– ¿Cuál es su distrito, agente McShea? -empezó, acercándose al estrado.
– El Veinte.
Bennie no utilizó el plano de la ciudad que había confeccionado para no disminuir el ritmo del interrogatorio.
– Vamos a ver, para simplificar las cosas, ¿sus rondas se limitan al sector occidental de la ciudad?
– Efectivamente.
– ¿Es cierto que el piso del inspector Della Porta está situado en otro distrito, en el Undécimo?
– Sí.
– El Undécimo se encuentra en el otro lado de la ciudad con respecto al Veinte, ¿no es así?
– Sí.
McShea se mostraba impertérrito: Bennie dio la vuelta al es-trado hasta situarse frente al micrófono. La tribuna no la oiría bien, pero ella no actuaba de cara al público.
– ¿Usted y su compañero fueron el primer coche patrulla que respondió al asesinato de Della Porta, agente McShea?
– Sí.
– ¿Verdad que no respondieron a una llamada hecha por radio?
– No.
– No pudieron hacerlo porque la primera llamada llegó al 911 más tarde, ¿verdad?
– Si usted lo dice… De acuerdo.
– Y ustedes estaban de servicio aquella noche, ¿o no?
McShea ladeó la cabeza.
– Estábamos de servicio.
– Ha declarado usted que se encontraban por casualidad en el barrio del inspector Della Porta. Si estaban de servicio, ¿por qué se encontraban fuera de su distrito?
– Pues, ejem, íbamos a cenar.
McShea puso una expresión sinceramente avergonzada.
– ¿Salieron de su distrito para cenar? ¿Dónde?
– En Pat's, una hamburguesería, a tomar un pepito de ternera con queso para ser más exacto.
El jurado asintió sonriendo. Todos los habitantes de Filadelfia iban a buscar un pepito de ternera con queso a Pat's. Era un detalle que por un lado despertaba la simpatía de la concurrencia al tocar un tema tan de la ciudad y por otro resultaba imposible de verificar, aparte de que algo tan humano siempre parecía más creíble. Bennie estaba de acuerdo con McShea: era más listo de lo que parecía.
– ¿De modo que aquella noche fueron a Pat's a por un pepito con queso?
– Sí.
– ¿Cuánto tiempo diría que se tarda en ir de su distrito hasta Pat's, a la calle Décima?
– Probablemente media hora, si no se coge por South Street. Ya sabe lo que dicen… Que es el lugar de encuentro de los hippies -comentó McShea en son de broma, y el jurado volvió a reírle la gracia.
Bennie era consciente de que estaba actuando como una aguafiestas, pero no le veía la gracia por ninguna parte.
– Vamos a echar cuentas, agente McShea. Si es cierto que se tarda media hora en llegar a Pat's desde su punto de ronda habitual, se tardará también media hora en volver, ¿verdad?
– Exacto.
– Hasta aquí, una hora. Prosigamos: ¿comieron el pepito con queso en el establecimiento, en una de las mesas exteriores, o se lo llevaron para comérselo ya en su distrito?
– Lo comimos en Pat's. Fuera, de pie, junto a la gran barra donde tienen el chile y el ketchup. -McShea se volvió hacia el jurado en busca de comprensión, extendiendo los brazos-. Es algo que hay que comerlo allí. Seguir la tradición.
El jurado sonrió, y lo mismo hizo McShea, quien paseó la mirada hacia el fondo de la tribuna. Bennie no se volvió para comprobar a quién miraba, pues el jurado la observaba a ella. Pensó que estaba buscando a su capitán, ya que aquella declaración no iba a resultar tan convincente de cara al expediente personal de McShea. El policía se estaba metiendo en aquel terreno de «mal si lo dices, mal si lo callas», y Bennie pretendía meterle a fondo y dejarle empantanado.
– Teniendo en cuenta que estamos hablando de casi a principios de verano, del diecinueve de mayo, imagino que aquella noche Pat's estaba de bote en bote.
