Выбрать главу

Había pensado que le afectaría, pero no. Había pensado que deseaba verlo, pero no. Le parecía bien que no estuviera allí y que tampoco estuviera Connolly. Después de lo de la noche anterior, la presencia de Connolly habría profanado aquel lugar. En definitiva, todo había ido como era de esperar, como se había desarrollado desde el principio y todo el tiempo, sólo ella y su madre, las dos, solas, juntas.

Bennie se colocó al lado del brillante ataúd, intentando mantenerse erguida mientras el sacerdote seguía su cantinela, y cuando acabó y llegó el momento de colocar la rosa roja sobre la placa de latón, se dio cuenta de que sólo había una persona en el mundo a la que ella necesitaba realmente. Y curiosamente se trataba de alguien que no le había podido ofrecer más que sus propias demandas, lo que, en cierta forma, le había bastado.

CARMELLA ROSATO.

Quien descansaba, por fin, en paz.

20

– ¡Imbécil! ¡Valiente inútil! -Star empujaba a aquel chalado contra la pared del callejón. Todo estaba a oscuras, pero Star veía cómo rebotaba la cabeza de aquel memo en los ladrillos-. ¡Cabrón de mierda! -siguió gritándole.

– ¡No! ¡No me mates! ¡Por favor! -Las manos del chalado cubrían las heridas de su cabeza mientras se doblaba como un muñeco de papel y caía como un saco sobre un montón de madera podrida y los mugrientos restos de un muro de mampostería. La esquina del callejón estaba cubierta de basura que rebosaba de unos sacos contenedores-. ¡Star, por favor, no! ¡Está arreglado, arreglado!

– ¡Tú lo has jodido todo, gilipollas! -Star se acercó al hombre, le agarró por el pelo y le golpeó de nuevo la cabeza contra la pared. El hombre soltó un chillido de desesperación-. ¿Crees que tendrás una segunda oportunidad?

– Te he dicho que está arreglado -murmuró el chalado, casi sin voz a causa del dolor-. Eso está hecho. T-Boy y yo, todo arreglado.

– ¿T-Boy? ¿T-Boy? -Star asió con más fuerza el pelo del muchacho y tiró de él-. T-Boy fue el que dijo que se ocupaba del asunto. Que nada iba a fallar, ¿recuerdas? Pues bien, algo ha fallado, ¡y de qué manera! ¡Sé leer un periódico! ¿Pensabas que no lo sabría? ¡La pelea es la semana que viene!

– Espera. No. Por favor. Escúchame. -Aquel desgraciado clavaba las uñas en las manos de Star mientras él casi le arrancaba el pelo-. No, te lo ruego. ¡Mi coco, me lo destrozas! ¡Por favor!

– Todo se ha jodido, ¿verdad? Connolly ha podido con tu putón. -Star seguía tirándole del pelo. El chalado se retorcía como una anguila y Star retorcía con todas sus fuerzas-. Connolly está viva y tu putón ya no respira.

– Lo arreglaremos, ya verás. La pillaremos después del juicio, dentro o fuera.

El chalado se levantó de puntillas. Su cuero cabelludo cedía como un chicle.

– ¡Vas a parecerte a Don King, chaval! -gritó Star y en éstas notó que los mechones se le iban quedando en las manos-. ¿Cómo piensas pescar a Connolly en el puto Palacio de Justicia?

– ¡Ay! ¡Basta! ¡No! -Las lágrimas descendían por las mejillas del chalado-. ¡Mi pelo! ¡Me lo estás arrancando de cuajo!

– ¡Pocas bromas, hijo de puta! -De pronto, Star tiró con una fuerza brutal y le arrancó un puñado de pelo. Pegado a él saltó la sangrante piel del cuero cabelludo-. ¡Tú y T-Boy vais a ir a por Connolly, cabrón! ¡Acabaréis el trabajo que empezasteis! Te llamaré para decirte exactamente lo que vas a hacer. ¡Vas a liquidarla y quiero tener la prueba!

– ¡Que Dios me ayude! -gemía el hombre.

