Siempre pensé que llegaría a ser… -Vaciló. ¿Qué le hubiera gustado a Gale que fuera?-… columnista de periódico o comentarista de televisión, tanto si lo creen como si no. Se rió modestamente.
El señor y la señora Livingston le miraron inexpresivamente, asintieron vagamente y reanudaron su lectura.
Yost aún no deseaba comprobar si Gale empezaba a mostrarse atenta, curiosa e interesada.
Y siguió hablando apresuradamente.
– Pero en cambio, quiso la casualidad que la glándula pituitaria me señalara el destino.
Yo era un joven muy fornido. Alto, musculoso y fuerte, y llamaba la atención de todo el mundo. Los compañeros y las chicas me convencieron para que intentara incorporarme al equipo de fútbol americano. Lo conseguí inmediatamente. Y me convertí en "tackle" izquierdo.
Al llegar al segundo año, bueno, es posible que ustedes ya lo hayan leído, pasé a convertirme en co-capitán del equipo Rose Bowl y los periodistas deportivos de toda la nación me eligieron para formar parte del segundo equipo All-American.
Sea como fuera, el caso es que todos los ex alumnos iban tras de mí deseosos de que me incorporara a sus empresas en calidad de socio, y este ejecutivo de la Compañía de Seguros de Vida Everest me…
– ¡Papá! -exclamó Gale incorporándose impaciente ¿Cuánto va a tardar todo eso? Faltan diez minutos para que llame…
– Calla la boca y no vuelvas a interrumpirnos -dijo el señor Livingston severamente-. Tardará lo que a mí me venga en gana que tarde.
En un arrebato de furia, Gale se levantó dispuesta a marcharse. En aquellos momentos Yost comprendió que la muchacha ni siquiera se había percatado de su presencia. Para ella no era más interesante que un herrumbroso y viejo trofeo colocado en la repisa de una chimenea.
– Un momento, señorita Livingston -dijo Yost impulsivamente. Ya no le interesaba permanecer allí ni discutir los pormenores del programa de seguros.
La venta de la póliza no solucionaba nada importante y en modo alguno contribuiría a solucionar la inquietud y la decepción que se albergaba en su interior.
La venta de la póliza era como intentar recomponer un sueño roto con la ayuda de un esparadrapo. Se volvió hacia los Livingston y se señaló ostentosamente el elegante reloj de pulsera de plata.
– No sabía que fuera tan tarde.
¿Por qué no les dejo para que hablen con su hija y se vayan a cenar? El programa que les recomiendo se halla expuesto aquí con todo detalle. Es necesario que dispongan ustedes de tiempo para absorberlo y comentarlo juntos.
– Recogió los papeles, los guardó en la cartera y se levantó-.
¿Le parece bien que le llame mañana a su despacho, señor Livingston? Si tiene usted alguna pregunta o desea que le haga alguna aclaración, gustosamente le contestaré y se lo aclararé todo por teléfono.
O regresaré de nuevo a visitarle. Les agradezco infinito el tiempo que me han dedicado.
Minutos más tarde, tras haber sido acompañado hasta la puerta por un perplejo señor Livingston, Howard Yost se acomodó tras el volante de su Buick y se esforzó por comprender lo que le había ocurrido.
Jamás le había sucedido nada igual. Pero es que antes no tenía cuarenta y un años. Y antes no llevaba catorce años casado. Y antes no había comprendido que jamás alcanzaría el éxito. Y antes tampoco sabía qué es lo que había pasado por su lado y qué es lo que jamás tendría.
Giró la llave de encendido y puso en marcha el vehículo. No le apetecía regresar a casa. Pero es que no tenía dónde ir. Media hora más tarde se encontraba en casa.
El trayecto a través de la autopista y el paseo Ventura hasta llegar a Encino le había tranquilizado un poco y le había devuelto parte de su equilibrio más cierta sensación de culpabilidad. Entró en la casa, dejó la cartera, se quitó la chaqueta, se aflojó el nudo de la corbata y vio a Elinor en el comedor poniendo la mesa para la cena.