– Pues sí. Había mucha gente. En Pat's siempre hay mucha gente.
– Y que se había formado una fila frente a la ventanilla, donde despachan los pepitos, ¿es así?
– En efecto.
– ¿Esperaron usted y el agente Reston en la fila para hacer el pedido o pasaron directamente al mostrador?
– No me acuerdo.
Bennie cruzó los brazos.
– No lo entiendo. Recuerda que estuvo allí, recuerda lo que comió, recuerda dónde lo comió, pero no recuerda si pasó delante o no.
– Protesto, se ha hecho la pregunta y ha obtenido la respuesta, señoría -dijo Hilliard.
Bennie se dirigió al juez Guthrie.
– Sólo insisto, señoría. La defensa tiene derecho a comprender lo que sucedió la noche del asesinato.
Hilliard levantó los brazos.
– Lo que comiera para cenar el agente McShea, señoría, es irrelevante en relación con la comisión del asesinato que nos ocupa. Él no era más que el agente que la detuvo.
Bennie tuvo que morderse la lengua.
– La cuestión no radica en lo que cenara el agente McShea, señoría. Se refiere al tiempo que tardó en llegar al lugar del crimen e intenta aclarar la razón por la que él y su compañero se encontraban «por casualidad» allí.
El juez Guthrie levantó la mano y se inclinó un poco hacia delante.
– Se admite, con unos límites muy claros.
– Gracias -dijo ella, mientras Hilliard se relajaba en su asiento y Bennie fijaba de nuevo la mirada en el testigo-. Estaba diciendo, agente McShea, que no recuerda si fue a pedir el pepito al mostrador.
– Si nos esperaba mucho trabajo, probablemente pasaríamos delante. Si por el contrario teníamos una noche tranquila, habríamos aguardado el turno.
– ¿Fue una noche tranquila la del diecinueve de mayo?
McShea vaciló.
– No lo recuerdo.
– En una noche atareada en su distrito, no se habrían marchado a comer un pepito fuera, ¿verdad?
– ¡Protesto! -dijo Hilliard levantándose-. La defensa está pidiendo al testigo que haga conjeturas, señoría.
– ¿Considera usted una conjetura que un agente de policía cumpla con su deber? -preguntó Bennie, reprimiendo una sonrisa.
Comprobó con satisfacción que el miembro del jurado que llevaba perilla le devolvía una expresión de complicidad. Pensó que ojalá aquel hombre acabara presidiendo el jurado. Le recordaba como un hombre listo y claro en su argumentación del día de la selección.
– Se admite la protesta. -El juez Guthrie mordisqueó la montura jaspeada de sus gafas-. No tiene que responder a la pregunta, agente.
– Estoy casi seguro de que no era una noche ajetreada -dijo de todas formas McShea.
– Gracias -respondió Bennie-. Supongamos, pues, agente McShea, que en la noche en cuestión esperó usted en la fila en Pat's. ¿Recuerda cuánto tiempo tardó en alcanzar la ventanilla?
– Cinco, diez minutos como mucho.
– Por cierto, ¿cuánto les costó la cena aquella noche a usted y a su compañero?
– No lo recuerdo.
Bennie ladeó la cabeza. O alguien se había olvidado de insistir en los detalles de la historia o bien él los había olvidado.
– ¿Tampoco recuerda esto?
– No.
– ¿Pagó usted la cena o lo hizo el agente Reston?
– Mmm… Creo que lo hizo Reston. Él siempre lleva dinero encima. Es soltero.
Bennie no sonrió.
– ¿Lo recuerda o lo está inventando sobre la marcha?
– ¡Protesto, señoría! -gritó Hilliard desde la mesa de la acusación, y el juez Guthrie frunció profundamente el ceño.
– Se acepta. Le advierto, señorita Rosato, que debe suavizar sus preguntas y formularlas con más cortesía.
Bennie encajó el golpe y se dirigió de nuevo al testigo.
– Retomando el hilo, agente McShea, ¿cuánto tiempo estuvieron comiendo los pepitos?