Выбрать главу

Al acabar, recorrió con la mirada el edificio, pensando en algún posible testigo de las idas y venidas en aquella casa. Por la parte sur de Trose Street, donde se encontraba la casa de Della Porta, vio otros edificios entre la casa y el callejón. De ahí tenían que salir los testigos que, como tales, pasarían a ser el foco principal de la defensa en el futuro.

Bennie dio media vuelta. Al otro lado de la calle y frente a la casa de Della Porta, vio un bloque de pisos de nueva construcción. Para levantar el edificio habían derribado todas las casas de dos plantas menos cuatro, lo que eliminaba la posibilidad de encontrar algún testigo con mejor perspectiva del domicilio de Della Porta. Una pancarta de plástico ocupaba la nueva fachada con la inscripción EN ALQUILER EN SEPTIEMBRE, y Bennie se acordó de la constructora de la que le había hablado Connolly en su entrevista.

Judy seguía con la Nikkormat contra el rostro, sacando fotos de ambos extremos de Trose Street, hasta que se dio cuenta de que Mary no había salido del vehículo. Se acercó a la ventanilla medio abierta y exclamó:

– Mary, vamos, sal.

– No. -Mary seguía en el asiento de atrás, inmóvil-. No pienso salir.

– ¿Cómo? ¿Qué significa que no piensas salir?

– Que no pienso salir. ¿Cuál es la palabra que no has entendido?

– ¿Me tomas el pelo o qué?

Buena pregunta; Mary no estaba segura de que se tratara de aquello.

– En mi vida he pisado el escenario de un crimen. Y no me apetece hacerlo ahora. ¿Por qué piensas que rodean el lugar con una cinta amarilla? Porque nadie debe acercarse al escenario de un crimen.

– Es tu trabajo, Mary.

– ¡Y a mí, qué! -Asomó la cabeza por la ventanilla y parpadeó al notar la lluvia-. Ya sé que es mi trabajo. ¿Por qué crees que no lo soporto? Si me dedicara a hacer pastelitos de chocolate, no odiaría mi trabajo.

– ¿Te has vuelto loca? Sal del coche ahora mismo.

– Si mi trabajo consistiera en comprar ropa, tampoco lo odiaría. O en leer libros. Otra cosa que me gusta es comer. No sé si podría conseguir un trabajo que consistiera en comer. ¿Existe alguno, Jude?

– Pero ¿a ti qué te pasa? ¿Qué pretendes, que te despidan?

Mary se animó al instante.

– ¿Cómo no se me había ocurrido antes? Entonces podría cobrar del paro, como el resto de estadounidenses.

– ¡Carrier! ¡DiNunzio! ¡Vámonos! -gritó Bennie y su tono traducía la impaciencia.

Ya estaba subiendo los peldaños de la entrada.

– Vamos, o también me despedirá a mí. -Judy abrió la puerta del Ford y cogió a Mary por la manga-. Todo irá bien, ya verás -dijo, tirando de su amiga y cerrando luego de un portazo.

Se acercaron a la puerta, aunque Bennie ya las había dejado atrás, pues estaba apretando el timbre situado bajo el buzón de aluminio.

– Tenemos una buena oportunidad -les dijo Bennie-. El portero vive en los bajos.

– ¿Cómo lo sabes? -preguntó Judy.

– Lo pone aquí.

Bennie señaló la placa: J. BOSTON, PORTERO.

– Un trabajo detectivesco de primera -comentó Judy, pero a Mary no le hizo ninguna gracia.

El portero era un hombre bajito que llevaba una camiseta bastante sucia, pantalón ancho y tenía una expresión apática, triste. Cuando abrió la boca, Bennie notó una vaharada de whisky.

– No, no oí nada la noche que mataron a Anthony -dijo con una voz como lijada por el tabaco.

– Si usted vive abajo -dijo Bennie-. ¿No oyó el disparo?

– Ya me lo preguntó la poli. Les dije que no había oído nada.

– ¿Ni un disparo?

– No oí nada. Había bebido algo. ¿Va contra la ley?

– ¿Oyó alguna vez a Connolly y Della Porta? Hablando, discutiendo, lo que sea…

Los llorosos ojos del viejo cobraron expresión.

