– Que usted sepa, agente Reston, ¿tuvo el inspector Della Porta alguna relación con el tráfico de drogas? -preguntó de nuevo Hilliard.
– Por supuesto que no -saltó finalmente Reston en un tono que dejaba entrever su indignación.
– Que usted sepa, agente Reston, ¿el inspector Della Porta consumía drogas?
– No, señor.
– Usted fue a alguna fiesta a casa del inspector Della Porta, ¿verdad?
– Sí.
– ¿Cuántas?
– No lo recuerdo, pero varias, aunque yo no lo llamaría fiestas sino tertulias. El inspector Della Porta tenía muchos amigos que se reunían allí después de la ronda, después de un combate, para charlar. Le gustaba cocinar. Preparaba tortillas para todo el mundo en su casa.
– ¿Vio en alguna ocasión que se consumieran drogas, del tipo que fuera, o que estuvieran al alcance en las tertulias de las que ha hablado?
– No, señor.
– Eso imaginaba -dijo Hilliard enseguida, dirigiendo una mirada de desdén a Bennie-. Centrémonos, pues, en el diecinueve de mayo del año pasado. ¿Puede explicarnos por favor cómo detuvieron a la acusada por el asesinato de Anthony Della Porta?
El agente Reston declaró exponiendo una concisa versión de la historia que había explicado su compañero, corroborando la huida de Connolly presa de pánico, la detección de la bolsa de plástico blanca en su mano y la confesión de ella durante la detención. Bennie le escuchó sin protestar, considerando a Reston un testimonio sólido, cuya declaración tendría que abordar con cierta pericia. No iba a insistir, sin embargo, en la línea que había iniciado con McShea; debería aplicarse más y Reston era el testigo ideal para ello. Era un hombre menos agradable que McShea, por lo que no daría la impresión de que le estuviera atacando.
– No haré más preguntas de momento -dijo Hilliard, y Bennie se puso inmediatamente de pie.
9
Bennie inició el interrogatorio del agente Reston en el estrado, aunque sin intención de alargarlo. En realidad quería zarandearlo a fondo.
– Agente Reston, ha declarado usted que era amigo del inspector Della Porta, ¿no es cierto?
– Sí.
– Y que estuvo en alguna tertulia en su casa.
– Sí.
– Por lo tanto sabía que vivía en una segunda planta.
– Sí.
Bennie se acercó a la tribuna del jurado y se situó de cara al policía.
– Y conocía bien la disposición del piso, ¿verdad?
– Sí.
– De modo que sabía que se entraba a la salita de estar, se pasaba a la izquierda por un dormitorio y se encontraba otra habitación, que utilizaban como estudio, ¿verdad?
– Sí.
– Sabía pues que tenían el armario ropero en el dormitorio.
– Supongo.
– ¿Supone? -Bennie se apoyó en la barandilla de la tribuna-. ¿Verdad que el baño está en el dormitorio?
– Sí.
– Si estuvo varias veces en casa del inspector Della Porta, tomando tortillas y café, probablemente utilizaría el baño.
Reston permaneció un momento en silencio; sus ojos reflejaban la concentración.
– Sí. Quizás un par de veces.
– ¿Verdad que la única otra puerta del dormitorio es la del ropero?
– Pensándolo bien, sí.
– De modo que conocía bien el lugar donde tenía el ropero el piso del inspector Della Porta, ¿verdad?
– Creo que sí.
Bennie se agarró un poco a la barnizada barandilla.
– Le era familiar también el emplazamiento de la casa, ¿no es así, agente Reston?
– Sí.
– En sus visitas al piso del inspector Della Porta, ¿observó que estaban construyendo un edificio al otro lado de la calle?
– Sí.
– ¿Construyen allí un gran bloque de pisos?
– Sí.
– ¿Estaba en construcción hace un año?
– Sí.
– ¿Había visto también los contenedores enfrente para los escombros de la obra?
– Eso creo, sí.
Bennie se armó de valor:
– ¿No es cierto, agente Reston, que usted metió la ropa ensangrentada en el contenedor de Trose Street para acusar a Alice Connolly del asesinato?
– ¡Protesto! -exclamó Hilliard, levantándose y cogiendo las muletas-. La pregunta no tiene fundamento alguno. Al igual que antes, la ha introducido para confundir, no viene al caso y perjudica la buena marcha del interrogatorio.
– Se admite la protesta -dijo el juez Guthrie, como había previsto Bennie.
Había presentado la cuestión al jurado y sus miembros ya empezaban a murmurar.
– Que se elimine la pregunta y la respuesta, señoría -añadió Hilliard, pero Bennie fijó su mirada en el juez.
– No hay razón para eliminar la pregunta. Es importante que el tribunal de apelación pueda disponer de ella, en caso de que tengamos que recurrir a él.
– Se admite la eliminación -decidió el juez Guthrie; sus ojos azules encendidos tras las gafas-. Que la defensa pase a la siguiente pregunta.
Bennie siguió presionando:
– Ha declarado usted, agente Reston, que el inspector Della Porta tenía muchos amigos en el cuerpo. ¿Sabe usted quiénes eran sus otros amigos policías?
– Protesto -dijo Hilliard, sin inmutarse, en la mesa de la acusación-. Es una pregunta que no viene al caso, señoría.
– Considero que tiene una gran importancia para este caso el hecho de que el inspector Della Porta, el agente Reston, el agente McShea y otros miembros de las fuerzas del orden de Filadelfia estuvieran implicados en tráfico de drogas, señoría.
– ¡Protesto! -gritó Hilliard-. ¡Esto es una calumnia, señoría! Una difamación de la peor calaña, y a todas luces constituye un intento de distraer al jurado, desviándolo de las cuestiones reales del caso.
– ¡Acérquense al estrado, los dos! -saltó el juez Guthrie. Añadió quitándose las gafas de lectura y gesticulando hacia la relatora-: Hágalo constar en acta, por favor.
Bennie obedeció, mirando de soslayo al jurado mientras avanzaba. El realizador de vídeo parecía preocupado por ella. Era joven, criado en la ciudad, y Bennie sabía por experiencia que la disposición de un miembro del jurado a la hora de admitir la falta de ética profesional de un policía variaba según la generación, la raza e incluso los factores geográficos.
– Señorita Rosato -murmuró el juez con la voz algo tomada-, el Tribunal la ha advertido de que no siguiera con ese tipo de preguntas. No disponemos de pruebas sobre una confabulación policial en este caso, de ningún tipo de prueba.
Hilliard asintió con energía.
– Además, señoría, la propia insinuación resulta perjudicial. El jurado ya está buscando las pruebas de una confabulación que no existe. Ésta se desprende sólo de la información de la defensa.
– Es incuestionable, señoría, que las confabulaciones, en especial las oficiales, resultan difíciles de probar -dijo Bennie con firmeza. Tuvo que reprimir la sonrisa que le provocaba el hecho de discutir el asunto con un juez metido también en la confabulación-. El contrainterrogatorio siempre ha sido el motor…
– No nos cite al juez Homes, señorita Rosato. -El juez Guthrie hizo un gesto forzado. Y añadió inclinándose en el estrado-: El tribunal conoce la cita y, pese a considerarla convincente, no puede darle un peso de precedente. Se ha excedido usted con la referencia a las drogas en presencia del jurado. El tribunal la ha advertido ya sobre ese tipo de referencias y está en su mano acusarla de desacato.
– Debo interrogar al testigo, señoría -respondió Bennie mirándole a los ojos-. Estoy llevando a cabo un contrainterrogatorio normal en un caso de confabulación.
– Este no es un caso de confabulación, señorita Rosato.