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– Si lo estaba, yo no tengo ni idea, pero…

– ¿No tiene idea de qué polis traficaban?

– Ya te he dicho que no.

– Mentira.

– Los polis se ocupaban de las provisiones con Anthony. A mí no me hablaba de ello ni yo quería saberlo.

– Y una mierda.

– Nunca he oído hablar de Lenihan. Yo vendía el material y pasaba de quién lo proporcionaba. No tenía por qué saberlo ni me interesaba. -Connolly se inclinó un poco y una horquilla de pequeñas arrugas se dibujó en el puente de su nariz. Aquélla era la expresión que mostraba Bennie cuando se enojaba mucho-. ¿Y ahora qué pretendes, hacerme otro interrogatorio? Yo intentaba hablar contigo. ¿Y qué coño pretendías con la exposición inicial?

– Salvar su despreciable vida -respondió Bennie.

Dicho eso, giró sobre sus talones y se alejó de la sala.

8

En el estrado de los testigos, el agente Arthur Reston ofrecía una imagen de persona más prudente que su compañero. Era un hombre esbelto y tenía un aspecto elegante con el planchado uniforme. Llevaba un bigote oscuro, recientemente recortado, tenía la nariz recta y unos ojos castaños algo apagados, que le daban un aire profesional.

– No, no he oído las declaraciones de mi compañero Sean McShea -respondió Reston.

Hilliard hizo un gesto de asentimiento.

– Porque se encontraba aislado, ¿correcto, agente Reston?

– Correcto. -El testigo estaba sentado, erguido frente al micrófono y levantaba su prominente barbilla, como si el cuello del uniforme le apretara excesivamente-. He esperado fuera, en la sala, hasta que me han llamado a declarar.

– ¿Se considera usted un agente concienzudo, agente Reston? -preguntó Hilliard.

Bennie estuvo a punto de atragantarse pero no protestó. Las preguntas intencionadas eran algo obvio para el jurado, y además ella sabía adónde se dirigían las de la acusación.

– Me tomo el trabajo muy en serio, si se refiere a eso -respondió Reston.

– ¿Cuántos años lleva de servicio?

– Quince.

– ¿Le han condecorado alguna vez por el desempeño de su labor como agente de policía?

– Sí. He recibido una serie de distinciones por determinadas detenciones y en reconocimiento al valor. El año pasado me nombraron Policía del Año. He tenido suerte.

– Permítame que me remonte, si no le importa, a su historial profesional.

Bennie se levantó a medias.

– Protesto, señoría; esto no guarda relación con el caso.

El juez Guthrie movió la cabeza.

– No se admite, de momento, pero me hará el favor de no alejarse mucho del tema, señor Hilliard.

– Por supuesto, señoría.

Hilliard se puso derecho. Daba la impresión de que después de la comida tenía más valor, aunque no a raíz de lo ingerido sino de la adrenalina. Bennie había colgado los guantes con la pregunta sobre el tráfico de drogas y casi notaba cómo Hilliard se relamía.

– ¿No es cierto, agente Reston, que su antiguo compañero fue asesinado en un tiroteo en el cumplimiento de su deber, y que en aquella ocasión a usted le infligieron graves heridas? -preguntó Hilliard.

– En efecto.

Alguien del jurado tosió, otros parecieron conmoverse e incluso Bennie sintió un escalofrío al pensar en la tragedia de un agente muerto en acto de servicio. No tenía nada contra los policías honrados, sólo contra los sinvergüenzas, y la idea de la muerte la calmó. Era un rostro que ya había visto, un tacto que había notado en la gélida mano de su madre. Se dio cuenta entonces de que había visto aparecer la muerte en los ojos de su madre aquella tarde en el hospital, a pesar de que entonces no quiso reconocerla como tal, como si la mera conciencia de la muerte constituyera una invitación.

Hilliard continuó:

– ¿Verdad que le hirieron en la mejilla, que pasó cuatro meses en el hospital y otros cinco haciendo rehabilitación?

– Sí.