– ¿Lo que sea? ¿Se refiere a lo que sea?

– Eso es. Lo que sea.

– No. -Soltó una estridente carcajada que acabó en algo así como un ataque. Judy y Mary se miraron mientras seguían en el vestíbulo, delante de la vivienda del hombre. Un aparato de televisión, en el que se oía en concreto un tema de Oprah Winfrey, berreaba tras una puerta blanca llena de dedos-. Apenas les veía. Nunca estaban por aquí. Como él era poli, yo imaginaba que estaba muy ocupado.

– ¿Tenían muchas visitas?

– ¡Y yo qué sé! Yo estoy en mi sitio. Así es como lo quiere mi cuñado, el dueño de ese antro. Lo que está bien para él, está bien para mí. -El portero bizqueó algo-. ¿Dice que es abogada? ¿Todas ustedes son abogadas? ¿De eso viven?

Bennie hizo como que no lo oía.

– ¿El letrero de fuera significa que se alquila el piso de Della Porta?

– ¡A ver! Ese piso no trae más que problemas. Me pasaría el día enseñándolo y nadie lo alquilaría. Nadie quiere meterse en un sitio donde mataron a tiros a un hombre, aunque esté amueblado y tal. Además, piden demasiado.

– ¿Ha estado en alquiler desde el asesinato? ¿Con los mismos muebles?

– Claro. Con todo menos la alfombra. La tiré cuando la poli acabó su trabajo.

Bennie suspiró profundamente. Habría desaparecido hacía tiempo cualquier rastro de prueba.

– ¿Los muebles siguen en el lugar donde estaban? ¿No ha hecho usted ningún cambio?

– No me pagan lo suficiente para trasladar nada.

– Tengo que ver el piso. ¿Me presta la llave?

– ¡Qué demonios! -El portero hurgó en su bolsillo-. ¿Quién cree que limpió el revoltijo de ahí arriba? Su seguro servidor. ¿Quién cree que sacó la maldita alfombra empapada de sangre? Su seguro servidor. ¿Quién limpió el suelo? ¿Quién le dio una capa de pintura a la pared salpicada? ¿Quién recogió toda la mierda y la llevó al sótano?

– ¿Su seguro servidor? -intervino Judy, y el portero sonrió enseñando los dientes mellados.

En cuanto consiguieron la llave, Bennie echó a correr hacia el piso y sus asociadas la siguieron. Era una escalera larga y estrecha, que acababa con un sucio corredor y una puerta sin nombre o número alguno.

Bennie abrió.

– Mantened los ojos muy abiertos -dijo metiéndose en el piso-. Tomad nota de la distribución interior del piso. Fijaos en la orientación de las habitaciones, en los muebles. Comprobad qué se ve desde las ventanas, la iluminación. Intentad recordar lo que habéis visto, por insignificante que os parezca. ¿De acuerdo?

– Sí.

Judy sacó una foto, pero Mary se quedó en el umbral de la puerta sin que las otras se dieran cuenta.

Bennie exploró el piso. La estancia más grande tenía dos ventanas que daban a la calle, al norte, y en ella había una mesa con cuatro sillas a la derecha, conformando un comedor por la parte este. A la izquierda de esa misma sala, un sofá contra la pared y frente a él un arcón de roble. Entre las dos ventanas había un carrito para el televisor Sony Trinitron y un espejo ovalado colgado en la pared. Bennie tomó nota de los cuadrados en los que el papel pintado se veía más claro, donde había habido cuadros colgados, y también del cuadrado marcado en el centro del suelo, donde había estado la alfombra.

– Saca una foto de este punto, Carrier -dijo Bennie-. Varias.

– De acuerdo.

Judy disparó mientras Bennie se acercaba al sofá.

– Ahí está. Mira la mancha de sangre.

Bennie fue directa al punto en el que la madera se veía descolorida, y quedaba brillante, con manchas desiguales, donde el acabado se veía alterado. Probablemente la sangre de Della Porta se había ido filtrando por la alfombra. Recordó que en el expediente policial constaba que le habían disparado con una bala del calibre 22. Le había perforado la frente y salido por la parte posterior del cráneo. La pérdida de sangre había sido importante.