los dos dentro, cerró la puerta.

– ¿Has acabado con la zorra? -preguntó Star.

– ¡Qué alucine, tío! ¡Nunca había visto un combate como éste! ¡Podrías con cualquiera! ¡Podrías ser campeón!

– ¡Soy campeón, gilipollas! Y ahora contesta: dime que la zorra cría malvas.

– Está muerta, tío. Ha pasado a la historia, y no veas el pastón que nos toca a mí y al jefe.

El chalado sonreía como un idiota, pero Star permanecía serio.

– ¿Cómo sé que has acabado con ella? ¿Has traído la prueba?

– Claro. Ahí la tengo, como me dijiste. -El chalado metió la mano en la bolsa de deporte y sacó de ella una arrugada bolsa de papel con una mancha grasienta en el fondo-. Ahí está, mira.

Star se inclinó un poco para ver el interior de la bolsa. Aquello le revolvió el estómago. La bolsa de papel contenía un amasijo de pelo rubio apelmazado con sangre y pegado a un trozo de cuero cabelludo ensangrentado. La piel del cuero cabelludo era tan blanca que casi parecía la de una muñeca. El olor era repugnante, recordaba al de un cadáver en la carretera. Star apartó la bolsa.

– Quítame eso de delante, inútil.

– Dijiste que te lo enseñara. -El chalado cerró la bolsa y volvió a meterla en la de deporte-. Querías la prueba.

Entonces Star pensó en algo más.

– ¿Y cómo sé yo que es de Connolly, inútil? Podría ser el pelo de otra, de cualquier puta.

– Joder, claro que es de Connolly. Teñida de rubio y todo el rollo, como tú dijiste, Star. Eh, tío, hasta se ven las raíces negras.

El chalado volvió a abrir la bolsa, pero Star se apartó porque aquello le repugnaba.

– ¡Aparta esa mierda de mi vista!

Star le señaló la bolsa y observó cómo el chalado la apartaba. Tenía que ser de Connolly, ¿de quién si no? Connolly estaba muerta. La zorra estaba muerta. Habían cumplido su parte del trato, y Star la suya con creces. Había vencido en el séptimo. Aquello le hacía sentirse bien pese a que le dolía el corazón.

Por fin había terminado. Star había hecho justicia por Anthony.

E iba camino de la cima.

44

Bennie no llegó a la casa de campo hasta el anochecer. De no haber estado allí antes, no la habría encontrado. Siguió con el viejo Saab de Grady por la bifurcación para coger la senda sin asfaltar que llevaba a la casa, y al llegar descubrió que había tenido suerte. Vio luz en su interior, y un reflejo dorado a través de los árboles. Winslow estaba en casa. Bennie podría verle. Encontrarle. A su padre.

Apagó los faros del Saab, dejando sólo las luces cortas al acercarse más. Las piedras y la gravilla crujían bajo los neumáticos del coche. Frente a la casa vio una camioneta roja oxidada y aparcó junto a ella. Apagó el motor, salió del Saab y se fue lentamente hacia la casa. Se sorprendió a sí misma arreglándose el pelo y alisándose la falda. Quería tener buen aspecto.

Se situó ante la puerta con mosquitera, intentando armarse de valor. Oyó al otro lado el inconfundible sonido de un hombre tarareando. Tuvo una extraña sensación placentera. Su padre tarareaba. ¿Qué tonada? Inclinó la cabeza hacia la mosquitera y una mariposa marrón inició el vuelo con sus polvorientas alas. No acertaba a reconocer la canción, y de repente cesó el tarareo.

– ¿Eh? ¿Hay alguien ahí? -preguntó una voz de persona mayor, insegura, incluso asustada.