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Bennie se irguió de repente en la silla, intuyendo lo que iba a suceder una fracción de segundo antes de que ocurriera. Muñoz no podía identificar a Connolly al tener las dos un aspecto tan parecido y vestir igual.

– Está usted señalando a la acusada y no a su abogada, ¿correcto, señor Muñoz?

– ¡Protesto! -dijo Bennie, ya de pie-. Es algo que ni ha hecho ni dicho el testigo, señoría. El señor Muñoz ha declarado que no podía identificar a la acusada como la mujer que vio corriendo aquella noche.

– ¡Por el amor de Dios, señoría! -exclamó casi a gritos Hilliard desde el estrado-. El testigo ha señalado directamente a la acusada.

Bennie se acercó al juez.

– El señor Muñoz ha señalado un punto intermedio entre mi clienta y yo, señoría. Ha dicho que no podía identificar a la acusada.

«¡Pam! ¡Pam!», el juez Guthrie golpeó con el mazo, con la frente arrugada en una expresión de inquietud.

– Orden, por favor. Los letrados, por favor, y también la tribuna. Este tribunal ya les ha amonestado antes. ¡Deben mantener el orden! -El juez Guthrie hizo girar la butaca de cuero de alto respaldo para mirar de frente al testigo-: Permítame clarificar el testimonio, señor Muñoz. ¿Ha identificado usted, y con ello me refiero a señalar, a la acusada?

– No sé cuál es la acusada. He señalado a estas señoras. Parecen idénticas. De todos modos, la que yo vi era pelirroja. Esas dos no lo son.

– Pido que no conste la respuesta como irresponsable y perjudicial -gritó Hilliard y Bennie no pudo reprimirse.

– Ésa no es base para eliminar una respuesta, señoría. La declaración del testigo ha quedado clara y él mismo acaba de confirmarla. Lo que ocurre es que el señor Hilliard no ha obtenido la respuesta que esperaba.

Muñoz movió la cabeza de arriba abajo.

– ¡Ella tiene razón! No le gusta mi respuesta y me dice que me equivoco. Yo sé lo que me digo, juez. Sé lo que vi. Vi a una pelirroja.

– Se lo ruego, señoría -exclamó Hilliard, agarrando las muletas y colocándoselas bajo los codos-. Permítame que rebobine la cinta. ¿Recuerda usted, señor Muñoz, que la policía le mostró una serie de fotos y que usted eligió la de la acusada?

– ¡Protesto, señoría! -dijo Bennie, pero el juez Guthrie le ordenó silencio con un gesto.

– No se admite.

Muñoz parecía desconcertado.

– ¿Qué foto?

Hilliard arrancó un objeto expuesto en el estrado, se acercó con él al testigo y se lo mostró.

– Que conste en acta que presento al señor Muñoz la prueba veintiuno de la acusación, una selección de fotos. Vamos a ver, señor Muñoz, ¿ha visto antes estas fotos?

– Sí.

– Y cuando se las enseñaron, ¿no es cierto que eligió usted la foto de en medio, a la izquierda, diciendo que era la de la mujer a quien vio correr bajo su ventana?

– ¿Y qué? -Muñoz apartó la selección y Bennie pensó que ni ella misma lo habría hecho mejor-. Usted me ha. preguntado quién era la señora que vi por la ventana. Me ha dicho que respondiera sí o no. Ha dicho que señalara a la señora en la sala. No puedo hacer eso y jurar ante Dios. Si no le gusta mi respuesta, es su pro…

– Señoría -le interrumpió Hilliard-, ¿podríamos continuar esta discusión a puerta cerrada?

– Protesto, señoría. -Bennie se plantó como si estuviera echando raíces-. El fiscal ha interrumpido la respuesta del testigo. El señor Muñoz estaba respondiendo.

El juez Guthrie pegó un golpe de mazo en su pedestal.

«¡Crac!»

– ¡Silencio! ¡A puerta cerrada, ahora mismo, señorita Rosato! ¡Alguacil, sírvase despedir al jurado! Se admite la moción excepcional presentada por el Estado, señor Hilliard. Este coloquio no constará en acta.