– Hola, cariño.
Mira quién ha llegado a casa.
– Ya era hora -dijo ella-.
Será la primera vez.
– ¿Qué quieres decir?
– Venir a cenar a una hora normal, como hacen otras personas.
Su esposa terminó de poner la mesa y se dirigió al salón, él la contempló experimentando una sensación de culpabilidad por lo de Gale, experimentando pesar y una sensación de fracaso por no haber insistido lo bastante ante los Livingston en relación con la póliza y comprendiendo que estaba en deuda con ella por sus defectos.
Extendió los brazos en actitud burlona de romanticismo y esperó a que se le acercara.
– Te echaba de menos -dijo-. He regresado a casa más temprano porque te echaba de menos. Estás preciosa.
Ella se alisó el cabello.
– Estoy hecha un asco y lo sabes muy bien. No me trates como a tus clientes.
Yost dejó caer los brazos y ella se le acercó y le besó abrazándole brevemente para darle a entender que lamentaba haberse mostrado involuntariamente tan áspera.
– ¿Cómo están los chicos? -preguntó él.
– Tim-me está dando algunos quebraderos de cabeza. Quisiera que hablaras con él. Si tú le hablas, te escuchara…
Nancy no ha asistido a clase de ballet. Creo que está resfriada. Bueno, ya que estás aquí, ¿te parece que podremos cenar dentro de quince minutos?
– Antes me gustaría tomarme un trago. ¿Me acompañas?
– No, gracias.
El se encogió de hombros, se encaminó al mueble bar de madera de cerezo, lo abrió, sacó una botella de vermut y otra de ginebra y preguntó:
– ¿Y a ti qué tal te ha ido el día?
– Como siempre. Muy ocupada. No sé ni cómo se me ha pasado. Ordenar la casa por la mañana. He pasado la aspiradora. He vaciado los cajones de la alcoba y los he arreglado. He sacado muchos calcetines viejos y camisas que ya no te pones. Quisiera que les echaras un vistazo y me dijeras cuáles puedo desechar.
Después… vamos a ver… he hecho algunas compras en el mercado. Tu padre ha llamado y me ha tenido hablando por teléfono por lo menos una hora. Me temo que no tendremos más remedio que afrontar la situación, Howard…Se está haciendo viejo.
Ah, sí, también ha llamado Grace. Acaban de pasar cuatro días en Las Vegas. Se lo han pasado estupendamente bien. Ojalá pudiéramos marcharnos de vez en cuando como hacen otras personas.
– Ojalá tuviéramos un poco de dinero para hacer lo que hacen otras personas -dijo él amargamente mientras se terminaba de preparar el martini.
– ¿Qué pretendes decir? ¿Que gasto demasiado?
– No pretendo decirte nada, Elinor. ¿Por qué no me dejas beber en paz y echarle un vistazo al periódico de la mañana?
– Ahora resulta que soy una pesada.
– Yo no he dicho que fueras una pesada. He dicho que me gustaría disponer de un ratito para descansar antes de la cena.
Elinor le miró enfurecida, se mordió la lengua, se volvió y se encaminó hacia la cocina.
Yost abrió el periódico por la página deportiva y, sorbiendo el martini, se hundió en el sillón.
Leyó los resultados de béisbol mientras se terminaba el martini y empezó a sentirse mejor. Llegó a la conclusión de que si un martini le hacía a uno sentirse mejor, dos martinis tal vez le hicieran sentirse bien.
Se levantó, se llenó prácticamente el vaso con ginebra, añadió un chorro de vermut y después se dirigió a la cocina a por una aceituna.
Al verle entrar en la cocina, Elinor miró el vaso y frunció el ceño.
– ¿No irás a tomarte otro, verdad? más parecen tres vasos que dos.
– ¿Y por qué no? -dijo él-. Estamos en un país libre.
– Porque sé el efecto que te produce. Bueno, la cena ya está casi lista.
– Puede esperar.
– No puede esperar. Se va a enfriar todo.
¿Es que no puedes prescindir del segundo vaso por una vez?