– Algo, aunque nada definitivo -respondió Connolly, y Bennie pensó en ella y Grady. Si Connolly y Della Porta estaban reconstruyendo una casa, Bennie se dijo que se suicidaría.
– Muy bien. ¿Qué ocurrió la noche en que mataron a Anthony?
– Cuando volví a casa al salir de la biblioteca, lo encontré allí tendido, muerto. Un gran charco de sangre. -A Connolly le temblaba la voz-. Fue horrible.
– ¿A qué hora volvió?
– Hacia las ocho de la noche. Había pasado el día en la biblioteca. Siempre salía a las seis y media y tardaba más de una hora en llegar a casa a pie.
– ¿Trabajaba en la biblioteca?
– No. Escribía allí, en el ordenador, porque era un sitio más tranquilo que el piso, pues al otro lado de la calle estaban construyendo. Además, la sala de la biblioteca era preciosa, con la estructura de hierro forjado.
– ¿Qué escribía?
– Una novela. Ya casi había terminado el original. Una especie de ficción literaria, creo que se llama así.
– ¿Dónde está ahora el libro? ¿Se lo quedó la policía?
– Creo que se llevaron el disquete, pero estaba protegido por una contraseña. Si lo introducen en un ordenador y utilizan una contraseña equivocada, se borra.
– ¿Se borraría todo el libro? ¿Se echaría a perder todo el trabajo? ¿No tiene copia en el disco duro?
– No había llegado tan lejos. Y de todas formas, tampoco era nada del otro mundo y ahora mismo tengo otros quebraderos de cabeza, como el de demostrar que soy inocente.
Aquello le pareció extraño. Bennie tomó nota para comprobar el registro de pertenencias en los archivos del fiscal del distrito. Quería saber todo lo que se había quedado la policía.
– De acuerdo, volvamos a la noche en que mataron a Anthony. Usted lo encontró. ¿Qué vio?
– Estaba tendido de espaldas y tenía una expresión atroz. -Connolly apartó la mirada, al parecer concentrando la atención en los recuerdos-. Había muchísima sangre en la alfombra, en el sofá, en la pared… De entrada me quedé allí, conmocionada, y luego me acerqué a él. Me arrodillé a su lado y vi que estaba muerto.
– ¿Cómo lo supo?
– Es algo que se ve. ¡Jesús! Tenía un agujero en la frente como si alguien se la hubiera… perforado. -Connolly se mordió el labio, de un tono rosado, brillante-. No sabía qué hacer. Me quedé allí arrodillada a su lado. Supongo que a causa de la conmoción. Luego salí corriendo.
Bennie estudió la expresión de Connolly, iluminada por la aflicción. No podía determinar si Connolly le estaba diciendo la verdad. En general detectaba las mentiras que le decían sus clientes, pero el parecido entre las dos desmontaba ese detector. Le preocupaba que Connolly no fuera la mujer que aparentaba ser, a pesar de que la mujer que aparentaba ser era Bennie.
– ¿Salió corriendo? ¿No llamó a la policía?
– Ya sé que no es una reacción muy inteligente. -Connolly se apartó el pelo de la cara con unas uñas en las que se veían perfectamente perfiladas las medias lunas-. Estaba aterrorizada. Pensaba que la persona que lo había hecho podía seguir en el piso. Quería salir de allí.
– ¿Hacia dónde fue?
– Corrí calle abajo. Luego vi un coche patrulla en la esquina y me cogió el canguelo. Cogí una callejuela y pasé al otro lado de la calle.
– ¿Huía de la policía? ¿Por qué?
– Me asustaron. No sabía qué le había ocurrido a Anthony. Pensaba que parecería que yo lo había matado y no tenía coartada.
Una reacción humana, aunque equivocada. Si es que era verdad.
– ¿Qué hacía allí un coche patrulla si usted no había llamado a la policía?
– Puede que lo hubiera hecho alguien. Irían a por mí.
Bennie comprobó sus notas.
– Usted y Anthony vivían en Trose Street, a unas veinte travesías de la Roundhouse. ¿Estaba de patrulla la policía?
– No lo sé. Vivíamos bastante cerca de la Roundhouse, por eso Anthony mantenía aquel piso. Normalmente pasaba por casa para recoger las cosas antes de ir al gimnasio.