– ¿Es cierto que usted y el agente McShea han trabajado juntos durante siete de los quince años que ha estado en el cuerpo, agente Reston?

– Así es.

– ¿Y que estaba de servicio con él la noche de autos, la del diecinueve de mayo?

– Sí.

Hilliard comprobó sus notas.

– Si es tan amable, explique al jurado por qué se encontraban en los alrededores de Anthony Della Porta entre la Décima y Trose Street.

– Fuimos allí para cenar en Pat's.

– Abandonaron su distrito para ello, ¿correcto?

– Sólo en esta ocasión, y porque dejábamos la zona cubierta.

– De modo que el distrito no queda nunca sin protección, ¿es eso?

Bennie casi se levantó.

– Protesto, señoría. La acusación está rectificando el testimonio anterior.

– Denegada, señorita Rosato. -El juez Guthrie movió la cabeza mirando al jurado-. El jurado tiene oídos para oír.

– Es un punto secundario, señoría, permítame proseguir -dijo Hilliard, agitando el brazo en un movimiento brusco-. ¿Conocía usted al inspector Della Porta, agente Reston?

– Sí.

– ¿Eran ustedes amigos?

– Sí. A los dos nos gusta el boxeo. Nos gustaba. En una ocasión fuimos juntos al Blue.

– ¿Qué es el Blue, agente Reston?

– El Blue Horizon, en la parte alta de Broad Street. Anthony, el inspector Della Porta, me proporcionaba entradas de primera fila.

– ¿Qué tipo de persona era el inspector Della Porta, agente Reston?

Bennie se levantó.

– Protesto, señoría, sobre la base de la pertinencia. Se ha llamado al agente Reston como testigo de los hechos y no para que testifique sobre las personas.

– Difiero, señoría -respondió Hilliard, acercándose al estrado-. La señorita Rosato ha difamado al inspector Della Porta. Creo que el jurado tiene derecho a saber qué tipo de persona era Anthony Della Porta.

El juez Guthrie se apoyó en el respaldo y formó un triángulo con los dedos, de la misma forma que había hecho aquel día en su despacho. Bennie se percató de que la luz procedente de arriba le hacía parecer más viejo o pensó que tal vez el efecto se debía a las noches en vela pasadas desde aquel encuentro.

– Denegada -dijo-. Prosiga con la pregunta, señor Hilliard.

Bennie se sentó, frustrada. Notaba que Connolly, a su lado, experimentaba la misma decepción, pero no se volvió para comprobarlo.

– Iba a contarnos algo sobre el inspector Della Porta, agente Reston.

El policía asintió:

– El inspector Della Porta era una buena persona y un excelente agente de policía. Con su trabajo ascendió a inspector. Obtuvo una de las calificaciones más altas en la prueba, lo que demostraba su elevada cultura. Y su inteligencia. No se trata de un examen sobre el procedimiento policial.

– ¿Sabe usted si el inspector Della Porta era una persona que colaboraba en movimientos cívicos? -preguntó Hilliard.

– Por supuesto que colaboraba. El inspector Della Porta dedicaba su tiempo libre a los grupos cívicos que coincidían con sus aficiones, por ejemplo, el boxeo. Para muchos boxeadores fue como un hermano mayor, incluso fue manager de Star Harald, quien está a punto de pasar a la categoría de profesional; supongo que habrán oído hablar de él.

El agente Reston se volvió hacia el jurado y observó sus rostros para comprobarlo. En la parte central de la última fila, un joven negro levantó sus finas cejas con gesto de reconocimiento.

Se trataba de Jamell Speaker, de unos treinta y tantos años, vendedor de zapatos; Bennie le recordaba del día de la selección.

– He de hacerle una pregunta incómoda, agente Reston, una pregunta que le sorprenderá como a mí. ¿Tuvo alguna relación con el tráfico de drogas el inspector Della Porta, bajo la forma que fuera?

La sorpresa se hizo patente en la expresión del policía. Sus oscuros ojos brillaron traduciendo primero la incomodidad y luego el enojo. Frunció los labios y dejó claro que se sentía demasiado avergonzado para responder.