– ¡Jesús! -Judy se acercó y tomó una foto-. No me extraña que el portero no haya alquilado el piso. Nadie consigue barrer la sangre bajo la alfombra.
– ¿En qué dirección cayó el cuerpo? ¿Dónde está DiNunzio? -preguntó Bennie, y las dos se volvieron hacia la puerta, donde Mary seguía echando raíces-. ¿Qué haces ahí, DiNunzio? Ven.
– Voy. -Mary se acercó a ellas con la máxima determinación de que fue capaz, sin levantar la vista. Vio en el suelo una mancha oscura, pardusca, que tenía la forma de Francia. El estómago se le encogió-. ¿Eso es lo que estoy imaginando?
– Encontraron a Della Porta tumbado de espaldas -dijo Bennie-. ¿Tenía la cabeza inclinada hacia el este o hacia el oeste?
– ¿Este, oeste?
Mary se veía incapaz de pensar con claridad. Un hombre había muerto allí; le habían disparado contra la cabeza. Se imaginaba la bala de plomo ardiente rasgando la suave materia del cerebro. Destruyendo lo que tenía que permanecer inmaculado.
– Tienes el oeste a tu izquierda, el este, a tu derecha.
Mary no podía apartar la vista de la mancha de sangre. Había visto las fotos de la autopsia y las de la unidad móvil. Demasiada sangre para una tarea que había imaginado incruenta.
– ¿Cuál? ¿Este u oeste?
– ¿Puedo… consultar el expediente?
Mary cogió el archivador que llevaba bajo el brazo.
– No. ¿Es que no lo has leído? -saltó Bennie, y Judy le tocó la manga.
– ¿Qué sacas con ello, Bennie? A ella le resulta difícil…
– Cállate, por favor. Mary no necesita un abogado defensor. El abogado es ella misma. -Bennie adoptaba aquella actitud a propósito, pero no necesitaba difundirlo a los cuatro vientos, e incluso conocía la respuesta, aunque en realidad no tenía importancia-. Estamos ante un caso de asesinato, DiNunzio, por tanto, la sangre es un requisito esencial. No pienses en el cadáver, piensa en el dossier. En el informe. Es un caso más. Vamos a ver, ¿miraba hacia el este o hacia el oeste?
– Oeste -dijo Mary, la respuesta apareció a raíz de una foto de la policía que no tenía conciencia de recordar.
– Muy bien. ¿Qué dijo el forense en cuanto a la hora de la muerte?
– El forense la estableció entre las siete y media y las ocho y media. Estaba en su informe.
– Perfecto. A ver… Connolly me dijo que ella estaba en la biblioteca de Logan Circle. Salió a las seis y media y volvió a casa andando. El que disparó era alguien a quien Della Porta abrió, y el asesinato tuvo lugar inmediatamente después. Della Porta se encontraba de pie y le dispararon a quemarropa. Se desplomó y cayó hacia atrás, de espaldas. Encaja con el informe del forense, eso es lo que van a decir. ¿Opinas que estoy en lo cierto, DiNunzio?
– Eso es lo que dirán.
Judy parecía desconcertada.
– ¿Sabes qué es lo que no entiendo? De la biblioteca hasta aquí hay un buen trecho, más de una hora. ¿Cómo volvía a pie? Hay autobuses, taxis, de todo.
– No sé, tal vez le guste andar.
– Entonces no tiene coartada. Si salió a las seis y media, podía encontrarse camino de casa a la hora del asesinato.
– Ya soy consciente de ello.
Judy tragó saliva y luego se arriesgó, pese a que aquello le podía acarrear un despido:
– ¿Lo hizo ella?
– Es nuestra clienta, Carrier. Que lo haya hecho o no, no viene al caso. -Bennie intentó controlar la irritación, que iba en aumento en su interior-. Ética legal 101. No es que haya acusadores en un bando y defensores en otro con funciones iguales y opuestas. Es una forma de pensar muy pobre. Los papeles son sustancialmente distintos. La acusación tiene que buscar justicia, y la defensa conseguir la absolución del acusado.
– ¿No crees que tiene importancia la culpabilidad de Connolly? ¿Qué me dices, pues, de la justicia?
– Connolly es mi clienta, por tanto tengo que salvarle la vida. En mi trabajo cuenta la lealtad. ¿No te parece lo suficientemente noble?