Bennie anotó todo aquello pero vio que no tenía ninguna lógica. ¿Habría oído el disparo un vecino y llamado a la policía? ¿A qué hora había muerto? No conocía los detalles más importantes, y por eso no soportaba aceptar un caso a aquellas alturas. Era lo que hacían todos los criminalistas. Incluso tenían un dicho que lo explicaba: «Meterse en la ropa interior de otro».
– De acuerdo. Huyó y la policía la vio. ¿Qué pasó luego?
– Eran McShea y Reston. Me arrojaron al suelo, me esposaron las manos a la espalda y me llevaron en el coche patrulla a la Roundhouse.
– ¿Quiénes son McShea y Reston? ¿Los conoce?
– Les había visto un par de veces; prestaron declaración en la vista preliminar. Anthony tenía buena relación con ellos, como mínimo con Reston. Los dos estaban en el II hasta que a Anthony le nombraron inspector. Al parecer habían caído en desgracia pero Anthony nunca quiso hablar de ello. Pensaba que era cosa del pasado. Hasta el día en que me la montaron.
Bennie levantó la mano.
– Un momento. Sigamos el orden cronológico. ¿Qué ocurrió después de que la detuvieran? ¿La encerraron?
– Me llevaron al interrogatorio. De momento, yo era la única sospechosa. No buscaron al verdadero asesino. Me acusaron y me encarcelaron aquel mismo día. Y aquí estoy pudriéndome, pues en Filadelfia no hay fianza para el asesinato. ¡Los muy imbéciles!
– ¿Respondió usted a sus preguntas?
– No. Pedí un abogado y me salieron con ese imberbe designado por el juez.
– ¿Aquella misma noche? -Bennie seguía con la mano dispuesta a tomar nota. No sabía cómo había conseguido Connolly que llevaran su caso y no había tenido tiempo para consultar el listado de letrados-. En mi vida he visto que un juez asignara un abogado tan rápido. Me extraña que no se lo asignaran de oficio.
– Mi abogado es peor que uno de oficio. Se llama Warren Miller, es de la ciudad. Se dedica a los seguros, uno típico de empresa.
– Es imposible. No puede llevar un caso de homicidio.
– Por eso lo digo, porque forma parte de la encerrona. -Connolly se apoyó en la tabla-. Me la montaron, organizaron las pruebas y luego me asignaron esa mierda de abogado. No me extrañaría que el juez estuviera también en el ajo.
– ¿El juez Harrison Guthrie? No creo -dijo Bennie riendo. Guthrie tenía una reputación intachable y era uno de los jueces más respetados en los tribunales-. ¿Supongo que no firmó ninguna declaración?
– No.
– Suposiciones. -La poli podía interrogar durante horas a cualquiera pero a menos que el sospechoso confesara, no se firmaba declaración. No era más que el primer paso a la hora de dejar a un lado las pruebas que apuntaban en dirección contraria a la culpabilidad del sospechoso, en un proceso pensado para administrar justicia. Bennie volvió al quid de la cuestión en la historia de Connolly-. Lo que no entiendo es por qué la policía iba a montarle una trampa.
– Yo tampoco. ¡Qué más quisiera! No sé lo que ocurrió antes pero por ello mataron a Anthony y me la montaron a mí. No sé si me entiendes.
– No. -Bennie repasaba las notas-. Volvamos al piso, a la sala de estar. ¿Encontró algún indicio que le hiciera pensar en una pelea? ¿Muebles patas arriba, objetos rotos o desordenados?
– No.
– ¿Estaba cerrada la puerta?
– Sí. Yo siempre usaba la llave para entrar, incluso abajo.
Bennie tomó nota. Della Porta conocía al asesino. Él mismo le había dejado entrar. Aquello cuadraba con lo que ella había leído sobre el crimen en los periódicos a través de Internet.
– ¿Sabe si Anthony tenía que recibir a alguien en casa?
– Que yo supiera, no.
– ¿Había música puesta o algo así? ¿Bebidas servidas?
– No lo sé. No me fijé. Sólo vi el cadáver. No recuerdo más que eso.
Bennie consultó lo que había anotado de los periódicos.