La sangre iba brotando de su cabeza inundándole la frente. Perdió la conciencia y cayó deslizándose por los ladrillos.

– No olvides la peluca, abuelita -dijo Star, lanzándole las ensangrentadas mechas.

21

– Siento muchísimo lo de su madre, Bennie -dijo Lou, que se encontraba en el asiento del acompañante del Ford de Bennie, dirigiéndose hacia el piso de Connolly.

Ella le había llamado a casa después del funeral. Le dijo que tenían algo importante que hacer a pesar de la hora que era.

– Gracias. Lamento haberle llamado tan tarde.

– No importa. Estaba solo con una cerveza y unas pipas viendo jugar a los Phillies. Además perdíamos. -Lou se aflojó el nudo de la corbata, con aire incómodo, vestido con la americana azul marino y el pantalón caqui-. ¿Seguro que está en condiciones de trabajar?

– Estoy perfectamente. -Bennie siguió inmersa en el tráfico del domingo por la noche, denso, pues los que vivían en la periferia salían a cenar fuera. Partían de Paoli y de otros barrios bien para quedarse embobados ante una colección de pezones perforados y de pelos color azulón. A echar un vistazo a la descarnada ciudad a través del cristal ahumado de un Jaguar-. El juicio es el lunes.

– Si acaba de salir del funeral…

– Ya lo sé, Lou.

– De acuerdo -repuso él fijándose en que aún llevaba el traje negro.

Tenía los ojos irritados, aunque no los apartaba del parabrisas. Le quedaba un trabajo por hacer y estaba dispuesta a concluirlo. Era del género duro, pero Lou la respetaba. En cierta manera constituía la compañera ideal.

– Hemos tenido poco éxito en el peinado, ¿verdad? -preguntó Bennie.

– Para la defensa.

– Al menos es lo que me ha dicho Mary. Mejor dicho, he leído sus notas. Una letrada competente, DiNunzio…

– Algo quejica, pero está bien.

– ¿Le ha dado mucho la lata? -sonrió Bennie-. Casi le subiría el sueldo por ello.

– Si no supiera que ha tenido un día tan malo, creo que estaría dispuesto a rematarlo.

Bennie se echó a reír, y tuvo la impresión de que no lo había hecho en años.

– ¿Y qué más está dispuesto a hacer por mí?

– Acabar la investigación en toda la manzana mañana.

– Eso mismo tenía yo en la cabeza. Por la calle Winchester, a donde da el callejón. Comprobar si alguien vio la detención, o lo que sea.

– Eso.

Lou miró hacia el retrovisor de la parte derecha del Ford. Les seguía una hilera de coches que parecía una oruga, y a dos coches de ellos, un TransAm negro. No era la primera vez que Lou veía aquel vehículo, pues había rondado cerca del despacho. Le pareció curioso que en aquellos momentos bajara también por South Street. La costumbre le dijo que no tenía que perderlo de vista. Quien ha sido poli, lo sigue siendo. Lou era incapaz de circular sin fijarse en las placas de matrícula, intentando determinar si veía un coche robado o alguno que llevara drogas. Siguió fijando la vista en el TransAm.

– He estado pensando en su caso, Rosato.

– ¿Y qué opina, campeón?

– Que Connolly ha matado a un policía y va a pagarlo. -Siguió atento cuando un autobús que tenían detrás se desplazó hacia la derecha, dejando entre ellos y el TransAm sólo un BMW descapotable azul celeste. Un vehículo precioso, de dos plazas-. Los vecinos con los que he hablado tenían claro lo que habían visto. Son testigos oculares de que salió zumbando.

– Tenía miedo de la policía. Es una buena razón.

– Sólo los malos temen a los buenos.

La mirada de Lou siguió fija en el retrovisor. El BMW seguía sin prisas, y detrás de él, con la ayuda de las farolas de la calle, casi pudo ver al conductor del TransAm. Un chaval rubio, atractivo. Lou recordó cuando él tenía su edad. Conducía un Chevrolet Biscayne de segunda mano turquesa y blanco, con el cambio en el salpicadero. Ya no fabricaban coches como aquél. Eran tanques.