– Que conste, de todas formas, mi protesta -dijo Bennie a la relatora, cuando la joven ya había apartado los dedos del teclado-. Quiero que conste en acta que el fiscal Dorsey Hilliard y su señoría, Harrison Guthrie, han interrumpido la declaración del señor Muñoz.

– ¡Señorita Rosato! -gritó el juez Guthrie, girando sobre su butaca de cuero-. ¡No se atreva a dar órdenes a la relatora del tribunal! Este tribunal levanta la sesión. ¡A puerta cerrada, abogados! ¡Alguacil, adelante!

22

El juez Guthrie estaba de pie tras la butaca de su despacho, con la negra toga desabrochada por arriba, mostrando el almidonado cuello blanco de su camisa. Sus arrugadas manos agarraban la parte superior de la butaca y a Bennie no le sorprendía que las puntas de los dedos dibujaran unas hendiduras en la untuosa piel color borgoña. El juicio había virado, escapando a su control, y el veredicto de culpabilidad que él mismo podía haber garantizado pendía de un hilo. No miró a Bennie cuando ésta habló y apenas conseguía hacer una exposición civilizada.

– Me ha sorprendido muchísimo su comportamiento de esta mañana, señorita Rosato -dijo-. Las acusaciones, las indirectas, ¡en plena sesión! -Miró de reojo a la relatora-. Sin embargo, mis impresiones personales no van a tener consecuencias en esta coyuntura. Tenemos que solucionar una cuestión legal de la mayor gravedad. Sírvase exponer su postura, señor Hilliard.

– La señorita Rosato está confundiendo y manipulando al jurado de forma intencionada, señoría. Ha aparecido esta mañana en la sala vestida de manera idéntica a su clienta, con un traje gris y zapatos grises, y tiene el mismo aspecto que su clienta. Su estratagema ha conseguido desconcertar a un testigo vital para los hechos. La señorita Rosato no puede continuar como abogada defensora, señoría. El Estado exige que se la excluya.

Bennie estuvo a punto de estallar.

– No existe base para…

– ¡Silencio, señorita Rosato! -le ordenó el juez Guthrie.

Hilliard se desplazó hacia delante en su asiento.

– El comportamiento de la señorita Rosato ha sido vergonzoso y poco ético. Debería sustituirla alguna de sus asociadas. Tal decisión no iría en detrimento de la acusada, pues las asociadas de la señorita Rosato han asistido todos los días a las sesiones.

El juez Guthrie miró a Bennie con gélida expresión.

– ¿Qué tiene que decir en su defensa, señorita Rosato?

– No había planificado vestirme como mi clienta hoy, señoría. No tenía idea de lo que iba a llevar ella. Si bien es cierto que me parezco a mi clienta, es inaudito excluirme de la defensa por el simple hecho de un parecido físico. No existe precedente que marque que un acusado que se enfrenta a la pena capital no pueda seguir con el abogado elegido porque éste se parezca a él.

La lisa calva de Hilliard giró de repente.

– No existe precedente porque nunca ha ocurrido. ¿Cuántas veces cree que un gemelo ha representado a su otro hermano gemelo en un proceso por asesinato?

– Dispense. -Bennie le interrumpió, dirigiéndose directamente al juez Guthrie-. Además, el tribunal debe recordar que yo intenté retirarme del caso tras la muerte de mi madre, en parte por las dificultades que me planteaba la representación de la señorita Connolly y este tribunal me denegó la petición.

El juez Guthrie se puso tenso.

– Este tribunal no preveía ni podía prever que usted trataría de explotar la situación con tanto descaro.

– Yo no he hecho eso, señoría. El fiscal ha pedido la identificación en la sala, y la declaración era la del señor Muñoz, testigo de la acusación. Yo he actuado simplemente en protección de la declaración y del testimonio del testigo, y era mi deber legal y ético discutir en este punto el error en la identificación. Ha quedado claro que el señor Muñoz no ha sido capaz de identificar de forma concluyente a mi clienta en la sala. El jurado deberá sopesar la declaración, como cualquier otra, y por tanto creo que deberíamos volver ahora mismo a la sala, e iniciar yo mi interrogatorio.