Judy ladeó la cabeza.
– O sea que es una pugna entre la justicia y la lealtad.
– Bienvenida a la profesión.
Mary notó una aspereza en el tono de Bennie y supuso que estaba nerviosa. Si Bennie y Connolly eran gemelas, como le había parecido en la vista de urgencia, le resultaba fácil imaginar la tensión que su jefa estaba viviendo. Judy no estaba al tanto, pues no había asistido a la vista.
– Entonces estoy desconcertada -dijo Judy-. Si no pretendemos resolver un asesinato, ¿qué hacemos aquí?
Bennie la miró a los ojos.
– Tenemos que entender la acusación del fiscal y elaborar una teoría creíble sobre lo que sucedió aquella noche. Cuando entremos en la sala, el jurado tiene que vernos como la fuente de todos los conocimientos, de forma que confíen en nosotros en la deliberación. ¿Tengo que continuar?
– No, pero… -empezó a decir Judy, aunque Bennie le hizo un gesto para que no siguiera.
– No hay tiempo para seguir con esta discusión. Connolly tiene derecho a una defensa efectiva, de modo que seamos efectivas. Toma fotos. -Bennie echó una ojeada a la sala, inquieta. La pregunta de Carrier la había estado mortificando desde el principio. ¿Lo había hecho Connolly? Bennie no lo creía, pero ¿por qué? Apartó aquella idea de su cabeza-. Eso lo han limpiado demasiado. Vamos a empezar por la cocina, DiNunzio, y examínalo todo siguiendo un orden.
– De acuerdo -respondió Mary cuando Bennie ya estaba en el umbral de la cocina con los brazos enjarras.
Era una cocina larga y estrecha, con armarios de cerezo, electrodomésticos nuevos y un lujoso frigorífico Sub-Zero. Bennie abrió los armarios, que encontró vacíos, a excepción de uno de ellos, en el que guardaban unos pesados platos blancos. Revisó a conciencia todas las puertas, sin encontrar nada, y luego se acercó a la ventana.
– ¿Quién llamó al 911 hablando del disparo, DiNunzio?
– La señora Lambertsen, la vecina de al lado. Declaró en la vista preliminar. Incluso vio huir a Connolly, al igual que otros vecinos. Tres o cuatro, creo recordar.
Bennie asintió.
– Supongamos que el 911 recibiera la llamada y transmitiera el asunto por radio enseguida. ¿Cuál fue el primer coche patrulla que respondió?
– Tengo que comprobarlo.
Mary abrió el archivador, sacó una carpeta y hojeó su contenido mientras Bennie seguía contra su hombro. Todas las páginas estaban marcadas con rotulador fosforescente, lo que demostraba el minucioso trabajo de DiNunzio; Bennie pensó que su asociada podía llegar a ser una excelente letrada si conseguía salir del cascarón.
– Aquí está -dijo Mary-. Los agentes Pichetti y Luz.
– No fueron McShea y Reston. -Bennie reflexionó un instante-. ¿Dónde se encontraban Pichetti y Luz cuando recibieron la llamada?
Mary siguió con el dedo hasta el final de la página.
– A unas manzanas de aquí, entre la Séptima y Pine.
– Lo que tenemos que saber es dónde estaban Reston y McShea y por qué se encontraban tan cerca del piso de Della Porta.
– El expediente no incluye informes sobre ellos.
– No me extraña, pero tiene que existir. Ése es el informe que nos interesa. Tenemos que encontrarlo. Tiene que estar en el archivo de la policía o en el de Jemison, Crabbe. Compruébalo al llegar al despacho.
– De acuerdo.
Mary empezaba a sentirse útil y ya no veía la mancha.
– Perfecto. Vamos a ver las otras habitaciones.
Bennie salió de la cocina y, pasando por la sala de estar, se metió en el dormitorio, una estancia con tan pocas características distintivas como la cocina. Una cama doble contra la pared entre las dos ventanas y un tocador revestido de nogal, con tres cajones, junto a la pared del fondo. Bennie se acercó al mueble y abrió sus cajones. Nada.
– Aquí está el baño.
Mary le indicó la dirección con el dedo y Bennie asintió.
– Échale un vistazo. Yo me ocupo de la otra habitación. No sé para qué la utilizarían.